Embarqué en el mes de enero del año 2010. Llamó poderosamente mi atención que la mayoría de la tripulación eran adolescentes cubanos entre 15 y 16 años de edad. Todos estaban allí por causas parecidas:
problemas de conducta y una estrecha relación con hechos delictivos.
Poco a poco, me fui relacionando con algunos de ellos. Nos veíamos sobre cubierta una vez a la semana y conversábamos por largas horas.
Mis únicos asideros eran una vieja cámara de video casera que llevaba en mi mochila y un montón de ideas locas que había leído en artículos y manuales de la Educación Popular.
Mi primer objetivo fue hacerme su amigo, y creo que lo logré. Del grupo de diez, quedaron solo seis grumetes que ya en el mes de febrero hablaban de su vida, de sus prácticas, de sus familias y de su escuela, como si nos conociéramos de siempre.
Llevar a la práctica esas técnicas participativas que antes había leído y ver como los muchachos se apropiaban de la cámara y empezaban a pensar en hacer ellos mismos su propia película, fue la parte más emocionante.
Empezamos a escribir una especie de guión, a principios del mes de marzo. Ellos mismos pusieron el título: Nuestras vidas en una historia. Querían contar sus vivencias y elaborar un audiovisual. Alternaron como entrevistados y entrevistadores, a veces, incluso, los que llevaban la cámara discutían con los otros cuando estos decían algo con lo que ellos no estaban de acuerdo.
En algún momento se viraban hacia mí y hacían alguna pregunta. Me pidieron ayuda para editar aquella locura de imágenes y sonidos. Una tarde cálida de marzo, los siete sentados sobre cubierta, estrenamos nuestro documental. Estábamos alegres, entusiastas y también emocionados.
Días después tocamos tierra. Yo me bajé y ellos siguieron camino. El tiempo que pasé en aquel bergantín fue uno de los periodos más intensos e importantes de mi vida universitaria. Creo que para ellos también fue algo nuevo. Compartieron vivencias, reflexiones y expectativas; aprendieron, jugaron, hicieron una película, se volvieron mejores amigos y miraron con ojo crítico su dura realidad.
De vez en cuando recibo carta de ellos. Supe que Claudia, Wendy, Ronald y Raidel desembarcaron en otros puertos para empezar una nueva vida. Chanel y Yusiel siguen navegando. Todos recuerdan con agrado la travesía compartida.
Todavía me pongo melancólico y voy al puerto. Veo con nostalgia los barcos que pasan. Sé que es solo cuestión de tiempo para que, ahora con más lecturas y otras experiencias, me suba a otro velero y me eche al mar.
por: Rodolfo Romero Reyes
Nota:
Este texto toma de referencia la experiencia del autor en su tesis de licenciatura en Periodismo (2010), en la realización de un video con metodología participativa junto a un grupo de adolescentes cubanos con problemas de conducta.