Con las severísimas derrotas sufridas en las elecciones de esta semana la pérdida de la mayoría republicana en las dos cámaras del Congreso, más el triunfo de los demócratas en la mayoría de las gobernaturas que estaban en juego la presidencia de George W. Bush terminará con un poder menguado y declinante, y se verá obligada a renunciar a los aspectos más bárbaros de sus programas políticos doméstico y global.
Ayer mismo, Bush tuvo que acusar recibo de la paliza electoral recibida la víspera y removió del Departamento de Defensa a Donald Rumsfeld, el halcón más connotado de su equipo y el más contumaz impulsor de la agresión militar contra Irak y promotor de la guerra como justificación de gobierno y como coartada para la promoción de intereses corporativos privados.
Lo sustituye en el cargo Robert Gates, quien tiene como antecedente el haber estado involucrado en la triangulación de drogas, armas y dinero para abastecer a las bandas paramilitares que el gobierno de Ronald Reagan organizó contra el gobierno sandinista en Nicaragua, en el escándalo conocido como Irangate. La salida de Rumsfeld es emblemática de la derrota republicana, que tuvo como componente central el descontento social frente a una aventura bélica moral y legalmente insostenible que ha causado cientos de miles de muertes en la nación agredida, además de casi 3 mil bajas fatales entre las filas de las fuerzas armadas estadounidenses.
Si los demócratas desean capitalizar su victoria, no sólo en aras de una elemental congruencia representativa, sino también para cimentar un buen desempeño de su partido en los comicios presidenciales de 2008, tendrán que interpretar con fidelidad el veredicto ciudadano y emplear a fondo sus mayorías legislativas para obligar a Bush a desmantelar el sangriento tinglado propagandístico, militar y empresarial en el que se sustenta la “guerra contra el terrorismo internacional”.
La nueva presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, ha señalado ya que su bancada propugnará un cambio de rumbo en las orientaciones actuales del poder público. Por su parte, el senador Harry Reid, previsible líder de la nueva mayoría en la Cámara alta, reiteró que la votación del martes compromete a los demócratas a “llevar al país por una nueva dirección”.
El viraje necesario no se refiere únicamente al imperativo de buscar una salida a la intervención militar de la Casa Blanca en Irak sino también a una reformulación de las políticas nacionales, conservadoras y privatizadoras, desarrolladas por la administración Bush.
Por otra parte, el triunfo demócrata pone sobre la mesa la posibilidad de que el Legislativo emprenda investigaciones creíbles sobre los episodios de corrupción y sobre los casos de manifiesta irresponsabilidad que arrastra el actual gobierno.
Desde luego, el descalabro electoral republicano no conlleva ninguna alteración en los patrones imperiales básicos que rigen a la máxima potencia mundial, los cuales tienen consenso entre demócratas y republicanos. En cambio, es posible avizorar la corrección de las graves desviaciones autoritarias, el carácter depredador y la acentuada agresividad internacional que han caracterizado al actual grupo en el poder, y ello constituye una señal de alivio para muchos que en Estados Unidos y en el mundo han sufrido las consecuencias nefastas de la llegada de Bush al poder, hace seis años. Hay razones para creer que, aunque siga en la Casa Blanca durante otros 24 meses, ha pasado ya lo peor del pavoroso gobierno del texano.