a) Alfredito tenía trastocados algunos términos, cuando resultaban afines, como: cama y colchón, por ejemplo.
b) La Reina del Reino, no era precisamente una corrupción semántica de La Bestia del Reino, como veremos más adelante.
c) Alfredito estaba perdidamente enamorado de su Reina imaginaria.
Puestas “las cosas en su lugar” (en el lugar de Alfre), resultó que el Reino no era otro que él mismo (masculino de Reina), algo así como “el conyugue (o pareja) de la Reina”; anteponiendo, para la construcción de géneros, al femenino. Obviamente, desde su idilio, en el mundo no había reyes, sino reinos (no confundir con reinados).
Por suerte, no fue necesaria la intervención de un especialista en psicología infantil para la solución del “equívoco”. Un simple debate grupal “esclareció”, lúdicamente, que la K de un juego de cartas (King, rey, en lengua inglesa), siempre valía más que la Q (Queen, reina); por lo que reina derivaba de rey, y no a la inversa ¿?
Hoy, felizmente “k-asado” y padre de tres hijos, Alfre es “K-abeza” de familia. Aunque dudo mucho que haya comprendido aquel remoto razonamiento, sospecho que sencillamente asumió el criterio generalizado entre sus coetáneos.
Pero los “equívocos” siguen dando que hacer en un mundo que reclama equidad sin supeditación de géneros, como en el aplastante y regresivo caso de poeta y poetisa, recientemente homologados a un solo plano de identificación (tradicionalmente masculino), restándole gracia y necesaria diversidad para denominar a quienes cultivan una manifestación literaria tan sutil.
Ya no son suficientes los pueriles razonamientos estructurales que nos hemos construido históricamente, durante nuestra evolución socio-cultural. A pesar de ello, por motivos exclusivamente de orden, resulta totalmente absurdo revertir la significación genérica con la que designamos a cada cosa de este mundo; que, dicho sea de paso, tienen muy buena representación semántica en cada uno de los casos.
Para citar ejemplos, que serían interminables, bastaría con unos pocos: el sol y la luna; la tierra y el fuego; el día y la noche; la yegua y el caballo (nunca el caballo y la caballa, escollo superado con la anécdota que inicia esta disertación). O los exponentes de rigidez genérica como: caballito de mar, que posee ambos sexos (dicho sea de paso, es una especie de pez en la que el macho gesta y pare a sus crías). O los casos de la cebra, o la jirafa, que también poseen diferenciación sexual.
En este sentido, me permito aclarar algunas confusiones que rebasan el mundo espiritual de un niño, que todavía no sabía discernir entre cosas muy próximas entre sí, para alcanzar magnitudes generalizadas a nivel social. Un ejemplo bien sencillo: sapo y rana, no son los equivalentes genéricos de toro y vaca (aunque, para más enredo, también existe una “rana toro”). En ambos casos, rana, y sapo, se trata de dos grupos distintos de animales, entre los cuales encontramos sexos opuestos.
Más allá de confusiones de esta naturaleza, trátese de objetos o fenómenos inanimados, o de otros bien vivos, el asunto no estriba en la clasificación psicológica que le atribuimos a tal o más cual manifestación genérica de la realidad objetiva o subjetiva, sino a la función esencial que cumplen en la dualidad del universo; en el que la oposición constituye la fuente primordial para que el mundo tenga simetría bilateral…, o a la inversa.
por: Amilkar Feria