El Premio Cultural ALBA de las Letras 2008 ha sido otorgado en su segunda edición a Roberto Fernández Retamar. Intelectual coherente de profunda vocación martiana y gestor cultural incansable, Fernández Retamar (1930) es una de las figuras más ilustres de la cultura cubana, cuya relevante obra poética —al decir de Lezama Lima entre las mejores de su generación—, y una prestigiosa obra ensayística sobre el desarrollo cultural de la América Latina y el Caribe lo sitúan entre los más respetados pensadores del continente.
El Premio ALBA, para “creadores vivos que hayan consagrado, de manera sostenida, su vida y el conjunto de su obra a engrandecer el patrimonio cultural de la América Latina y el Caribe con aportes originales”, es auspiciado por el Fondo Cultural de la Alternativa Bolivariana para las Américas, y fue concedido en su primera entrega a Mario Benedetti como Premio Literario, y a Oscar Niemeyer como Premio de las Artes.
Graduado de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, donde es Profesor de Mérito, la inquietud intelectual que condujo a Roberto Fernández Retamar a un sobresaliente desempeño académico hasta su Doctorado, lo llevó a cursar estudios universitarios en París y Londres, y a impartir luego clases en la universidad de Yale, y conferencias en muchas otras universidades de América, Europa y Japón.
Desde el triunfo revolucionario en Cuba se entregó a un intenso trabajo a favor de la cultura nacional, ha realizado tareas diplomáticas y ha contribuido a fundar instituciones culturales como la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y el Centro de Estudios Martianos. Fue merecedor, en 1989, del Premio Nacional de Literatura.
Ha ejercido como Presidente de la Casa de las Américas desde 1986, y como Director de la revista Casa de las Américas desde 1965. En ambas funciones su labor ha sido fundamental para extender este espacio de encuentro de las culturas de nuestra América, y ha contribuido a que la Casa arribe a la celebración del medio siglo de quehacer cultural siendo digna de los más altos homenajes.
Por lo general, los premiados dicen que permanecen atónitos ante el anuncio oficial del premio recibido, que demoran en entender la noticia. ¿Qué fue lo primero que pensó cuando se lo dijeron? ¿Cómo recibió este reconocimiento?
La noticia me cogió desprevenido y me halagó al mismo tiempo, así que la recibí con una mezcla de sorpresa y alegría. El Premio remite a algo muy importante, el ALBA, proyecto que surgió en Venezuela, al principio solo abarcaba a Venezuela y Cuba, y hoy cuenta además con otros países de nuestra América. Se trata de una iniciativa que mira a muchas zonas de nuestra vida política, económica, social y también cultural. Me hace feliz que este hermoso proyecto tenga una vertiente cultural, y que se haya tenido la generosidad de pensar en mí.
Usted se ha convertido en una referencia respetada sobre el estado de la cultura latinoamericana a través de sus ensayos. ¿Ha llegado la hora de añadir una nueva etapa a la mirada de “Caliban” sobre el mundo y sobre sí mismo?
He dicho en otras ocasiones, y repito ahora, que lamento que “Caliban” siga teniendo actualidad. Me gustaría que no la tuviera, me gustaría que la esencia de ese ensayo, la defensa de los países del Sur, llamados subdesarrollados o del Tercer Mundo (que de varias maneras se los nombra), frente a la explotación de que son objeto por los países del Norte, a los que he llamado subdesarrollantes, no fuera ya necesaria, con lo cual perdería vigencia “Caliban”. Pero, desgraciadamente, la realidad persiste, y le sigue dando razón de ser al ensayo. Creo, sin embargo, que el momento actual es de los mejores, porque la América Latina y el Caribe están despertando. Se cuenta con varios gobiernos francamente revolucionarios, y otros que mantienen al menos una postura digna. Que yo recuerde, nuestra América no ha vivido nunca un momento tan positivo como este. Lo que espero, insisto en ello, es que pierda sentido “Caliban”, porque haya desaparecido la explotación de unos países por otros.
En la Feria del libro mencionó haber lamentado que le quedara pendiente un diálogo con el Che sobre la cultura cubana, truncado por el viaje del guerrillero al Congo, luego a Bolivia y finalmente por su muerte. ¿Cuál fue su relación con el Che, y en qué hubiera consistido ese diálogo, del cual la conversación y la carta fueron un punto de partida?
Ello nació del hecho de encontrarme azarosamente en un viaje fuera de Cuba con el Che, quien me dio a leer lo que entonces era todavía el manuscrito de su carta a Carlos Quijano, el director del semanario Marcha, que sería publicada con el título “El socialismo y el hombre en Cuba”, un texto capital, que fue uno de los últimos que dio a conocer en vida. Sin embargo, en ese texto que tan importante es y que tanto me satisface, había un punto, referente a los escritores y artistas coetáneos de los dirigentes de la Revolución, con el que no estaba enteramente de acuerdo, y se lo dije al Che. Entonces él me instó a que escribiera sobre ese punto, y yo le respondí que nadie en Cuba se iba a atrever a publicar un texto en el que yo discrepara del Héroe de Santa Clara, como se llamaba entonces por antonomasia al Che, y me dijo que se lo mandara a él y él lo haría publicar. Por eso le escribí la carta, demasiado larga. La idea era que él la publicara, me respondiera y mantuviésemos un intercambio de ideas sobre ese punto. Pero cuando le envié la carta al Che ya él no estaba en Cuba, y no sé si cuando regresó del Congo la haya leído, aunque desde luego doy por sentado que no. Tenía entonces muchas cosas importantes que leer y que hacer.
En esa fecha yo había empezado a dirigir la revista Casa de las Américas, y Haydée me mandó a llamar y me preguntó si era verdad que yo le había enviado una carta discutidora al Che. Le respondí que sí. Y entonces ella añadió algo cuyo sentido último no entendí de momento. Me preguntó si yo le hubiera mandado una carta así a Fidel cuando peleaba en la Sierra Maestra. Le contesté que, por supuesto, no. Y no me di cuenta de que lo que me estaba diciendo Haydée era que el Che estaba como Fidel en la Sierra Maestra. En aquel tiempo no se sabía dónde estaba el Che, y no fui lo bastante perspicaz para darme cuenta de lo que me estaba dando a entender Haydée.
Me hubiera gustado mucho que el Che me respondiera esa carta. Cuando se conmemoraron los 75 años de su nacimiento, la compañera Aleida March, a quien yo había enviado una copia de la carta, me pidió que la leyera en un acto en la Biblioteca Nacional. Y una vez que se hizo pública, la incluí en dos libros míos: Cuba defendida y Recuerdo a. Después, en una intervención en la Feria, llamé la atención sobre por qué en los encuentros famosos de junio de 1961 en que nos reunimos escritores y artistas cubanos con dirigentes de la Revolución como Fidel, el presidente Dorticós, el ministro de Educación Armando Hart y otros, no estaba el Che. Fue una ausencia notable, porque, como se vio en su carta a Quijano, él tenía ideas muy firmes sobre la cuestión. Hubiera sido magnífico que estuviera presente.
En cuanto al diálogo con el Che, hay que recordar que a él le gustaba mucho polemizar. Creó Nuestra Industria. Revista Económica, siendo Ministro de Industrias, para polemizar, para discutir, y discutió con compañeros de la Revolución y con compañeros de fuera, como Charles Bettelheim. Por tanto, no hubiera sido imposible que también polemizara en relación con el punto que le mencioné. Por desgracia, el diálogo quedó inconcluso.
En relación con el diálogo entre cultura y política, práctica que ha sido eje fundamental en su vida, desde el presente, ¿suprimiría o agregaría nuevos comentarios al texto del Che? ¿Cómo ha sido, en lo personal y en su ejercicio intelectual, esta difícil y a la vez estimulante convivencia?
Creo que el del Che es un texto valiosísimo. En mi carta le decía que era una contribución notable a lo que en la jerga de los filósofos se llama “antropología filosófica”. Me imagino que se hubiera sonreído de haber tenido acceso a esas líneas, que como he dicho no sé si llegó a leer. El comentario que yo le hacía se refería a su idea de que los escritores y artistas coetáneos de los dirigentes de la Revolución tenían un pecado original, y que vendrían nuevos escritores y artistas sin ese pecado. Yo le argumenté que lo del pecado original provenía de la tradición judeocristiana, y que no me parecía justo que se nos aplicara en bloque. También mencionó lo del olmo y las peras, que le objeté igualmente. Por otra parte, la carta del Che es de una importancia inmensa. Y después de su muerte se han venido publicando textos suyos de una enorme relevancia. Por ejemplo, las páginas donde con tanta agudeza critica el manual de economía política de la Academia de Ciencias de la URSS.
En aquellos dos días con sus noches que en la primera quincena de marzo de 1965 compartí con el Che, en un momento me preguntó: “¿A qué atribuyes que la Unión Soviética se haya ido a la mierda?” Me quedé bastante sorprendido. Y como acababa de leer varios libros sobre el tema del gran analista político Isaac Deutscher, le repetí sus criterios. El Che me dijo que no estaba de acuerdo, y que él atribuía lo que había pasado en la URSS a la NEP, la Nueva Política Económica, ese cambio económico tan brusco que a principios de los años 20 se hizo en la URSS, y que Lenin, muerto tempranamente, no llegó a rectificar. Después he visto en los textos póstumos del Che que él insistía mucho en eso. Atribuía a la NEP el comienzo de la deriva negativa de la URSS. En aquel momento me dijo eso nada más. Pero después leí en el libro donde expresa sus desacuerdos con el manual de economía política de la URSS, una cosa tremenda: “están regresando al capitalismo”. Lo dijo en 1965, y fue un profeta, porque, efectivamente, eso fue lo que ocurrió. Y el Che lo previó con extraordinaria anticipación y lucidez.
El Che no es solo una figura política y éticamente maravillosa. Es también un pensador notable. Defendió con su carne sus ideas, y no hay que olvidar, como parte esencial de su contribución, su pensamiento, su extraordinaria coherencia. Apenas tuve relación con él, lo vi varias veces en mi vida, pero no puedo considerarme, como me hubiera gustado, un amigo suyo. Para mí fue magnífico haber podido departir, aunque fuera un poco, con esa inmensa figura.
En cuanto al “diálogo entre cultura y política”, no hay que olvidar que la política es también una forma de la cultura. Entre los Cuadernos de la cárcel, de Antonio Gramsci hay uno que se llama Los intelectuales y la organización de la cultura, donde él recordó que los intelectuales no son solo los escritores, artistas y pensadores: también lo son los sacerdotes, los dirigentes políticos, los científicos, los técnicos, los maestros. Pero cuando se habla de la relación entre cultura y política, con frecuencia se olvida que la política también es una forma de la cultura. Los dirigentes políticos también son intelectuales, y las relaciones entre los intelectuales que se identifican como políticos y los que se identifican como escritores y artistas no suelen ser idílicas, y a menudo han sido tensas. Se trata de dos maneras de abordar el mundo. Y el caso nuestro no es una excepción. Las relaciones a veces son buenas, a veces son tensas, y me parece que a unos y a otros debe exigírseles coherencia. No siempre la intervención de los intelectuales políticos en las cuestiones de los intelectuales escritores y artistas ha sido feliz. Ni tampoco lo ha sido la de escritores y artistas en la vida política. Pero hay que desear lo mejor en ambos casos. Añado que hace años que en Cuba se vive una situación favorable en este orden.
Cuando usted contaba su diálogo con el Che en la presentación del libro por Ayacucho —lo mencioné en la nota que redacté para La Ventana— sentí la falta en el presente de ese diálogo equivalente del joven que usted era en esos 60 con un dirigente de hoy.
En efecto, entonces yo era joven, y el Che no tuvo más que juventud, porque murió a los 39 años. Hace tiempo escribí un artículo llamado “El Che: nuestra juventud”, ya que fue toda la vida un extraordinario joven. Y, al igual que usted, me pregunto si hoy día un escritor joven le escribiría, como yo le escribí al Che, a un dirigente político, identificados ambos con las mejores causas: no desde el punto de vista de la hostilidad, sino todo lo contrario, muy dentro de la Revolución. En relación con la famosa frase de Fidel “Dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada”, siempre he entendido que dentro de la Revolución se incluye la polémica en relación con aspectos que pueden ser o parecer equivocados. (Véase el libro compilado por Graziella Pogolotti sobre polémicas culturales en la Cuba de los 60.) Y el Che llevó eso a vías de hecho. Acabo de recordar la revista que creó para polemizar dentro de la Revolución: no fuera ni mucho menos contra, sino dentro.
Tuve un privilegio muy grande, entre los tantos que he tenido, al trabajar 15 años con Haydée Santamaría. Con ella hablé sobre todas las cosas humanas y divinas. Era un ser extraordinario. Algunas cosas que yo le dije le parecieron bien y otras disparatadas, como es natural. A mí me gusta la frase de Tagore, el poeta de la India, según la cual “cuando se cierra la puerta a todos los errores, también la verdad se queda fuera”. O sea, no hay que temer equivocarse, porque buscar es la única manera de llegar a la verdad. Existe lo que se llama, en la conducta general de los seres humanos, “ensayo y error”. El error forma parte del aprendizaje.
El Che tenía más razón de lo que yo pensaba en aquel momento. Pero de lo que se trataba era de intercambiar ideas, hacer rozar las ideas: esa era la finalidad noble y necesaria. Hay un excelente poema de Bertolt Brecht que se llama “Loa de la duda”, y a Marx le gustaba dudar de todo.
Abundando en lo anterior y con la perspectiva de medio siglo participando desde la institución en la práctica y diseño de las políticas culturales. ¿Cómo ve usted que ha evolucionado la participación e intervención del intelectual en la construcción de la nación?
Soy de los que creen que el arte ―y la literatura es un arte―, lo he dicho en el título de un libro mío a propósito de la poesía, es un reino autónomo, tiene un reino propio, suyo, como lo tienen la política, la religión, los deportes. Un pelotero que sea revolucionario, pero que batee o fildee poco (excluyo a los lanzadores), es un mal pelotero, aunque sea buen revolucionario. Un poeta, un narrador, un dramaturgo que escriban malas poesías, malas narraciones o malas obras de teatro no pueden defender bien con sus obras una causa, o si creen estar defendiéndola lo hacen mal. Hay un carácter intrínseco de la faena artística que tiene que ser respetado, sin lo cual no se es eficaz desde ningún punto de vista. Eso no quiere decir que los escritores y artistas no podamos defender causas valiosas. Se ha hecho a lo largo de la historia y se seguirá haciendo. Pero para que sea eficaz esa defensa, hace falta que el instrumento con el cual se trabaja sea un instrumento de alta calidad. Por eso puse el ejemplo de la pelota, que se entiende más fácilmente.
En 2008 el uruguayo Mario Benedetti recibió el Premio ALBA, este año la joven e importante distinción ha recaído en su persona. Sin duda, es inevitable trazar una línea común entre usted y Benedetti donde se destaca la Casa de las Américas. ¿Cómo ve esta coincidencia en medio de la celebración por los 50 años de la Casa?
Me hace muy feliz, y estoy muy orgulloso de que la persona que recibió antes este Premio haya sido Mario Benedetti, a quien me unen profundos lazos afectivos e intelectuales. De hecho, Mario forma parte de la Casa de las Américas. Fundó el Centro de Investigaciones Literarias y ha estado vinculado a nosotros siempre. De manera que me llena de orgullo que este Premio lo haya recibido una figura tan admirable como Mario. Se puede hacer una lectura coherente de estas premiaciones, porque la línea espiritual que nos une a Mario y a mí pasa por el corazón mismo de la Casa de las Américas. Es una institución ―aunque estoy demasiado involucrado para hablar con objetividad de ella― importante en cuanto a reclamar lo genuino de la creación artística y literaria de nuestra América. En general, no me parece extraño que dos figuras vinculadas a la Casa de las Américas hayamos recibido sucesivamente el Premio.
Se ha dicho más de una vez que el proyecto del Alba es similar a la misión integradora que durante medio siglo ha cumplido la Casa de las Américas. ¿Cuáles considera que son hoy los desafíos a los que se enfrentan proyectos equivalentes en el nuevo escenario sociopolítico y cultural del continente?
Siempre que ha habido un movimiento auténticamente revolucionario en nuestra América, ese movimiento se ha abierto al continente todo. En el siglo XX, el primer gran ejemplo es el de la Revolución Mexicana, que generó una repercusión continental y una preocupación por los hechos continentales. Cuando en la década del 20 del siglo pasado José Vasconcelos fue en México lo que hoy llamaríamos ministro de Cultura, llevó adelante una política de repercusión continental. Él invitó a una joven maestra que entonces no había publicado todavía su primer libro, y que se llamaba Gabriela Mistral. Reunir allí en México una serie de grandes intelectuales fue un antecedente de lo que iba a ser después la Casa de las Américas y de lo que está haciendo ahora la Venezuela bolivariana. Estamos en la misma línea revolucionaria, que suele ser una línea de afirmación nacional y al mismo tiempo de apertura a la universalidad, pero con raíces propias. Entiendo que, efectivamente, la Casa de las Américas está vinculada tanto en el pasado con la Revolución Mexicana, como en el presente con la Revolución Bolivariana, porque es una línea constante.
Es extraordinariamente esperanzador ―comenzamos hablando de eso― que el ALBA tenga una vertiente cultural, como se manifiesta en la generosidad de este Premio, y que, en este sentido, la Casa de las Américas, que durante mucho tiempo estuvo casi sola en el continente, si bien acompañada por muchos de los mejores escritores y artistas, ahora esté acompañada también por distintos países en sus respectivas políticas culturales, en primer lugar lo tocante al ALBA. Hay una continuidad, repito, de la Revolución Mexicana a la Revolución Bolivariana, y seguramente va a seguir extendiéndose en este despertar de nuestra América que estamos viviendo.
Cuando se habla de nuestra América, en ese sentido inclusivo y de pertenencia que le dio Martí, a veces se olvidan regiones de la América Latina y del Caribe que de manera histórica han estado alejadas del resto del continente. Ha sido una de las grandes labores de la Casa incluir muchas de estas regiones. Pienso, por ejemplo, en las noticias de las revueltas sociales en Guadalupe y la Guayana francesa que no han tenido mucha repercusión en nuestros medios. ¿Qué espacio queda para estas regiones en los intentos de integración que empiezan a nacer en América?
Martí mencionó, en su texto programático “Nuestra América”, “las naciones románticas del continente” y “las islas dolorosas del mar”, en una alusión clara, en el último caso, al corazón del Caribe. La Casa de las Américas se ha preocupado mucho por incluir las distintas zonas de nuestra América en el área de su atención y de su trabajo. Por ejemplo, el Premio Literario, que comenzó llamándose Concurso de Literatura Hispanoamericana, al principio se dirigía solo a la América de lengua española. En crecimientos sucesivos, el Premio ha incluido la literatura brasileña, en portugués, y las literaturas en inglés y francés del Caribe, con sus correspondientes creoles. Pienso que cuando hablaba de “las islas dolorosas del mar”, Martí tenía en mente sobre todo las Antillas de lengua española: o sea, Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico. Se sabe que el Partido Revolucionario Cubano de Martí se proponía la independencia de Cuba y la de Puerto Rico. Incluso el Partido tenía una Sección Puerto Rico. En el caso de la República Dominicana, es innecesario recordar que el general en jefe de las tropas mambisas en la Guerra de Independencia de 1895 era un dominicano, Máximo Gómez. Después se ha ampliado mucho el concepto de las Antillas o, más ampliamente, del Caribe, en cuanto a incluir países que no son de lengua española como, por ejemplo, los de lengua inglesa. Son los casos de Jamaica, Trinidad Tobago, Guyana, Barbados, Granada, etcétera. En el Caribe se encuentra el primer país independiente de nuestra América: Haití. Pero también existen colonias de varias metrópolis. Tales son los casos de Guadalupe y Martinica, colonias de Francia llamadas “Departamentos de Ultramar” para eludir el nombre de colonias. Puerto Rico se supone que es un “Estado Libre Asociado” y es una colonia de los EE.UU. Es muy variada, por tanto, el área para la cual la Casa de las Américas creó hace 30 años el Centro de Estudios del Caribe.
Ha dicho que “cuando se viven situaciones límites, la poesía reclama su lugar”. ¿Es que cobra fuerza la poesía en la medida en que la situación del mundo se deteriora? ¿Es la poesía parte de la esperanza de que un mundo mejor es posible?
Aristóteles dijo que el ser humano es un animal político —zoon politikon, decía en griego. Está bien, creo que tiene razón, pero también es un animal poético. Creo que es imprescindible, forma parte de la esencia del ser humano la necesidad de arte, incluyendo la poesía.
Tuve una experiencia muy curiosa, y seguramente a partir de esa experiencia es que hice esa observación. En el año 1970 fui con algunos amigos cineastas dirigidos por Julio García Espinosa, el gran cineasta cubano, a Vietnam, para filmar un documental sobre la guerra de agresión. Salimos de Hanoi y avanzamos hacia el paralelo 17 que entonces dividía lo que se llamaba Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. A medida que nos acercábamos al paralelo se oían los bombardeos. Al principio preocupados les preguntamos a nuestros amigos vietnamitas. “Son truenos”, dijeron. Eran bombardeos terribles. A medida que nos acercábamos empecé a escribir, a tomar apuntes que se convirtieron después en un libro de poemas llamado Cuaderno paralelo. Pero me llamó la atención que los demás miembros de la delegación, que no eran, por así decir, poetas, también empezaron a escribir. Entonces me di cuenta de que la poesía, en los momentos más tensos de la vida de un ser humano, demanda su lugar. Puede ser una guerra, puede ser enamorarse o desenamorarse, puede ser la muerte. En situaciones límites, lejos de desaparecer, la poesía reclama su lugar. De ahí que crea que el hombre no es solo un animal político, también es un animal poético.
En la presentación de sus libros publicados por la editorial Ayacucho se describió como un poeta del aire. ¿Por qué?
Hay un libro de un filósofo francés, Gaston Bachelard, que planteó que los artistas pertenecían a la familia de los cuatro elementos: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Una muchacha cuyo nombre no recuerdo hizo una tesis de grado sobre mi poesía y me ponía entre los poetas del aire, y yo siempre me tuve por tal. Lo que hice entonces fue una alusión a ese libro de Bachelard. Me llama la atención porque hay dos libros míos donde aparece el título fuego, una en Perú que se llama Nuestro fuego, y este otro que acaba de salir en Caracas, que se llama Lo que va dictando el fuego. Pero yo personalmente no me considero un poeta del fuego, sino un poeta del aire, en la terminología de Gastón Bachelard.
por: Maité Hernández-Lorenzo y Johanna Puyol
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