Hoy, en la despedida de las cenizas de Fidel, he visto a muchos ancianos y ancianas llorar de forma desconsolada. Fidel ha muerto junto a una época, con él muere una marea de símbolos de la era de las revoluciones. Fidel era el último barbudo, el último orador de discursos gigantescos, el último actor en el teatro de las revoluciones históricas del siglo XX.
Los que lo vieron joven, aparecido en la Cuba republicana, primero ortodoxo, después guerrillero, más tarde socialista, se acostumbraron a entender sus vidas con él, como una presencia mítica. “Viene Fidel”, “va a pasar Fidel”, “un hombre de Fidel”, “si lo supiera Fidel”, “escríbele a Fidel”. Son frases que demuestran que no era Fidel un jefe de Estado sino un Hombre, con la mayúscula de los seres que son también espíritu.
El sentimiento de orfandad que Fidel deja con su ida significa que los cubanos y cubanas vivíamos en una realidad que no se entiende solo con llamarla paternalista, como se ha puesto de moda en los últimos años. Me han dicho en llamadas por teléfono, en los días posteriores a su muerte: “me siento sola”, “tengo miedo”, “no paro de llorar”. Gente distinta, algunas de ellas no precisamente fidelistas sino simplemente revolucionarias, o en otros casos simplemente decentes.
De este momento hemos hablado mil veces, lo habíamos hecho, pero no es igual el temblor de lo imaginado que de lo ocurrido. ¬ ¿Qué va a pasar cuando no esté Fidel?, era una pregunta corriente hace años. Era lógico preguntarse y además una obligación de los que piensan en Cuba para el bien de ella, que es lo mismo que decir para el bien de nosotros.
Ahora toca ser valientes, como el Fidel del Moncada, toca ser cultos y enérgicos y serenos, como el Fidel de la Historia me Absolverá u orgullosos y temerarios, como el de la foto de preso, esposado, pero protegido por Martí. Si queremos que Cuba se salve del odio, de las venganzas entre hermanos, de la barbarie del capitalismo y de las desviaciones de los que no quieren cambiar nada, tenemos que ser trabajadores, como el Fidel que dormía poco, indomables como el Fidel que se caía y volvía, se enfermaba y cambiaba de actividad. Si queremos ser revolucionarios y no traidores de la voluntad del pueblo, tenemos que saber cuándo es el momento de dejar a los otros decidir, como hizo el Fidel del 2006.
A las lágrimas de los ancianos y ancianas que vi llorar, como quien pierde, más que un líder una referencia de vida y esperanza, les tenemos que decir que confíen en el pueblo de Cuba, sobre todo en los jóvenes, pero para eso la confianza tiene que llegar de la mano de la responsabilidad y del poder de decisión.
Cuba está llena de hombres como Villena, como Mella, como Guiteras, como Camilo, como el Che, como Fidel. Este es un pueblo de mujeres y hombres que han estudiado, que saben trabajar, que saben decidir, y que deberán saber rectificar, cuando se equivoquen.
Es el momento del pueblo de Cuba, de la gente de bien que quiere hacer el país más justo, más digno, más vivible, más socialista en fin.
Para que Martí no muriera en el año de su centenario Fidel creyó que había que jugarse la vida por Cuba. Para que Fidel no muera todos los días es el momento de arriesgar el puesto, la gasolina y la tranquilidad, por el bien del socialismo, que no se construye solo, ni dejando pasar los días para que otros lo intenten.
Fidel ha dejado sin referencias a mucha gente. Antes le pedíamos a Haydée, le escribíamos a Celia, esperábamos que se enterara Fidel. Ahora nadie le va a escribir a él. Tal vez no aparezcan más nombres para el hombre con más títulos y epítetos del siglo XX, pero nos podemos escribir a nosotros mismos, nos podemos responder nosotros mismos.
Fidel nos ha obligado a olvidar la pregunta que antes repetíamos día a día. Ya no diremos qué pensará Fidel de este problema. Ahora tenemos que decirnos: manos a la obra.