No arroyan las grandes diferencias, pero el casi millón y medio de hombres y mujeres que les da la victoria, nos habla de un pueblo que se niega al olvido y que, en esa terquedad histórica, se resiste a la voracidad del insaciable que mutila espiritualidades, recursos y memorias de los pueblos.
Desde un Centro de Votaciones en el departamento La Paz, la Red de educadoras y educadores populares de Cuba estuvo presente en aquellas horas de la tarde noche en que, por el conteo de votos, no se aseguraba el triunfo. La desesperanza pesaba sobre algunos, pero, aun desde ella, se avivaba la terquedad, la conciencia colectiva de que el pueblo unido ni se convence ni se vence.
En los centros electorales la gente ejerce la democracia, asediada por un partido derechista que agrede, manipula emociones y compra votos, en desbocada impotencia que, como fiebre, debuta cuando se padece de debilidad moral.
Así se ganó el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) su continuidad en el gobierno del país, esta vez en la figura histórica de Salvador Sánchez Cerén, maestro por vocación, guerrillero, ex comandante, impulsor y firmante de los Acuerdos de Paz que en 1992 dieron fin al conflicto armado y pusieron en el escenario político a un grupo de tercos que querían y creían en otras formas de producir y reproducir la vida.
Cuando se legitima la victoria el pueblo de rojo se va a las calles. El canto de la revolución venía de muchas voces, dejaba muchos ecos. Allí se esperaba a un presidente que lleva a cuesta, en sus 69 años, la humildad de su gente y la bravura de los que le apuestan a sus causas. De ofrenda, regala emocionado la esperanza del cambio, retoma el tema de la revolución sin prejuicios, respetando identidades, religiones e ideologías.
Del otro lado, a escondidas de los cantos, se escurre una ultraderecha enfurecida que amenaza con la reacción. Pero aquí no hay miedos: este país se tomó ayer por asalto y hoy por la democracia electoral.
De lunes, amanece El Salvador tranquilo y un FMLN convencido, tal vez, de que más allá del punto de llegada, habrá que concentrar esfuerzos en el camino, sus señales y sus pasos. Saberse aprendices los hace más fuertes.
A nosotras, espectadoras de esta hazaña, nos vuelve a Cuba con su pasado y presente, con sus colores y sabores, con su gente, sus azares y su proyecto. Muchas emociones se nos encuentran en este 9 de marzo. En el centro, el orgullo casi arrogante de ser cubanas y rodeándolo la absoluta convicción de que en América Latina hay muchos sentipensantes de que la sangre es roja y el corazón se llevan a la izquierda.
A quienes nos es dada la posibilidad de vivirlas de cerquita, sobre todo cuando se ha dejado la piel en el intento, estas fechas nos conmueven, nos movilizan, nos encuentran en las calles y plazas, nos provocan debates donde Cuba nunca falta. Con el cansancio de una jornada intensa, después del desvelo de una noche, qué bueno es tener compañía para pensar nuestras angustias.
Y es que la experiencia de América Latina nos convoca a seguir pensándonos desde nuestras experiencias, a creer que allá, con todos nuestros acumulados, podríamos ensayar nuevas y más audaces formas de cambiar el mundo.
Pero aquí, vivimos, sufrimos, celebramos. No es una cuestión de generosidad. No es generosidad lo que hace que los pueblos en comunidad se apoyen y nutran entre sí. Es más bien lo que Whitman llamó “el hambre de los iguales” – el deseo de un contexto en el cual nuestras propias preocupaciones sean amplificadas, aceleradas y aclaradas en cooperación con los hermanos y hermanas del continente.
Y aquí estamos: revolucionarias de hacer revoluciones en las revoluciones. Somos dos rebeldes enamoradas, inaugurando libertades, imaginando nuevas relaciones en el amor, en la amistad, en la fidelidad, convencidas de que, más allá del intercambio y de la crítica, debemos seguir preguntándonos cómo podemos hacer posibles las condiciones para trabajar no sólo para Cuba, sino para todas las causas hermosas de este mundo.