Los participantes en este movimiento insólito, indefinible y esperanzador llevan un mes ocupando un espacio que antes se llamó Liberty Park, en los alrededores de Wall Street, años después recibió otro nombre y ahora ha sido rebautizado por estos nuevos pobladores entusiastas con el viejo-nuevo nombre de Liberty Plaza.
Llegar allí, en la parte baja de Manhattan, en esta ciudad alucinante y dura, vertiginosa y muchas veces insensible, me hizo recordar al momento a un puertorriqueño-cubano, exiliado en dos ocasiones en Nueva York en la década del 30 del pasado siglo, quien partió desde allí a su destino final en las filas de los defensores de Madrid, donde encontró la muerte el 19 de diciembre de 1936, siendo comisario de una brigada republicana comandada por Valentín González, El Campesino.
Pablo de la Torriente Brau decidió, en unas de estas plazas concurridas y simbólicas de Nueva York –Time Square– marchar a la guerra civil española. Lo contó en una carta con esta frase memorable y entusiasmada: “He tenido una idea maravillosa. Me voy a España, a la revolución española…La idea ha incendiado mi imaginación…” Pablo tomó esa decisión en medio de una demostración a favor de la república española convocada por los sectores radicales y de izquierda de entonces y las múltiples organizaciones latinoamericanas que existían en el Nueva York de la época, una de ellas fundada precisamente por Pablo, Raúl Roa y otros amigos y compañeros de lucha con el nombre de Club José Martí.
Recuerdo ahora a Pablo aquí en Liberty Plaza porque él estaría seguramente en este espacio de confrontación y dignidad, sentado frente a una computadora de nuestros tiempos o arengando, sin micrófono, a los participantes en las asambleas generales que se realizan todo los días, a la caída de la tarde, en este lugar. Lo haría sin micrófono, como estos jóvenes que ahora gritan sus opiniones y propuestas, sus criterios y ensoñaciones a la compacta multitud que los escucha. Las autoridades no han dado permiso para que se utilicen equipos de amplificación de sonido de ningún tipo, con el pretexto de que esos recursos alterarían el ambiente de esta ciudad ya de por sí eléctrica y ruidosa. Los que participan en este movimiento llamado Occupy Wall Street han encontrado solución al problema generado por la negativa de la policía y el gobierno de la ciudad: utilizan lo que llaman el micrófono del pueblo (the people’s microphone). El método es sencillo y antiguo, pero lo han hecho reverdecer en esta era y este país de formidable e implacable exuberancia tecnológica: el orador lanza una frase al aire, un pequeño coro de unas diez personas a su lado lo repite y esa frase va viajando de boca en oído hasta el fondo de la Plaza.
Recuerdo nuevamente a Pablo aquí en Liberty Plaza escuchando a los oradores de esta asamblea general, porque él polemizó en una noche memorable con los enemigos franquistas del Parapeto de la Muerte, junto al pueblo de Buitrago del Lozoya, 70 kilómetros al norte de Madrid, a donde habían llegado las fuerzas golpistas en su camino hacia la capital. Nunca lograron avanzar por esa vía. Fueron detenidos en aquel punto, en el que era defendida el agua de Madrid –proveniente de los embalses generosos del Lozoya– por los improvisados y valerosos milicianos entre los que se encontraba el corresponsal de la revista New Masses de Nueva York y El Machete de México, que trajo su palabra, desde América, para los “camaradas fascistas” de las trincheras enemigas, desde la Peña del Alemán, una noche clara de octubre de 1936. Y Pablo lo hizo también entonces con “el micrófono del pueblo”, bajo la noche lunar de Buitrago, desde una plaza de la libertad que nunca fue tomada.
Los integrantes de Occupy Wall Street utilizan ahora, sobre todo, los múltiples caminos que proporcionan las nuevas tecnologías de comunicación. Desde esta plaza han salido los miles de correos electrónicos, comentarios, mensajes, llamamientos que han difundido la poética y la política de esta acción en cada rincón de Estados Unidos… y en muchos lugares del mundo. Por eso hoy existen más de 700 sitios como este cercano a Wall Street en diversos lugares del país, caracterizados por la presencia de bolsas de dormir, carteles hechos a mano, pequeños stands armados sobre una manta, en el piso, donde se anuncia que allí está reunida una representación del 99% del país, el que no pertenece al 1% restante que detenta y acrecienta día a día su riqueza material, en detrimento de esa amplísima mayoría silenciosa que ha reencontrado por el momento su voz en estas ocupaciones sorprendentes y emocionantes que se reproducen hoy en diversas ciudades del mundo.
Pero también estos activistas que expresan su descontento con la estructura económica, política y social del país han utilizado el canal conocido de las publicaciones impresas. Por eso tengo frente a mí ahora este ejemplar de The Occupied Wall Street Journal, editado y distribjuido por ellos y ellas, que anuncia en su primera página: “La revolución comienza en casa”. El título de la publicación, un periódico de cuatro amplias páginas (mucho más grandes que los diarios habituales) es ejemplo de dos elementos que están presentes en muchas de esas acciones –y que también me recuerdan, por supuesto, a Pablo de la Torriente Brau–: el humor y la ironía. Con la palabra intercalada en rojo (Occupied) los activistas han hecho una apropiación del título del periódico ultraconservador, insignia y vocero del 1%.
En sus páginas centrales se incluyen sus opiniones sobre Por qué ocupamos. Estas son algunas de ellas.
Porque las empresas que no pagaron impuestos y fueron rescatadas por el gobierno están destruyendo nuestra economía. @asucunt.
Mi hija merece un futuro mejor. @jstlilone
Siento más confianza en los que duermen en la calle que en los banqueros, los corredores y los políticos. @critmasspanic.
La democracia se construye, no se otorga. @reverendmanny
Cada generación necesita su propia revolución. (Thomas Jefferson) @ash_anderson
Las firmas remiten a la red Twitter. En ella y en otros espacios similares, bien utilizados para la confrontación a favor de la justicia, la igualdad y la verdadera democracia, andaría por estos días, aquí en Liberty Plaza y en muchos claros rincones del mundo, Pablo de la Torriente Brau.
En eso pensé cuando Julio, un puertorriqueño que acababa de viajar a esta ciudad para unirse a Occupy Wall Street, me dio este ejemplar del periódico en español y me dijo: “Trabajamos para traducir y publicar estos 50 mil ejemplares que volaron en una mañana. Por eso vine. Porque los latinos somos y seremos la fuerza mayor de este país que hay que cambiar para que el 99% tenga justicia, paz y dignidad”.
Y siguió entregando ejemplares de este Wall Street Journal ocupado, como Liberty Plaza, por estos sorprendentes, indefinibles, alentadores vientos de cambio.