En este año nuevo hazte nuevo, reduce la ansiedad, riega de ternura los sentimientos más profundos, imprime a tus pasos el ritmo de las tortugas y la levedad de las garzas.
No te mires en los demás; la envidia socava la autoestima, fomenta el resentimiento y abre en el centro del corazón un agujero en el que se precipita el propio envidioso.
Mírate en ti mismo, asume tus talentos, cree en tu creatividad, abraza con amor tu singularidad. Pero evita la mirada narcisista. Sé solidario: extiende las manos a los demás y oxigena tu propia vida. No seas rehén de tu egoísmo.
Ten cuidado con lo que hablas. No pronuncies difamaciones ni injurias. El odio destruye a quien odia, no al odiado. Cambia la maledicencia por la benevolencia. Comprométete a expresar algunos elogios cada día. Tu salud espiritual te lo agradecerá.
No desperdicies la existencia hipnotizado por la televisión o navegando sin rumbo por internet, naufragado en el torbellino de imágenes e informaciones que no consigues sintetizar. No dejes que la seducción de los medios anule tu capacidad de discernir y te convierta en un consumidor compulsivo. La publicidad sugiere felicidad y, mientras tanto, no ofrece sino placeres momentáneos.
Centra tu vida en bienes infinitos, nunca en los finitos. Lee mucho, reflexiona, intenta buscar el silencio en este mundo ruidoso. En él te encontrarás a ti mismo y, con seguridad, a Otro que vive en ti y que casi nunca es escuchado.
Cuida tu salud, pero sin la obsesión de los anoréxicos ni la pulsión de los que devoran alimentos con los ojos. Camina, practica ejercicios, sin descuidar el aceptar tus arrugas ni temer a las señales del tiempo en tu cuerpo. Asiste también a un gimnasio de entrenar el espíritu. Y échate cremas revitalizadoras de la generosidad y de la compasión.
No des importancia a lo fugaz, ni confundas lo urgente con lo prioritario. No te dejes llevar por las modas. Haz como Sócrates, observa cuántas cosas se te ofrecen en los comercios que no necesitas para ser feliz. No dejes pasar ni un día sin un momento de oración. Si no tienes fe, concéntrate en tu vida interior, aunque sólo sea durante cinco minutos.
Arranca de tu mente todos los prejuicios y, de tus actitudes, todas las discriminaciones. Sé tolerante, colócate en el lugar del otro. Todo ser humano es el centro del universo y morada viva de Dios. Pregúntate a ti mismo por qué, a veces, provocas en los otros antipatía, rechazo, disgusto. Revístete de alegría y distensión. La vida es breve y como totalmente cierto sólo conocemos la muerte.
Haz algo para preservar el medio ambiente, purificar el agua y el aire, reducir el calentamiento global. No utilices material que no sea biodegradable. Trata a la naturaleza como lo que ella es en realidad: nuestra madre. De ella vivimos y a ella volveremos. Hoy vivimos del beso en la boca que ella nos da continuamente al nutrir a cada uno de nosotros de oxígeno y alimentos. Reserva un espacio en tu día para conectar con el Transcendente. Deja que Dios acampe en tu subjetividad. Aprende a cerrar los ojos para ver mejor.