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Declaración conjunta del Consejo de Iglesias de Cuba y el Consejo Nacional de las Iglesias de Cristo (EE.UU.)

“Por eso, nosotros ya no pensamos de nadie según los criterios de este mundo; y aunque antes pensábamos de Cristo según tales criterios, ahora ya no pensamos así de él. Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; lo que ahora hay, es nuevo.

“Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos puso en paz consigo mismo y nos dio el encargo de poner a todos en paz con él. Es decir que, en Cristo, Dios estaba poniendo en paz al mundo consigo mismo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros nos encargó que diéramos a conocer este mensaje. Así que somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les rogara a ustedes por medio de nosotros. Así pues, en el nombre de Cristo les rogamos que se pongan en paz con Dios” (2ª Corintios 5:16-20).

Nosotros, líderes de iglesias protestantes, episcopal y ortodoxas de los Estados Unidos, y del movimiento ecuménico de Cuba y miembros de ambos consejos de iglesias, comenzamos esta Declaración conjunta dando gracias por los signos de la presencia reconciliadora de Dios en nuestro profundamente dividido mundo. Uno de esos signos—así lo creemos—es la historia de las relaciones mutuamente retro-alimentadoras entre nuestras iglesias. Estas relaciones fueron fortalecidas en el 2010, cuando una delegación de representantes de iglesias cubanas participó en la Asamblea General del Consejo Nacional de Iglesias (EE.UU.) y del Servicio Mundial de Iglesias; y están siendo aún más realzadas por esta visita a Cuba de líderes eclesiásticos norteamericanos (28 de noviembre—2 de diciembre de 2011). Estos días de oración y testimonio que hemos compartido, organizados por los consejos de iglesias de nuestros dos países, son expresión de la unidad que tenemos en Jesucristo, una unidad más fuerte que bloqueos y disputas políticas. ¡Gracias sean dadas a Dios!

Recordamos la intención del presidente Barack Obama —públicamente declarada—, de “considerar y revisar la antigua política norteamericana hacia Cuba”; y oramos por su pronto y completo cumplimiento. Damos gracias a Dios por los pasos reales —pero aún insuficientes—por parte de la administración Obama en enero del 2011 hacia relaciones normales entre nuestros dos países, incluyendo el levantamiento de algunas restricciones para viajar.

Juntos hemos examinado otros acontecimientos contemporáneos, especialmente la presente “actualización” de las políticas económicas cubanas; y la creciente disparidad y alto nivel de desempleo que ahora afecta a tantas personas en los Estados Unidos. Claramente, nuestros países están en medio de transiciones importantes, un momento histórico marcado tanto por la ansiedad como por las posibilidades. Oramos juntos, pidiendo la guía del Espíritu Santo, para que nuestras iglesias puedan dar testimonio de la voluntad de Dios por la justicia en la vida económica (Isaías 3, Jeremías 6, y Amós 4).

Damos gracias no solamente por la presencia de Dios en el pasado, sino por las promesas de Dios de un futuro diferente—un futuro en el que la reconciliación pruebe ser más fuerte que la alienación (Isaías 65:25). Con esto en mente, afirmamos la siguiente convicción que compartimos: que medio siglo de animosidad entre nuestros países, debe terminar.

¡Muchas cosas han cambiado en cincuenta años! ¡Las historias de nuestras naciones y pueblos —separadas solamente por noventa millas— están íntimamente hermanadas! No dudamos que es en el mejor interés para Cuba y los Estados Unidos, iniciar la normalización de relaciones, como conviene a países soberanos y vecinos. Esta posición es apoyada por la comunidad internacional, la cual ha pedido veinte veces en la Asamblea General de Naciones Unidas, el levantamiento del bloqueo, como una expresión de nuestra fe en el poder de Dios para unir.

Hay, ciertamente, asuntos importantes que requieren nuestra atención, como sucede en cualquier relación entre naciones, especialmente naciones con una larga historia de conflictos y diferencias políticas, que provocan desencuentros y sufrimientos humanos injustificables. Nuestro compromiso pastoral, basado en nuestra fe en Jesucristo, nos impele a trabajar por la resolución de dichos asuntos humanitarios.

Estos asuntos humanitarios incluyen:

1. El bloqueo, que es el mayor obstáculo para la resolución de las diferencias, la interacción económica y un total compromiso de nuestros pueblos e iglesias.
2. La encarcelación en los Estados Unidos de los Cinco Cubanos (cuyas sentencias han sido consideradas injustas por numerosas organizaciones de derechos humanos, Amnistía Internacional e, incluso, Naciones Unidas); y
3. La encarcelación en Cuba del ciudadano norteamericano Alan Gross.

Emitimos esta Resolución conjunta al comienzo del Adviento, una estación del calendario cristiano, llena de esperanza por la venida de nuestro Señor, y por el cumplimiento de las promesas de Dios de “paz en la tierra y buena voluntad para todos los pueblos” (San Lucas 2:14). Juntos afirmamos la importancia de vivir en esperanza, pero también demostrando la credibilidad de nuestra esperanza a través de la acción para contribuir a hacerla realidad. Por lo tanto, nos comprometemos a promover, aún más vigorosamente, la relación entre nuestras iglesias y consejos de iglesias; y a abogar, aún más segura y firmemente, por la normalización de relaciones entre nuestros países. Tal compromiso —lo afirmamos—, es una respuesta al Único que nos ha unido unos a otros (Efesios 4:6), y enviado a ser embajadores del amor reconciliador de Dios.

Para continuar nuestra labor común, nos comprometemos reunirnos de nuevo en el año 2013.

La Habana, Cuba,

2 de diciembre de 2011.

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