Convocados por la Embajada de El Salvador en Cuba, en la mañana de este 23 de marzo tuvo lugar en la Casa del Alba de La Habana un homenaje a Monseñor Oscar Arnulfo Romero en el 38 aniversario de su asesinato.
Recordando aquello que Monseñor dijo “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”, este espacio fue confluencia de memoria y reclamo. De la voz de Dorila Márquez, sobreviviente de la masacre de El Mozote, nos llegó el relato del horror, la poesía de la verdad y el pedido constante de evocación y justicia.
En diciembre de 1981 el Ejército Salvadoreño, bajo la estrategia de “tierra arrasada”, asesinó a casi mil personas, entre ellas más de 400 mujeres – 12 de ellas embarazadas – y 558 niños y niñas masacrados – 254 menores de cinco años y 12 bebés no nacidos -. Se trata de una de las masacres más horribles en América Latina. “Decían que éramos guerrilleros, pero en el vientre de las mujeres no había fusiles” narró Dorila. Su hermana estaba a punto de parir en aquel diciembre.
El gobierno salvadoreño, la Embajada de EEUU en el Salvador y el gobierno de EEUU, negaron la masacre e impidieron la justicia. A través de la voz de Radio Venceremos, de periodistas como Meiselas, y de la labor de Tutela Legal y el arzobispado, y sobre todo del testimonio de Rufina Amaya, se dio a conocer el horror del fascismo latinoamericano.
Tres mujeres viajaron a Ecuador a presentar las pruebas del equipo médico forense argentino en las exhumaciones, sus testimonios y a pedir justicia. Sin embargo, la justicia salvadoreña se demoró en llegar y no fue hasta noviembre de 2017 que los campesinos y las campesinas de El Mozote pudieron presentar la denuncia en los tribunales de su país. Todavía esperan una respuesta.
“La justicia encierra mucho y nosotros pedimos que se cumplan las leyes y se encarcelen a los culpables. Aunque estén viejitos hicieron mucho mal y el corazón no cambia como el cuerpo”. Ella y El Mozote son la voz de los que necesitan hablar. Para Dorila estar en Cuba es un sueño cumplido y les agradece los años de solidaridad, de acompañar en la lucha y en la esperanza. Dorila describió una imagen que vivió en diciembre de 1981 y le salió un poema sin quererlo. En la sencillez del relato se levantó la sombra del terror, y en el acto de seguir contando la dignidad “pasó una niña llorando con un niño en brazos. Un soldado iba detrás. Se escuchó una ráfaga de fusil y la niña ya no lloró más”.