Inicio América Latina Domingo de resurreción. Homilía de Mons. Óscar Arnulfo Romero

Domingo de resurreción. Homilía de Mons. Óscar Arnulfo Romero

26 de marzo de 1978
Hechos 10, 34a. 37-43
Colosenses 3, 1-4
Juan 20, 1-9

Hermanos:

¡Quién me diera tener no sólo una lengua para pronunciar palabras sino un secreto eficaz de la, gracia para llegar a cada corazón que me está escuchando y decirle, desde la profundidad de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra alegría cristiana: ¡Felices Pascuas! Sí, este es el saludo cristiano desde anoche.

LA PASCUA

Dice el Concilio: “La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo la obra salvífica de su divino esposo. Cada semana en el día que llamó del Señor “dominica”, domingo, conmemora su resurrección que una vez al año celebra también junto con su santa pasión en la máxima solemnidad de la Pascua. Lleva tan en el alma, la Iglesia, este hecho de la resurrección de Cristo que no lo celebra sólo hoy en la fiesta solemne de la Pascua sino que cada ocho días, cuando llama a sus hijos a su altar, celebra la Pascua. Cada domingo es una pascua en pequeño, así como hoy es el gran domingo del año, la Gran Pascua, la resurrección del Señor.”

La Pascua, de una etimología difícil de traducir pero que sustancialmente quiere decir “el paso de Cristo de la muerte a la vida”. Y es el único ser de quien podemos predicar sobre su tumba vacía el epitafio que San Pedro ha escrito hoy: “Pasó haciendo el bien”, pero Dios estaba con El y por eso lo ha resucitado y por eso es el único hombre del cual se puede venerar su tumba, pero una tumba vacía. De los grandes hombres es un honor llegar a conocer el sepulcro donde están sus cadáveres hechos polvo pero de este Hijo del Hombre, Cristo, solamente podemos venerar el Santo Sepulcro. ¡Cuántos peregrinos hoy, en Jerusalén, tienen que reconocer que lo que veneran es un sepulcro vacío!

Y esto es, hermanos, la fiesta de hoy. A través de las lecturas yo quisiera presentarles estos tres pensamientos.

1º) El que enfoca a Cristo y del cual nos ha dicho San Pedro: “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, Dios está con El.”

2º) El segundo pensamiento es mirando a “la Iglesia que completa en el mundo la obra de Cristo”; encargada de llevar esta noticia, esta buena nueva a todos los rincones de la tierra y a todos los días de la historia.

3º) Y el tercer pensamiento mirándonos a nosotros mismos. ¿Cuál es la respuesta? “La responsabilidad de creer en un Redentor que murió pero que ha resucitado.”

1º. UNGIDO POR DIOS CON LA FUERZA DEL ESPIRITU SANTO, DIOS ESTÁ CON ÉL

MIRANDO A CRISTO RESUCITADO

La síntesis más bella es la de San Pedro en esta mañana en la primera lectura. San Pedro está sufriendo una conversión. El judío va a escuchar que Cristo ha muerto no sólo por los judíos sino también por los otros pueblos. Una visión de unos animales inmundos que le ordenan comer y que él dice: “Nunca he comido carne inmunda, soy judío, guardo la ley”. Pero la voz del Espíritu que le dice: “No llames inmundo lo que Dios ha purificado. Desde que Cristo, el Hijo de Dios, ha muerto por todos los hombres no hay ya distinción entre los hombres”. No hay razón para clases sociales, religiosas, políticas; todos son hermanos, todos son llamados a la salvación. Vete, que te está esperando un gentil, Cornelio con su familia”. Y va Pedro y encuentra que la misma visión ha tenido aquel gentil y es ante esta familia no judía, sino pagana, ante la que Pedro pronuncia ese famoso discurso que se ha leído en la misa de hoy.

“Ahora comprendo dice Pedro que para Dios no hay acepción de personas”; y que El, Jesús, ha venido por todos. Y comienza a explicar lo que era el tema de la predicación de los apóstoles y de los primeros cristianos; que Cristo murió por todos, que Cristo es el ungido de Dios, que Dios estaba con El salvando a todos. Y esto es lo que debe ser nuestro pensamiento hoy. Hermanos, mirando a Cristo resucitado ¡cómo se debe llenar de gratitud, de embeleso, de esperanza, nuestra fe! y decirle: Tú eres el Dios que se hizo hombre y que por amor a los hombres no tuviste horror de esconder tu grandeza de Dios y pasar por este mundo como un hombre cualquiera. Ninguna distinción, más aún, te confundieron con los malhechores, moriste como un asesino en una cruz, te sepultaron en el basurero de los crucificados, en el calvario; pero de allí, de la basura, de la profundidad del abismo al que descendió a los reinos de la muerte y de la sombra, surge ahora el Divino Resucitado, verdaderamente ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo.

LA ENCARNACIÓN DE CRISTO ES AQUÍ DONDE SE CORONA

Aquel Niño Dios que la Virgen tuvo en sus manos. Aquel niño que acarició y amamantó en sus pechos, aquel a quien se sintieron con derecho de escupir y de golpear los enemigos, era la carne de Dios; Dios estaba allí, Dios estaba encarnado en Cristo. Era necesaria la gloria de la resurrección para que los hombres comprendiéramos que en el Cristo crucificado y humillado, que en el Cristo que por nosotros es Dios hecho hombre que nos comprende, que siente el cansancio, el sudor, la angustia del hombre, está escondida la dignidad de Dios. Ahora lo vemos. Cuando la gloria de Dios transpira por todos sus poros, cuando todo su semblante y todo su ser más parece un sol resplandeciente que un mortal, comprendemos lo que San Pablo asegura de la resurrección: “lo que se sembró en ignominia, se cosecha en glorificación; lo que se sembró en un sepulcro mortal, muerto, resucita inmortal, glorioso para no morir más”. La muerte no lo dominará. El eterno joven, el eterno hermoso, la eterna primavera, la vida que no tendrá enfermedad ni ocaso, la alegría plena, la felicidad.

Hombres de nuestro tiempo, angustiados de tantos problemas, desesperanzados, los que buscan paraísos en esta tierra, no lo busquen aquí, búsquenlo en Cristo resucitado, en Él desahoguemos nuestras penas, nuestras preocupaciones, nuestras angustias y en Él pongamos nuestras esperanzas. El es todo para la humanidad, es la fuente de la felicidad. El ungido con el Espíritu de Dios tiene en su aspecto humano y glorioso la respuesta para todos los hombres.

No dudemos, hermanos, como San Pablo nos decía el viernes Santo ante el Cristo humillado, hoy, con más razón que anteayer, podemos decir: acerquémonos con confianza al trono de la gracia, al trono de la omnipotencia, al trono de la felicidad y de la alegría. Cristo es fuente que sacia toda clase de sed para todo aquel que se acerque con fe.

SOLO EL QUE CAMINA POR CRISTO, ENCONTRARA SALVACION

Pero este Cristo que pasó haciendo el bien y en el cual Dios estaba en toda su plenitud, no solamente es ejemplo moral para seguir su ejemplo. Más que todo, queridos hermanos, el aspecto teológico es el que más me interesa destacar en esta mañana. Ese Cristo es el sacramento de lo divino, es el camino, la verdad y la vida; sólo el que camina por El, encontrará salvación. Para eso ha venido, para salvar.

Esta salvación que hoy anhelamos tanto y que en América Latina toma un nombre muy sugestivo: la liberación, que mal se puede confundir con redenciones de la tierra. ¡Cómo se quiere confundir tantas veces a la Iglesia como si se hubiera hecho comunista, subversiva; como si no tuviera más horizontes al ofrecer la redención que las liberaciones políticas, sociales y económicas! Cierto que la Iglesia se interesa también de estos aspectos, porque no seria Cristo redentor si también no se hubiera preocupado de dar de comer a las muchedumbres que tenían hambre; si no hubiera dado luz a los Ojos de los ciegos, si no hubiera sentido angustia por las muchedumbres marginadas que no tienen quien los ame, quien los ayude. También la promoción, también el aspecto político y social le interesa al cristianismo. No sería completa la redención si no tuviera en cuenta estos aspectos del Cristo que quiso ser precisamente el ejemplo de un oprimido bajo un imperio poderoso, bajo una clase dirigente de su pueblo que lo despedazó en su fama y en su honor y lo dejó crucificado.

Pero no es sólo eso lo que Cristo ofrece. Si sólo fuera un paraíso de la tierra no hubiera tenido nada que ofrecerle al buen ladrón en la tarde del Viernes Santo. Pero es que aún, cuando se muere víctima de un sistema, en una crucifixión como era el sistema entonces de matar a los ajusticiados, este Cristo todavía tiene palabras de liberación. No es utopía, no es fantasía no es un consuelo estéril; es que de verdad es el rey de la gloria el que ofrece a los hombres la felicidad, no sólo la de la tierra sino, principalmente, la del cielo. Pero esto, hermanos, no es tampoco desprenderse de las cosas de la tierra en un sentido de alienación sino en el sentido de que sembrando en la tierra con su resurrección un sentido de gloria y de alegría, está pidiendo también a los sistemas de la tierra, a los poderosos de la tierra, a los gobernantes de la tierra, a los que sufren en esta tierra, a los oprimidos de esta tierra, que aquel paraíso, aquella gloria, aquel cielo, ya pertenece a esta tierra; que fue en esta historia de la tierra donde Él pudo presentarse glorioso como será en la eternidad, pero ya presente en la historia de los hombres.

Esta es la liberación auténtica, hermanos; la que si se preocupa por las liberaciones de las esclavitudes indignas en que tantos están arrojados; pero la que predica que no es todo la liberación del tiempo y del espacio, la de la tierra; sino ésta, completa, cristiana, que Cristo nos ofrece en su persona. No hay ejemplar más bello del hombre libre, independiente de todas las alturas de los sistemas de la tierra, que este Cristo que se presenta ante el mundo completamente autónomo, independiente aún perteneciendo a una clase a una categoría, a un mundo que se llama la humanidad. Por eso, hermanos, Cristo sabe que su redención no ha terminado con este episodio de la resurrección. Esto es algo más grande.

2ºLA IGLESIA COMPLETA EN EL MUNDO LA OBRA DE CRISTO

CRISTO ENCOMENDÓ A SU IGLESIA ANUNCIAR SU RESURRECCIÓN

El segundo pensamiento de esta mañana quiere volverse con alegría, con agradecimiento, con fe, a la Santa Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Cada vez, hermanos, que tenga que hablar de la Iglesia, lo hago también con un sentido de reparación porque se le está ofendiendo mucho, porque a la Iglesia se le considera únicamente como un sistema de hombres, porque a la Iglesia se le está acusando de muchas calumnias indignas. Y es a la luz de Cristo resucitado en que la Iglesia presenta el rostro de Cristo paciente, expuesta todavía a que la escupan, a que la latiguen, a que la difamen. Pero sabe que por dentro, en su corazón, lleva la esperanza, la gran misión de nuestro Señor Jesucristo, de la que nos ha dicho hoy la lectura sagrada: “que Cristo encomendó el encargo de anunciar su resurrección a su Iglesia”.

No lo vieron todos como nosotros tampoco lo hemos visto a Cristo resucitado, y por eso muchos se ríen de nosotros: ¡Pobres ilusos!, están creyendo en un resucitado, que ni ha existido. Pero nos ha dicho hoy San Pedro: que a los testigos que en sus designios eternos Dios escogió continuando la línea de los profetas del Antiguo Testamento, les encargó ser los testigos, los hombres que anunciaran la resurrección del Señor y que dijeran que esa resurrección es causa del perdón de muchos pecados. “Se entregó por nuestros pecados dice San Pablo- y resucitó para nuestra justificación”. Y como los profetas lo anunciaron, los profetas y los apóstoles siguen proclamando que la resurrección de Cristo es como la rúbrica de la omnipotencia de Dios que marca la ruptura de las esclavitudes y que todo aquel que acepte esa resurrección y esa vida eterna, será libre de sus pecados.

La Iglesia lleva este encargo de reconciliación a todo el mundo y predica este mensaje de esperanza a todos los hombres. De allí, que una de las grandes preocupaciones de la Iglesia es asegurar el hecho de la resurrección. Si nos hemos fijado bien ya en las lecturas del Nuevo Testamento – las tres lecturas de hoy son del Nuevo Testamento- ; la primera, de los Hechos de los Apóstoles; la segunda, de una carta de San Pablo a los colosenses; y la tercera, el evangelio de San Juan; estos apóstoles, que ya reflexionaban con las comunidades originarias del cristianismo el hecho de la resurrección de Cristo, ya oían las calumnias, las difamaciones del resucitado. Y por eso se empeñaban también en el aspecto apologético; es decir, probar que Cristo verdaderamente ha resucitado y que su resurrección es prueba apologética de la verdad que predican. Y llega a decir San Pablo: “porque si lo que estamos predicando es falso, si Cristo no ha resucitado, entonces somos los más miserables de todos los hombres, somos los que vivimos de una esperanza ilusa”. Si Cristo ha muerto y no ha resucitado, estamos predicando una mentira y hemos engañado durante siglos a la historia.

UN SEPULCRO VACÍO Y UN TESTAMENTO DE QUIENES VIVIERON Y COMIERON CON ÉL

Pero hay dos hechos, hermanos que los mismos contemporáneos de los apóstoles, los mismos contemporáneos de los hechos del Viernes Santo no han podido refutar: un sepulcro vacío. Y segundo, un testimonio innegable de quienes vieron y comieron con El, con el Resucitado. Así nos dice Pedro ahora: “No lo han visto todos pero quienes fuimos predestinados por Dios para ser testigos de este hecho, lo hemos oído, hemos comido con El, está vivo”.

Y al fin y al cabo, hermanos, estos dos hechos, unos testigos fidedignos que dicen: “’lo hemos visto” y un espectáculo abierto a los ojos de todos, aún de los incrédulos y de los enemigos, allí está el sepulcro vacío. Si se lo han robado de allí, Uds., tienen medios, cuentan con la guardia de Poncio Pilato, son la autoridad de Jerusalén, pueden catear todas las casas, todos los solares. ¿Dónde está? Nadie pudo negar durante siglos, que aquel sepulcro verdaderamente era un sepulcro vacío y que aquellos testigos que predicaban descaradamente a la luz del sol, que habían comido y bebido con El, nadie les pudo echar en cara: embusteros, mentirosos; sino que la comunidad iba creciendo en esta fe admirable de la cual vivimos también hoy nosotros: la fe del resucitado, la fe que no se apoya en hechos históricos sino, sobre todo, en la Palabra de Dios que anunció y cumplió el gran hecho de la resurrección.

Este será el gran trabajo de la Iglesia, llevar esta noticia, esta buena nueva que yo tengo el honor de estar anunciando en esta mañana: ¡Cristo ha resucitado, Cristo vive! Hermanos cristianos, somos seguidores de un hombre redentor que murió pero resucitó y vive una vida que no morirá jamás. ¡Ah! si los cristianos viviéramos de veras la alegría y la esperanza de este sublime mensaje no habría tristeza en el mundo. Aun las angustias más pesadas, aun los problemas que parecen sin solución, encontrarían aquí una tranquilidad de Sábado Santo en que la tumba de Cristo no predica pesimismo, sino serenidad. Ha dicho que va a resucitar. Y como María, llena de esperanza, esperaríamos como esperábamos anoche aquí, en esta Catedral el bello espectáculo de la Vigilia Pascual. Cuando en la noche cerrada aparece por el portón de Catedral el cirio encendido: ¡Ha resucitado! Y todos encendiendo nuestras velas, creyendo en esa luz, hicimos luz en la noche y se hizo alegría, y el cirio siguió alumbrando hasta que amanece el día que es ese el oficio de la Iglesia.

En esta noche de la historia donde hay tantas intrigas, tantas sombras y tantos pecados, tantos crímenes que parece que se quedarán ocultos, tantos desaparecidos que parece que nadie dará cuenta de ellos, la Iglesia está alumbrando con su lucecita en la noche: brillará la verdad, brillará la justicia, volverá el Señor y no se quedará nadie sin recibir su justa paga. La misión de la Iglesia es estar anunciando esta presencia viva del resucitado.

LA MISIÓN DE SEGUIR REPARTIENDO LA VIDA DIVINA QUE CRISTO TRAJO AL MUNDO

Y no sólo eso, hermanos, misión de la Iglesia es seguir repartiendo esa vida divina que Cristo trajo al mundo. Cuántos corazones han encontrado en esta Semana Santa el perdón, la paz, la alegría. ¿Para cuántos está abierto el tesoro de la redención de Cristo? Para todo el que quiera. Uno de estos días leíamos la bella página de Isaías: “Vosotros sedientos, los que andáis buscando saciar vuestra sed en los placeres de la carne, del vicio del mundo, venid a la fuente, os daré el agua viva”. ¡Venid sedientos a esta fuente, aquí está Cristo ofreciendo en el seno de su Iglesia la redención, la alegría, la esperanza, la vida!.

Por eso, hermanos, yo quiero alegrarme en esta mañana con la Iglesia de nuestra Arquidiócesis, porque si analizamos esta Semana Santa como un marco concreto en el cual está sucediendo la resurrección de 1978, encontramos muchas comunidades donde se ha vivido la Semana Santa, algunas presididas por sacerdotes. Y aquí quiero hacer honor y agradecimiento a mis queridos hermanos sacerdotes, no sólo a los párrocos que por deber han tenido que atender sus parroquias sino, también, a aquellos sacerdotes que sin tener ministerios parroquiales han dejado sus trabajos ordinarios del año para irse a las comunidades donde hay sacerdotes: pueblos, cantones, que gracias a esa colaboración generosa han tenido su Semana Santa presidida por el ministro de la Iglesia.

Quiero pensar también en las muchas comunidades que no tuvieron sacerdote pero donde unos seminaristas, unas religiosas, asumiendo el papel de dirigentes, y también unos laicos, humildes campesinos o tal vez profesionales, universitarios, estudiantes; armando un equipo se han ido a presidir comunidades. Gracias a una iniciativa de la Comisión de Pastoral se publicó un folleto para la Semana Santa donde no hay sacerdotes. Y hemos sabido con alegría y admiración los prodigios del Espíritu de Dios a través de los que no son sacerdotes, del sacerdocio ministerial, pero que por su bautismo han sabido vivir su sacerdocio allá, en medio de comunidades que han sentido de veras el paso, la pascua del Señor, y tal vez hoy están meditando con nosotros, a través de la radio, esta digna coronación de nuestra Semana Santa.

No puedo olvidar también, hermanos, la Semana Santa de quienes la hicieron una vacación honesta. No tienen tiempo para descansar en otra ocasión y se han ido con honesta dad, con sentido de piedad, a sus lugares de reposo; que Dios los bendiga también.

Pero también hay que recordar que para muchos ha sido una semana de orgías, de vicios, de desenfrenos, de desorden. ¿Quién no ha oído el testimonio, sobre todo de jóvenes; y no sólo de jóvenes, también de viejos, que piensan que la carne es el ídolo del hombre? ¡Cómo hacen de la Semana Santa una semana de embriagueces, de comilonas, de licencias, de embriagueces de toda clase! Hermanos, yo quisiera que esa Semana Santa encontrara un perdón de Dios y que al volver de esas vacaciones indignas que no dicen nada de descanso, sino destrozo de su misma personalidad, encontraran la misericordia del Dios que no quiere la muerte de los pecadores sino de que se arrepientan y vivan.

También la Semana Santa de la intriga, del silencio, de la política indigna de aquellos que la aprovecharon para tramar nuevas violencias, nuevas formas de ofender al hermano, que Dios también los perdone y los llame a conversión.

Y pienso también, hermanos, en esta misión de la Iglesia de predicar la redención de Cristo en la Semana Santa humilde de los servidores humildes y anónimos, los que tal vez contra su conciencia pero por necesidad de ganarse la vida, han tenido que servir; ocultos servidores de quienes tal vez ofenden a Dios o de quienes tal vez han vivido honestamente su Semana Santa ¿Quién piensa en ellos? ¿En la humilde sirvienta, en el guardián de la casa, en el sereno, en el telegrafista, en todos estos servidores? Hermanos, seria innumerable mencionar aquí, pero el Señor bendecirá el espíritu con que cada uno santifica su propia vocación, su propio trabajo con tal que sea un afán de santificar al Señor.

Esta es la Iglesia, predicando la redención, la resurrección, la alegría; la quisiera. para todos los hombres. Y por eso les decía, hermanos, ¿quién me diera no sólo una palabra aumentada por el milagro de la radio, sino, sobre todo, que pusiera en cada una de mis palabras una gracia del Espíritu de Dios para que llegara a cada corazón este llamamiento de la pascua para ser de todos los hombres la alegría de los redimidos? ¿Cuál es la respuesta?

3º. LA RESPONSABILIDAD DE CREER EN UN REDENTOR QUE MURIÓ PERO QUE HA RESUCITADO

TODO BAUTIZADO LLEVA LA MARCA DE LA MUERTE Y DE LA RESURRECCION DE CRISTO

Y por eso, hermanos, mi tercer y último pensamiento es este, el que San Pablo nos ha dicho hoy: “Todo bautizado lleva la marca de la muerte y de la resurrección de Cristo”. Anoche, aquí en la catedral, lo mismo que en todas las vigilias pascuales, vivimos esta realidad de nuestro bautismo que es sello de la pasión, de la muerte y de la resurrección. Y junto a Cristo resucitado escuchamos hoy nuestra gran responsabilidad: “sí habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, no las de la tierra”.

Pero entendamos bien esta palabra. San Pablo no está aquí fomentando una dicotomía como si las cosas de la tierra no valieran para nada y había que conformarse de cualquier modo a esperar las cosas del cielo. No quiere decir eso San Pablo. Lo que quiere decir quien lee ese pasaje de la epístola a los Colosenses, lea un poquito arriba y encontrará que San Pablo está corrigiendo un error religioso que se había metido en Colosa de quienes creían que había unas fuerzas celestiales que dominaban y a las cuales había que rehuir porque significaban el pecado, la maldad de la tierra. Y por estas cosas celestiales mal entendidas, se desprendían también de las cosas de la tierra.

Y San Pablo está enseñándonos aquí que esta resurrección de Cristo viene a superar todos esos errores, que no existen tales espíritus, que solamente existe el rey de la gloria que se hizo hombre y redimió a los hombres y que, por tanto, hay que buscar en El las cosas de arriba. Quiere decir: las que Cristo ha traído, las que Cristo – encarnándose y viviendo en la historia- ha puesto ya en la historia los gérmenes de las cosas celestiales. Vivir de las cosas de arriba en esta mañana quiere decir: la justicia, la paz, el amor, el derecho humano, el respeto al prójimo. Vivir las cosas de arriba quiere decir: la vida nueva del resucitado ya la tienen que vivir en esta tierra. No quiere decir: despreocuparse de las cosas de la tierra, sino manejar las cosas de la tierra con los criterios de la justicia del cielo.

LA RESURRECCIÓN ES UN MENSAJE TAMBIEN DE LIBERACIÓN DE LAS COSAS DE LA TIERRA

Por eso, hermanos, yo quisiera para terminar, leerles este precioso pensamiento del Concilio: “Cristo -dice en la Constitución de la Iglesia sobre el mundo actual -sufriendo la muerte por todos nosotros pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia. Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su espíritu en el corazón del hombre no sólo despertando el anhelo del siglo futuro sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin”. O sea, que la resurrección es un mensaje también de liberación de las cosas de la tierra.

Por eso, hermanos, la Iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes; pero les dice cuál es la verdadera libertad que debe de buscarse: la que Cristo ya inauguró en esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del infierno. Ser como Cristo, libres del pecado, en ser verdaderamente libres con la verdadera liberación. Y aquél que con esta fe puesta en el resucitado trabaje por un mundo más justo, reclame contra las injusticias del sistema actual, contra los atropellos de una autoridad abusiva, contra los desórdenes de los hombres explotando a los hombres, todo aquel que luche desde la resurrección del gran libertador, sólo ése es auténtico cristiano.

Por eso, la resurrección tiene que dar al hombre valentía, entereza; lejos de toda cobardía el cristiano tiene que estar como Cristo dispuesto a dar su cara ante Poncio Pilato, ante Herodes, ante los perseguidores; y con la serenidad de un cordero que es llevado al matadero esperar también en el sepulcro de su martirio la hora en que Dios glorifica; no es la hora que los hombres señalan, es la hora de un Dios que es el único que nos puede salvar; pero que esperar en El apoyándose en Cristo, es el secreto de la verdadera liberación.

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