Cuando por primera vez oí sobre el centro creo que apenas avanzaba en la educación secundaria. Entonces también se hablaba de los Pastores por la Paz y su amistad con nuestro país, pero yo era una adolescente y aquel lugar se me volvía distante, como mismo veía entonces la posibilidad de alcanzar el gran deseo para mi futuro profesional: ser periodista.
El periodismo se convirtió en una meta más seria y el símbolo que constituían para mí los Pastores por la Paz y el CMLK aparecía sólo de vez en cuando, pero siempre distante. Diez años después supe lo que es vencer de verdad un reto, tal vez el más difícil que me impuse hasta aquel momento en mi vida. Entonces todo para mí era nuevo: el periodismo, la televisión y la gente, ahora agrupada en un concepto estudiado y aprehendido, el de comunidad.
Nuevas motivaciones fueron surgiendo y, por un anhelo muy íntimo del que he hablado muy pocas veces, me reencontré con el centro y las posibilidades que brinda con su programa socio-teológico, pero aún seguía siendo, en mi ingenuo y escaso conocimiento, un sitio para la espiritualidad.
Mientras trataba también de calmar con el trabajo la casi insoportable ansiedad de querer hacer todo el periodismo de mi vida en pocos meses, fui descubriendo que la gente me gusta más de lo que había imaginado y tiene mucho más para decir de lo que dice habitualmente en los pocos espacios creados para ello en los medios. Sin
sospecharlo los viejos e íntimos anhelos y las nueva motivaciones de
entregar los medios de comunicación a las comunidades adonde pertenecen, se iban juntando en un mismo destino.
Soñar el periodismo participativo como realidad urgente y posible ha sido
“mi gran culpa” para llegar hasta aquí. De pronto me vi sentada en una silla
diferente cada día, a veces rodeada de un círculo formado por unos cuarenta soñadores más.
Descubrí el encanto de la Educación Popular y siento que he sido partícipe de una gran conspiración. Ciertamente me pregunté al inicio qué hacía ahí y la dialéctica del taller me fue dando las respuestas. Aquel anhelo íntimo del que hablo poco, fue compartiendo su lugar y me permitió descubrir que en ese sitio mágico, la espiritualidad trasciende las paredes del templo para invadir cada rincón, cada espacio, cada diálogo, y obligarnos – sin presión alguna- a amar hasta lo que podría parecernos más simple, como un taza de café.
Sentir cómo mis compañeros y yo nos juntábamos en un sólo abrazo fue al mismo tiempo perder de vista a los que en la universidad llamaba profesores y allí aprendí a llamar por sus nombres, y a buscarlos con la vista, porque se me perdían en el mismo círculo, en el mismo abrazo que llenaban mis nuevos amigos.
Adaptar a mi realidad las enseñanzas del reverendo Raúl Suárez en sus
palabras de bienvenida, me ayudó también a reafirmar la sospecha de cuánto tiene la gente que decir a nuestros oídos, de cuánto más tienen para darle a la Patria y de cuántos cubanos y cubanas valiosas se suman cada día a los que mantienen el brillo de nuestro archipiélago.
Esas y muchas motivaciones y enseñanzas recibidas en esos días me hicieron entonces muy fácil las respuestas cuando tuve que sentarme en dos sillas y contestar por fin cómo llegué y cómo me voy: “vine con el sueño de ´hacer` por mi pueblo y mi país, y me fui con la suficiente fuerza para convertir en realidad esos sueños” y con una profunda huella, cuya trascendencia les resumiré en una palabra: regresaré.