Lo cierto es que la llamada “bancada evangélica”, integrada por pastores, creció de forma exponencial pasando de 41 diputados y dos senadores a 68 diputados y tres senadores, un aumento de 65 por ciento. Entre los electos destacan 19 parlamentarios de la Asamblea de Dios (que tenía sólo nueve diputados), 11 de la Iglesia Baptista, cinco de la Presbiteriana, cuatro del Evangelio Quadragular, 3 de la Iglesia Internacional y 2 de la Maranatá, entre las más destacadas. En total suman 12.5 por ciento de la cámara. Por el contrario, la “bancada católica” se redujo de 30 a 21 diputados activos, en general sacerdotes.
La composición del Congreso revela el ascenso de religiones que ya cuentan con 25% de fieles mientras las Iglesias católicas los pierden día a día. Buena parte de los intelectuales de izquierda aseguran que el fenómeno revela un creciente conservadurismo en el electorado. La última encuesta del instituto Vox Populi avalaría esa interpretación: mientras Dilma cuenta con 51% de las intenciones de voto y Serra con apenas 39%, entre los votantes evangélicos Dilma cae hasta 42% y es sobrepasada por Serra que llega a 44%. Por el contrario, entre los católicos, la oficialista lleva ventaja: 54% frente a 37% de Serra.
La mayor parte del episcopado católico, encabezado por el conservador arzobispo de São Paulo, Odilio Sherer, hace una defensa intransigente de la vida, y se posiciona contra el aborto en cualquier circunstancia, lo que fácilmente se interpreta como una crítica a Rousseff. En paralelo, la “bancada evangélica” se propone frenar el Plan Nacional de Derechos Humanos porque incluye la flexibilización del aborto.
En la realidad las cosas son más complejas. Buena parte de los parlamentarios evangélicos apoyan a la candidata de Lula y sostienen al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT). La mayoría de los diputados de la Asamblea de Dios apoya a Dilma, en una campaña articulada por el pastor Manoel Ferreira, presidente de esa iglesia. Los ocho diputados del Partido Republicano Brasileño (PRB) pertenecen a la Iglesia Universal del Reino de Dios, a la que pertenece el vicepresidente José Alençar.
Para hacerse una idea de la fuerza social de los evangélicos, debe considerarse que sólo la Iglesia Universal contaba en 2006 con 3 mil 500 templos, 50 radios, 70 emisoras de televisión, un banco y varios diarios. Quizá el principal cambio registrado es que, como apunta João Campos, diputado vinculado de la Asamblea de Dios, “los líderes ahora están siendo más osados para orientar al pueblo” (Valor, 8 de octubre). Parece evidente que las iglesias evangélicas y pentecostales han decidido sacar provecho político y electoral de su creciente arraigo.
El sociólogo Chico de Oliveira, fundador del PT y luego del PSOL, sostiene que las posiciones conservadoras vienen creciendo en Brasil, ya que “con el progreso económico hay un sentimiento de conformismo” que se traduce en que “las personas se vuelven temerosas y conservadoras” (Folha de São Paulo, 17 de octubre). Para el cientista social Giovanni Alves, “ante la falta de politización del Estado y los sindicatos, las personas buscan respuestas en Jesús” (Valor, 18 de octubre).
Hay también miradas desde abajo que afirman que los fieles, en particular en las favelas, no son objetos pasivos de los predicadores sino sujetos que encuentran en esas iglesias respuestas a sus problemas cotidianos. El urbanista estadunidense Mike Davis sostiene que “el pentecostalismo es el mayor movimiento de los pobres urbanos de todo el mundo” (“De la ciudad de Blade Runner a la de Black Hawk derribado”, en Sin Permiso, 3 de julio de 2006). En su opinión no es una fuerza reaccionaria sino “un sistema sanitario paralelo”, que consigue que los varones reduzcan su propensión a emborracharse, a salir con prostitutas o gastarse el dinero en juegos, lo que redunda en una ostensible mejora de la vida familiar que incluye una reducción de la violencia doméstica.
En la misma línea de pensamiento Marco Fernandes, sociólogo y militante del Movimiento de los Sin Techo en São Paulo, reflexiona desde su vida cotidiana en la favela: “La gente tiene en sus barrios una vida monótona, los domingos no hay nada que hacer porque el barrio es feo, no tiene servicios, ni cine, ni teatro, ni cancha de futbol. La única posibilidad de tener una experiencia agradable es ir a la iglesia pentecostal, donde hay música, baile, puedes encontrar o hacer amigos y sentirte parte de una comunidad”.
En los templos hay guarderías donde las mujeres, principales personajes en sus barrios, pueden dejar a sus hijos. Los fieles reciben un trato directo y personal, “los pastores se colocan en el lugar de la gente antes de darles consejos”, asegura Marco. Por último, las religiones evangélicas ocupan el lugar de las católicas comunidades eclesiales de base, cuyas prácticas más racionales “eran adecuadas para un periodo en el que predominaba la familia nuclear, el empleo fijo, los niños en la escuela y un futuro por delante”. Con el neoliberalismo aquellos métodos ya no funcionan porque el protagonista ya no es el obrero calificado sino “la mujer y sus hijos, que no tienen futuro en esta sociedad”.
En la recta final de las elecciones los dos candidatos van a misa para atraer votos y dicen rechazar el aborto. Para los movimientos de los de abajo es urgente comprender qué es lo que impulsa a millones de personas a frecuentar las iglesias evangélicas y pentecostales. Aceptar las racionalidades diversas y diferentes de los sectores populares, puede contribuir a potenciar los movimientos del abajo.