A los 14 años entró al Seminario Menor de San Miguel y allí permaneció durante 6 o 7 años. En 1937 ingresó al Seminario Mayor de San José de la Montaña en San Salvador. Fue ordenado sacerdote en Roma el 4 de abril de 1942, donde continuó para hacer su tesis doctoral. Interrumpió sus estudios debido a la segunda guerra mundial por lo cual regresó a El Salvador. Su primera parroquia fue Anamorós, luego paso a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante 20 años; impulsó muchos movimientos apostólicos y la devoción a la Virgen de la Paz. “Desde su vida de estudiante, de joven sacerdote y de su ministerio posterior, se descubre en él, la profundidad enorme de su vida, de su interioridad, de su espíritu de unión con Dios, raíz, fuente y cumbre de toda su existencia” .
Fue ordenado Obispo el 21 de junio de 1970 y nombrado junto a Monseñor Arturo Rivera y Damas, auxiliar de Monseñor Luis Chávez y González. Vivió en el Seminario Mayor, regido por los padres Jesuitas, conoció allí y se hizo amigo del Padre Rutilio Grande. Fue nombrado Obispo de la Diócesis de Santiago de María, San Miguel y tomó posesión el 14 de diciembre de 1974. Fue ahí donde “comenzó a ver de cerca la realidad de pobreza y miseria en que vivían la mayor parte de campesinos”.
El 23 de febrero de 1977 fue nombrado Arzobispo de San Salvador en medio de un ambiente de injusticias, represión e incertidumbre.
El 12 de marzo de ese mismo año es asesinado el Padre Rutilio Grande lo cual le causó a un gran impacto. Monseñor Romero recoge las sugerencias del clero y celebra una misa única en Catedral como signo de unidad de la Iglesia y de repudio a la muerte del Padre Rutilio Grande, a pesar que la Nunciatura le aconseja desistir, él celebró la misa única y fue un acto multitudinario de fe y unión Eclesial. Monseñor Romero decidió acompañar al pueblo en su calvario de miseria y muerte y poco a poco paso de ser Monseñor Romero a simplemente Monseñor “el amigo de este pueblo”. Dio a la arquidiócesis un impulso profético nunca antes visto, su lema fue “sentir con la Iglesia”; y esta fue su principal preocupación “construir una Iglesia fiel al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia”. Puso la Arquidiócesis al servicio de la justicia y la reconciliación en el país.
Monseñor Romero estuvo muy cerca del pueblo a través de sus incontables visitas pastorales, celebrando de 2 a 3 misas en diferentes comunidades de la Ciudad, pueblos y cantones. No perdía oportunidad de reunirse con la gente, especialmente con los más pobres. Le gustaba trabajar en equipo y dialogaba con todas las personas. Fue muchas veces mediador en conflictos laborales. Creó una oficina de Derechos Humanos y abrió las puertas de la Iglesia para dar refugio a los campesinos que huían de la represión.
Monseñor, celebraba todos los domingos, la Eucaristía en Catedral, el pueblo lo reconoció como un Profeta y le llamaron” la voz de los sin voz “. En sus homilías juzgaba los hechos de la semana a la luz de la palabra de Dios y del magisterio de la Iglesia, denunciaba las injusticias y hacia un llamando a la conversión y al diálogo. Su palabra era para muchos motivo de consuelo y esperanza. A pesar de la claridad de su actuación y mediación, Monseñor, como Jesús, fue calumniado, le acusaron de revolucionario marxista, de incitar a la violencia y de ser el causante de todo lo malo en El Salvador. Pero el nunca tuvo jamás una palabra de rencor o de violencia, luego de las calumnias pasaron a las amenazas de muerte, y a pesar de ello dijo que nunca abandonaría al pueblo y que correría con él sus mismos riesgos.
Su vida terminó igual que la vida de los profetas y de Jesús y de todos los sacerdotes y víctimas del pueblo que le precedieron y le sucedieron. Fue asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa a las 6:15. pm en la capilla del Hospital Divina Providencia en San Salvador, donde fue su hogar en los tres años que duró su ministerio. La noticia de su asesinato fue dada en los medios de comunicación por Monseñor Ricardo Urioste diciendo “El pueblo bueno de El Salvador está de luto, han matado a Monseñor Romero”. Su muerte causó mucho dolor en el pueblo y un gran impacto en el mundo. De todos los rincones llegaron muestras de solidaridad con la Iglesia y con el pueblo salvadoreño. En una entrevista en marzo del 80, él manifestó que si cumplían con su amenaza de matarlo resucitaría en el pueblo salvadoreño y que perdonaba y bendecía a quienes lo hicieran, pues él no creía en la muerte sin resurrección. Efectivamente el pueblo que lo ama y lo extraña vive su resurrección y en cada aniversario se reúne en grande y con júbilo para dar gracias a Dios por el regalo a nuestro país de ese pastor bueno, cuya generosidad Evangélica lo llevo a ofrendar su vida por los que ama en seguimiento fiel de nuestro Señor Jesús.
La Arquidiócesis de San Salvador postuló el 24 de marzo de 1994 en el Vaticano, la causa para la canonización de Monseñor Romero. Su pueblo ora por ese momento en la cripta de la Catedral Metropolitana, durante la santa Eucaristía que domingo a domingo se celebra junto al sepulcro que guarda sus sagrados restos; y que se ha convertido con la capilla del Hospital Divina Providencia, donde fue martirizado, en lugares santos, verdaderos centros de oración y peregrinación de personas nacionales y extranjeras que se acercan con devoción y esperanza. Unos a conocer, otros a compartir y pedir o a encomendarse a él, y muchos a agradecer algún favor recibido de aquel enviado de Dios a este pueblo de El Salvador que alguna vez nos dijo:
La palabra queda y éste es el gran consuelo del que predica. mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que la hallan querido acoger” (17-12-1978).
tomado de http://www.fundacionmonsenorromero.org.sv