No quiere esto decir que la sociedad cubana haya estado estática, sino que ha estado cambiando mucho, sobre todo, en los últimos 20 años, marcados por la crisis post derrumbe del socialismo europeo de la que no acabamos de salir.
Pero lo novedoso es que ahora se anuncian transformaciones de carácter estructural y funcional del modelo económico, que rompen con el monopolio casi total que el Estado tiene sobre toda la actividad económica, dan paso a procesos descentralizadores hacia lo local e incrementan el papel de las políticas fiscales y monetarias; se introducen cambios en la esfera jurídica que restauran el ejercicio de derechos ciudadanos que hasta ahora dependían de la decisión de funcionarios burocráticos, entre otras importantes modificaciones.
El presidente Raúl Castro ha dicho, y con toda razón, que los cambios en curso o previstos en Cuba tienen como obstáculo principal “la barrera psicológica formada por la inercia, el inmovilismo, la simulación o doble moral, la indiferencia e insensibilidad, y que estamos obligados a rebasar con constancia y firmeza”[i].
Sobrepasar esta barrera es, sin duda, un empeño difícil y complejo porque la resistencia que ella opone a los cambios tiene como cimientos un muy largo período de predominio de dogmas ideológicos, prácticas políticas, desconocimiento fáctico de la lógica económica y transgresiones de derechos, entre otros componentes que son incompatibles con los reclamos y necesidades de la nación cubana en esta hora.
Pero no hay que perder de vista que, además de las razones que pudiéramos calificar de pensamiento, de mentalidad y de hábitos de conducta, hay intereses creados en diferentes estamentos sociales que se ven amenazados por los cambios y que provocan resistencias activas y pasivas a estos.
Muchos recursos se han de emplear en desbrozar el camino de los cambios. Uno de ellos, de vital importancia, es el de la comunicación en general y el de la prensa en particular. No se debe desconocer que toda práctica social se construye también simbólicamente y que los cambios sociales de tal magnitud no se dan sólo de arriba abajo, sino también que requieren de un impulso de abajo a arriba y que, para que ello sea posible, además de las decisiones y voluntad políticas, se necesitan estrategias comunicativas.
Nuevas miradas a la comunicación
Voy a compartir algunas ideas sobre el papel de la comunicación y la prensa en el cambio social en las condiciones de Cuba. Para ello partiré del modelo comunicativo que predomina, sus expresiones prácticas y cómo se está proyectando ante los cambios; a la vez, brindo algunas pistas para la reflexión acerca de cuál modelo y cuál política comunicativa podría ser la más conveniente para nuestro país hoy.
Cuando se habla de comunicación, lo más usual en nuestro medio es que se evoque el modelo centrado en el proceso de transmisión, que se concentra en la difusión de informaciones y en el despliegue de campañas dirigidas al convencimiento sobre la bondad de ciertas ideas que parten siempre desde un centro que “sabe” hacia una vasta y supuestamente homogénea periferia que “desconoce”; así, las campañas suelen continuar siendo una distribución masiva de información estructurada desde un mismo punto de vista para cambiar actitudes y conductas, ya que se considera la falta de información como la causa de ciertos comportamientos.
Sin embargo, la determinante de una conducta no es solamente el factor información, ni la información suministrada tiene igual significado para todo el mundo, ni es la única información relevante sobre el tema, ni el único punto de vista desde donde se puede abordar el asunto.
El modelo antes enunciado ha sido y continúa siendo el que genera la visión predominante en la práctica comunicativa cubana. De allí los planes de difusión y las campañas que suelen ser repetitivas al extremo, al punto de saturar la capacidad de atención y escucha de los públicos.
Lo que está ocurriendo ahora mismo ante los cambios en curso es que, salvo algunos comentarios y reportajes aparecidos en la prensa escrita, con ideas críticas y renovadoras, los medios se limitan a repetir los discursos y mensajes oficiales, que ahora ciertamente son más frecuentes. Esta tendencia es notoria en la televisión, que es el medio que más llega a toda la ciudadanía.
Esto es el resultado de una política de larga data que ha constreñido a la prensa a desempeñar un papel defensivo y propagandístico en detrimento de otros roles sociales y políticos esenciales que debe cumplir. También es resultado de que no haya habido una política diáfana acerca del tratamiento de la información que deben hacer pública las instituciones estatales.
Hay demasiada información clasificada como confidencial o secreta y, en general, la actitud de las instituciones estatales en todos los niveles es de restricción a la información, lo que provoca que el nuestro sea un Estado que funciona comunicativamente de manera muy poco transparente ante la ciudadanía. Incluso, en discursos oficiales ha sido criticada esta política, la cual ha sido llamada de “secretismo”.
Cierto que las condiciones en el orden externo en que nuestro país tiene que desenvolver su vida como nación libre e independiente, desde lo político hasta lo comercial y financiero, son sumamente desfavorables, preñadas de hostilidad, amenazas y agresiones, y que obligan a tener políticas defensivas en diferentes órdenes, incluidos los comunicativos.
Pero no es sostenible argumentar que esta realidad impide que se puedan desplegar también políticas comunicativas que, con apego a los valores éticos y políticos que nos sustentan como nación y como proyecto histórico, puedan contribuir al libre y pleno ejercicio de la participación ciudadana en la construcción de consensos inclusivos sobre el país que deseamos, que nunca va a ser el que se nos intenta imponer por intereses ajenos y contrarios a la nación, sino el país justo, solidario y próspero que soñamos desde los valores esenciales que heredamos del pensamiento martiano y que la Revolución, por su raíz popular y orientación socialista, elevó a la categoría de derecho para todos y todas.
Decir que no es posible tener políticas informativas transparentes (limitadas sólo por la protección lógica de reales intereses estratégicos de la nación), ni espacios públicos para la construcción común de proyectos y sentidos, es como reconocer una derrota ante la hostilidad externa.
El argumento de que una información o crítica puede “darle armas al enemigo” no se sostiene ante la realidad de que este no necesita para orquestar sus campañas contra la Revolución cubana de ninguna información oficial; al contrario, mientras menos pronunciamientos oficiales haya sobre un tema, se abren mayores espacios para la distorsión y la manipulación.
Pese a las críticas al secretismo, se sigue reproduciendo el viejo esquema de las notas oficiales leídas con estricto rigor en la radio o la televisión, o reproducidas en la prensa sin ni tan siquiera un titular que dé cuenta de su contenido y mucho menos un seguimiento informativo al tema, posterior a su difusión.
Inclusive es común escuchar en calles y pasillos (esos espacios públicos de discusión que el pueblo se da) el criterio de que los mensajes realmente renovadores y conectados sin retórica a la realidad que vivimos son los de Raúl Castro y que no se observa, incluso en otros dirigentes y en la prensa, una real apropiación de los conceptos expresados por el presidente.
Es decir, existe la percepción en muchas personas de que una parte importante de ese discurso no está siendo acompañado debidamente, ni se está contribuyendo creadoramente a los cambios reconocidos como imprescindibles en los documentos aprobados en el VI Congreso del Partido.
Si se quiere que la comunicación sea un factor activo en los cambios, es preciso asumir otro modelo y otra práctica comunicativa. Hay que informar, sí y mucho más de lo que se hace ahora, pero con clara conciencia de que esta no es más que el punto de partida de un proceso comunicativo.
Nuevas prácticas comunicativas
Desde la teoría y la investigación de la comunicación que se desarrolla en diversas partes del mundo, incluyendo la rica producción latinoamericana, se ha superado el modelo centrado en la transmisión de información, tanto en lo teórico como en la práctica, incluso más allá de los fines éticos y políticos de los medios.
Se ha ido abriendo paso un modelo que reconoce el papel de las mediaciones sociales y el carácter potencialmente activo y crítico de los receptores y que, por lo tanto, se centra en los procesos de significación que acontecen en la comunicación, tanto por parte de los emisores como de los públicos.
Por supuesto, quienes persiguen fines de dominación no complementan esta visión sobre la comunicación con conceptos y prácticas comunicativas que potencien el diálogo social, sino que recurren a técnicas cada vez más sofisticadas de persuasión, manipulación, seducción, todas dirigidas a impedir que la gente piense, que logre identificar sus reales intereses, o que forme la capacidad para la autodeterminación de sus vidas, una participación activa en lo político y lo social, y que se organice para defender sus derechos.
Para eso se emplean mentiras, medias verdades, se hacen ocultamientos y silenciamientos selectivos de la información, se manipulan inclusive las necesidades y deseos de las personas y hasta se roban y distorsionan banderas de lucha que expresan legítimos intereses populares.
En todo el mundo, por diversos motivos, las interacciones entre las personas es mayor y la diversidad de medios y vías de comunicación disponibles (digitales y tradicionales, potenciadas recíprocamente) hace imposible contener y administrar los flujos informativos. No brindar una información no garantiza impedir que esta fluya, lo que sí es casi seguro que lo hará con distorsiones.
En el mundo se desarrollan múltiples técnicas para lidiar con estas realidades y para mantener, como he señalado antes, una alta capacidad de persuasión y manipulación de la opinión pública, pero no siempre estas logran sus propósitos. El caso de varios países latinoamericanos, donde gobiernos populares han llegado y se sostienen en el poder con la casi totalidad de los medios de comunicación en contra, demuestran el límite del poder de manipulación.
Estos medios, que se han erigido como las puntas de lanza de las oligarquías nacionales, no han aprendido la lección. Ellos no son todopoderosos, ni la opinión pública es una masa amorfa fácil de manipular. Se comportan entonces, sobre todo en sus espacios noticiosos, de manera contra fáctica; es decir, brindando una construcción de la realidad que las personas pueden identificar como falsas desde sus propias vivencias cotidianas.
Pero las técnicas de seducción, persuasión y manipulación no tienen nada que hacer en Cuba, donde hace más de 50 años que apostamos a un proyecto emancipador y nuestra comunicación tiene que ser consecuente con sus valores esenciales. Seres pensantes, con capacidad crítica, con posibilidades de autodeterminación son el horizonte que buscamos.
Pero “nadie nos va a creer un mañana diferente que no podamos reflejar, al menos de manera incipiente en nuestras prácticas y en nuestra comunicación de hoy”, “La comunicación para el cambio social es necesariamente la enunciación de propuestas portadoras de futuro, tomando en cuenta la realidad presente”[ii]. Ese debiera ser el punto de partida del modelo de comunicación cubano que, para que sea efectivo, tiene que estar afincado en nuestras propias características, sin desconocer los aportes universales.
En Cuba, aunque arrastramos un colosal atraso en el desarrollo de redes digitales, hay factores que potencian la interacción de las personas en redes sociales no tecnológicas. La experiencia acumulada por las cubanas y los cubanos, en un ambiente de restricción de la información, brinda alta credibilidad al rumor (…“cuando el río suena…”) y provoca que las personas intensifiquen sus estrategias para informarse por vías no oficiales.
Por otra parte, el nuestro es un pueblo masivamente instruido y que ha sufrido durante decenios acosos, agresiones, privaciones y todo eso enseña y activa la creatividad y la capacidad para juzgar críticamente la información que recibe de cualquier parte. Y qué bueno que sea así, esa es una capacidad de inestimable valor en el mundo de hoy y del futuro.
Sería entonces muy conveniente comenzar a comprender la comunicación, en el entorno cubano, no como acciones aisladas sino procesos comunicativos que pudiéramos definir como el conjunto de las relaciones e interacciones de los sujetos que son actores de estos; es decir, las instancias partidistas, gubernamentales y empresariales, las instituciones de la sociedad civil y la ciudadanía toda.
Estas interacciones se convierten en un factor transformador en sí mismo, si logran fomentar la participación ciudadana sin exclusiones, para construir visiones comunes que activen las acciones a favor del horizonte de cambios deseados.
En la consulta popular previa al VI Congreso del Partido, como en procesos de consulta anteriores, las instancias de dirección partidistas y gubernamentales avanzaron en la identificación de aspiraciones, deseos y necesidades sentidas por la ciudadanía, pero la construcción de lo común, del consenso mayoritario alrededor de un proyecto de país, no se puede lograr sólo con consultas periódicas, sino que requiere de un permanente diálogo social que alimente las decisiones legales y políticas, permita verificar oportunamente la pertinencia de estas y ejercer el control ciudadano sobre su cumplimiento.
Nunca los mecanismos administrativos, legales y de dirección son suficientes para cumplir esas funciones, ni pueden suplantar el papel de la ciudadanía.
Sin una información oportuna, diáfana y profunda no es posible lograr una participación calificada de las personas en los asuntos políticos y sociales; sin una transparencia pública de la labor de funcionarios y órganos de gobierno, no es posible el más mínimo control ciudadano sobre su gestión, lo que resulta indispensable en la lucha contra la corrupción y por el desarrollo de una verdadera cultura de participación, que deje atrás toda forma de paternalismo y de subestimación de la capacidad de los ciudadanos para aportar ideas de alto valor y para fortalecer su compromiso con los cambios necesarios.
Sin una superación radical de las distorsiones y limitaciones profundas de las políticas informativas ejercidas en la práctica, difícilmente se logren los cambios de mentalidad reclamados. No es en cenáculos cerrados donde se van a transformar las formas de pensar y las conductas de los que cumplen funciones de dirección. No es con discursos periódicos ni con notas de prensa oficiales que se puedan vencer esquemas, ideas erróneas, simplificaciones que están incrustadas en las representaciones que muchas personas tienen sobre la realidad y sobre el futuro posible.
Solo con políticas informativas transparentes y el fomento de espacios públicos de discusión, serios y calificados, donde se escuchen ideas diversas y no un monocorde discurso con una construcción única de la realidad y lleno de verdades inamovibles, es que la comunicación puede hacer una verdadera contribución al cambio necesario en Cuba.
Todo esto nos está indicando que tiene que producirse también un cambio de mentalidad entre quienes trazan y conducen las políticas informativas y una transformación en los conceptos sobre la comunicación y el papel de la prensa.
En primer término, hay que trazar una política y estrategias de comunicación para el Partido y el Estado, que estén regidas por el propósito de informar y de dialogar, como parte de su actividad cotidiana con la sociedad toda.
Esto enriquece el accionar político de estas instituciones y facilita a la prensa y a los medios todos de comunicación social las condiciones básicas para poder desempeñar el papel que les corresponde en la sociedad y hacer así una contribución realmente efectiva a los cambios deseados.
Tal vez sería conveniente construir un basamento jurídico que brinde un marco claro de prerrogativas y límites a los diferentes actores que participan en los procesos de comunicación social en nuestro país.
Esta legislación podría normar las responsabilidades de las fuentes (instituciones) en el ejercicio de una actuación transparente, las obligaciones ante periodistas, medios y ciudadanía de brindar una información amplia, precisa y oportuna sobre su gestión. Y también, por supuesto, los límites lógicos e imprescindibles a esa transparencia, pero que no deben quedar a la discrecionalidad de quienes dirigen, sino pautadas por la ley.
También habría que reflejar en ese cuerpo legal los derechos, las responsabilidades, las obligaciones y los límites de los profesionales de la comunicación y de los medios.
A partir de estas condiciones básicas, los medios cubanos podrán tener un crecimiento profesional y ético que amplíe sus responsabilidades sociales y favorezca la efectividad, creatividad, atractivo y profundidad de sus aportes. Potencialidades en términos de valores y conocimientos hay en el sector periodístico cubano.
Existe una relación estrecha entre políticas comunicativas y profesionalidad. Una mala política empobrece el ejercicio profesional y un insuficiente desarrollo profesional hace abortar la mejor política. Pero el desarrollo profesional, expresado en la aparición de crecientes capacidades para hacer un periodismo de mayor calidad, no se logra sólo en las facultades de comunicación, sino que resulta indispensable hacerlo crecer en el ejercicio diario de la profesión. Habrá inevitables errores, ¿quién no los comete?, pero solo en la oportunidad de hacer, acertando o errando, es que se crece profesionalmente.
La comunicación que contribuya efectivamente al cambio social tiene que ser una comunicación de voces múltiples, y el papel esencial de la prensa, aunque no el único, es el de ser un eficaz facilitador del diálogo en el espacio público. Su rol es el de articulador de saberes y sentimientos presentes, no siempre comunicados ni conocidos entre actores diversos y plurales.
Es muy importante que la gente escuche su propia voz, sus angustias y sus ideas en la prensa, y escuche también otras voces diversas, incluidas las de las instituciones de gobierno que en diálogo fecundo van conformando un cuadro mucho más completo y acabado de la realidad.
Pudiera resultar de gran ayuda hacer una distinción entre aquellos medios o espacios de comunicación que expresan los puntos de vista oficiales del Partido y el Estado, de otros que pudieran funcionar en la lógica de la comunicación pública; es decir, que aunque sean propiedad del Estado, se ponen a disposición de los diferentes sectores de la sociedad que quieran contribuir con sus miradas, intereses legítimos, opiniones e ideas a la permanente construcción y perfeccionamiento del país.
Por otra parte, la idea de que la única información de valor es la que poseen los que dirigen y que los demás, cuando opinan o dan sugerencias, lo hacen con insuficiencia porque les falta información, debía ser sometida a una reflexión crítica. Si a los ciudadanos les pudiera faltar información sobre un asunto relevante es porque quienes tienen el deber de informarlo no lo han hecho, y deberían entonces proceder a rectificar su omisión en el cumplimiento de ese deber.
Por otra parte, detrás de las opiniones e ideas de los ciudadanos hay una fuente de información de inestimable valor, que es su propia experiencia de vida. Quién parezca ser el menos informado, al menos es un experto de su vida cotidiana y esa, generalmente, es desconocida por quienes viven otra cotidianidad.
La máxima postulada por el sabio brasileño Paulo Freire de que “nadie lo sabe todo” y que “nadie ignora todo” debía ser inscrita como una declaración de principios en las políticas comunicacionales.
El valor del conocimiento generado en la experiencia, la posibilidad de someterlo a reflexión colectiva y ponerlo en diálogo con otros saberes es esencial para lograr un acercamiento más completo (aunque nunca acabado) sobre la realidad transformada por y transformadora de los seres humanos en su actividad social.
Los medios de comunicación pueden y deben hacer también importantes contribuciones a las políticas educacionales y a las de ciencia e innovación tecnológica, en su papel de socializador de conocimientos; pero requeriría de formas mucho más atractivas para lograrlo.
Un factor a tener en cuenta, insoslayablemente, en cualquier política de comunicación social, es el uso de las redes digitales como medios que potencialmente son interactivos y, por lo tanto, facilitadores del diálogo.
Son recursos que pueden romper el viejo esquema emisor – receptor porque permiten a quién se conecte, en primer lugar, ser un participante activo en la búsqueda de información y, además, porque le da la posibilidad de convertirse en un emisor de información. Pero ello requiere de formación no solo en lo referente al manejo instrumental de los equipos, sino también del desarrollo de una cultura y capacidades de pensamiento para acceder, procesar y generar información.
Puede decirse que esas capacidades forman parte de una completa alfabetización en nuestra época. Esto indica la urgencia e importancia de continuar haciendo todos los esfuerzos para lograr el acceso creciente de cubanos y cubanas a estas redes. De lo contrario, se está comprometiendo el crecimiento de uno de los recursos esenciales para el presente y el futuro del país, que es el conocimiento.
Hay otras claves comunicativas insoslayables. Una de ella es la de convertir los valores y las ideas abstractas en aspectos palpables, que puedan ser verificados y reconocidos como familiares por todas las personas, porque no están sacadas descontextualizada ni dogmáticamente de un libro, sino incrustadas en las prácticas sociales.
Ya Freire nos había advertido que “no hay palabra verdadera que no sea la unión inquebrantable entre acción y reflexión y, por ende, que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo”. “La palabra inauténtica, por otro lado, con la que no se puede transformar la realidad, resulta de la dicotomía que se establece entre sus elementos constitutivos. De tal forma que, privada la palabra de su dimensión activa, se sacrifica también, automáticamente, la reflexión, transformándose en palabrería, en mero verbalismo.”[iii]
Otra clave que no debe ser desconocida es la necesidad de que la prensa utilice fuentes diversas. Es sumamente nocivo hacer uso sólo de algunas fuentes, generalmente de instituciones oficiales, lo que convierte el poder de la palabra en la palabra del poder. Eso empobrece no sólo a la prensa, sino también a la política, y puede derivar en un monólogo con pocos oídos receptivos.
Igualmente, el lenguaje de nuestra comunicación pública y de nuestra prensa tiene que despojarse de los códigos burocráticos que la han penetrado; es necesario renovar, creadoramente, la forma de hablar y de escribir para estar más cerca de las personas y poder expresar, además, su propio pensamiento. El factor estético en nuestros productos comunicativos debe ser cuidado con esmero; lo bello comunica mejor, lo que agrada a los sentidos alimenta al alma y favorece la disposición al diálogo.
En síntesis
Las transformaciones que han sido identificadas como imprescindibles hacer en Cuba hoy, y otras que se identificarán en el propio curso de los cambios, requieren de un adecuado y coherente diseño y ejecución de los procesos comunicacionales a escala social. Pero parece ser indispensable el repensar con profundidad y audacia las prácticas comunicativas que han predominado en el ejercicio de la comunicación oficial.
Parece que es útil dotar al entorno comunicacional cubano de un marco legal donde los diferentes actores de los procesos de comunicación social tengan bien definidos sus derechos, obligaciones y responsabilidades, de tal manera que las políticas de información para las instituciones estatales y el desempeño de la prensa no queden a merced de interpretaciones coyunturales ni atrapadas en las lógicas del “secretismo” y el “propagandismo”.
Sería de gran ayuda en este proceso de reflexión sobre el papel de la comunicación y la prensa estudiar los aportes contemporáneos de las teorías y la investigación de la comunicación y las prácticas comunicativas que parten de un horizonte ético emancipador, consecuente con el horizonte socialista que guía a la Revolución cubana.
En esas transformaciones de la comunicación se debiera avanzar hacia un ejercicio transparente de las instituciones estatales y hacia una prensa que informe desde fuentes diversas y que propicie el diálogo social en el espacio público, sin que ello impida, por supuesto, que cumpla otras funciones de diverso carácter, entre ellas las derivadas de sus responsabilidades con la seguridad nacional.
Resultaría de utilidad distinguir entre los medios que expresan las posiciones del Estado y el Partido y el resto de los medios definidos como públicos y que, como tales, deben ser portavoces de los diferentes segmentos sociales y actuar dentro del proyecto país en su conjunto, no solo desde las visiones oficiales. Esto ayudaría, además, a un tratamiento más variado y matizado de la información internacional, ya que no comprometería la política exterior del país.
La prensa puede servir con efectividad a los cambios necesarios en la sociedad cubana, pero si no desconoce las claves de una comunicación comprometida ética, política y comunicativamente con los conceptos y visiones que el pensamiento crítico revolucionario ha ido acumulando hasta nuestros días.
Notas:
[i] Raúl Castro, Discurso de clausura del séptimo período de sesiones de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, 1 de agosto de 2011.
[ii] “El cambio social como acción transformadora”. Washington Uranga, p.40, En: Comunicar para el cambio social, Buenos Aires 2004.
[iii] Paulo Freire: “La esencia del diálogo”. En: ¿Qué es la Educación Popular?, en Martha Alejandro, María Isabel Romero y José R. Vidal, compiladores, Editorial Caminos, La Habana, p. 87, 2008.
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