Me fui a la hamaca y sin preocuparme entonces de dimensionar el impacto mundial de esta pérdida, (un viaje que tengo pendiente), me centré únicamente en dimensionarla en mí. Acudieron, entonces, a la memoria recuerdos de la infancia donde él está profundamente enraizado. Me vi en un patio escolar, rodeada de chiquillos (chiquilla también yo) y aquella frase repetida cuando un avión sobrevolaba el pueblo, se me apareció ahora como lo que verdaderamente era: un canto
de cariño. “Adiós, adiós, Fidel”, gritábamos con la vista en el cielo, por donde andaba el héroe legendario velando por nosotros.
Luego, en la adolescencia, lo asumí como el tipo capaz de llevar adelante un sueño hasta darle materia, enredando cómplices en la travesía, enredándose con el pueblo. Un tipo de una inteligencia y un valor a toda prueba que fui conociendo más y más durante todos estos años de construcción difícil de nuestro hogar socialista. Un tipo siempre sensible a lo humano y al sufrimiento ajeno.
Durante mucho tiempo, como parte también del imaginario de mi generación, tejí una construcción del Fidel mesías, para luego, llegada ya la madurez, deconstruirlo héroe, historia, padre, coraje, viejo lindo y abuelo. En fin, si no salen las palabras es porque el dolor silencia, aunque reconozco que ya venía doliendo saberlo mortal y teniendo sus dignísimos 90 años.
Asomarse hoy a las redes sociales es un reto a la capacidad de indignación humana. Pero siento lástima, desprecio y lástima por los que esconden tras sus supuestos festejos, la espina, el grano en el orto, que implica Cuba, que implica Fidel lleno de gloria, de gloria popular, llevando adelante la empresa: la del pueblo digno de Cuba, que implica que hoy, en medio de la debacle humana, de la estrepitosa
crisis capitalista, exista un rincón en este mundo, “jodido y chambón” donde no se mueren los niños. Esos niños que seguirán su canto mirando al cielo: Adiós, adiós, Fidel.