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Dr. Martin Luther King Jr: Una Voz en el Desierto.

Estamos en Epifanía, el tiempo de la manifestación de Jesús; aquellos momentos donde se unía la realidad de opresión a su pueblo, el poder religioso que legitimaba al opresor, y el “Niño envuelto en pañales acostado en un pesebre” de la primera Navidad en Belén de Judá. Jesús vivía sus 28 años, y en él se iba manifestando su opción por un proyecto de vida para el cual había sido enviado. Hoy, en esta epifanía cubana, conforme a la tradición teológica de esta Iglesia, nosotros y nosotras no le rendimos culto a la muerte. Hoy celebramos la vida, el pensamiento y la obra de aquel niño negro que nació el 15 de enero de 1929, y cuyo padre, abuelo y bisabuelo fueron pastores de iglesias bautistas negras en Estados Unidos. Hoy, cuando recordamos la Epifanía del Señor, también recordamos, el sentido de la Epifanía en el ministerio profético del pastor, Martin Luther King, hijo.

En esta celebración, deseo compartir con ustedes, tres aspectos esenciales de su identidad cristiana y vocación pastoral: El necesario peregrinaje en la búsqueda de un proyecto de vida comprometido con los valores del Reino de Dios y su justicia; la necesidad de lograr una personalidad integral, ser un hombre de una sola pieza; y la Iglesia de Estados Unidos en el proyecto de vida.

Necesitamos un peregrinaje bíblico y teológico hasta encontrar el proyecto de vida y asumirlo hasta las últimas consecuencias.

A los 16 o 17 años de edad, en el conversatorio que se daba alrededor de la mesa de los Kings, Martin anunció su decisión de ser pastor. El padre solamente le dijo: “¿Has pensado bien en lo que vas hacer?” A la respuesta afirmativa, le comentó: el domingo próximo tienes la predicación. En una parte de su sermón con voz firme y con sólida convicción dijo:“La religión que solo se ocupa de añorar la calles plateadas y las puertas de oro de la Jerusalén celestial, y olvida los guetos y los tugurios donde viven millones de seres humano, es una religión moribunda: necesita una transfusión de sangre”.

Desde entonces comenzó un peregrinaje teológico para definir su proyecto de vida: Desde el mismo inicio, tenía definido el sentido de una vida con propósito: Identidad como seguidor de Jesucristo y su identidad de pueblo oprimido, discriminado y segregado; Presencia en la realidad de la vida del opresor, como la de los oprimidos: compromiso a causa de su fe y vocación, echar la suerte con su pueblo; consecuencia consciente, que al poner su mano en el arado, no podía mirar hacia atrás: unido a lo que significaba tomar la cruz y seguir a Jesús de Nazaret.

Para él, conocer a Jesús, es seguirlo. Así lo aprendió de los evangelios cuando se llegaban a él, los que deseaban conocerle: Sólo una mirada y una sola palabra: “Sígueme”.

Porque un proyecto de Vida así, no se improvisa y no nace por generación espontanea. Nace desde una tradición continuativa, de aquellos y aquellas que supieron comprometerse cuando descubrieron lo que hay en el evangelio cristiano, aquello que conmueve la conciencia de los hombres y mujeres haciéndoles sentirse descontentos (inconformes) con todo aquello que no esté en plena conformidad con las enseñanzas de Jesús y que despierta la esperanza y aviva la fe en que, por imposible que parezca el que puedan ser realizadas, se pueden hacer progresos hacia la meta deseada, y que deben ser procuradas en las comunidades de los que se han consagrados a comprender y vivir la ética del Reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33).

Nace desde una visión de la realidad del pueblo del cual somos y a él nos debemos, y de la misión de la Iglesia. Orientó su peregrinaje, teológico, teórico si se quiere, hacia dos elementos esenciales: La investigación sociológica con el fin de llegar a conocer el alma de su pueblo, y a la vez, conocer a fondo las corrientes teológicas de su tiempo.

Sobre lo primero, analizar la pedagogía del opresor: Las secuelas de la esclavitud.

Veamos:
“Muy poca gente se da cuenta exacta de cómo la esclavitud y la segregación racial han corroído el alma y socavado el espíritu del hombre negro. Todos los abominables negocios de la esclavitud tenían su fundamento en la premisa de que el negro era un objeto para ser usado, no una persona para ser respetada.

Primero, los encargados de los esclavos debían mantener una disciplina estricta. Un dueño decía en una ocasión: “La sumisión ciega es la única condición sin la cual el esclavo no puede nunca ser agradable”. Otro dijo: ”Debe saber el esclavo que su dueño está para gobernarle absolutamente, y él debe obedecer incondicionalmente, de modo que jamás, ni por un solo instante, dé a entender que puede ejercer su propia voluntad o juicio en contra de la orden que le haya sido dada’’. Segundo, los amos de esclavos se dieron cuenta de que debían imprimir en el hombre encadenado una conciencia de inferioridad. Este sentido de inferioridad se extendió deliberadamente hasta el pasado de los esclavos. Los dueños se convencieron de que, para el mejor control de los esclavos negros, estos ”debían tener el convencimiento de que estaban marcados por un ancestral estigma africano, y que su color era signo de degradación’’. El tercer paso en el proceso de entrenamiento del buen esclavo consistía en que estos debían respetar a sus dueños como portadores de un poder omnipotente. Era necesario, según afirman varios dueños, ”hacer que el esclavo permanezca siempre en estado de miedo’’.

El cuarto paso, consistía en ”persuadir al encadenado para que tomase un interés ciego en los asuntos de su dueño y aceptase el comportamiento de éste como la norma ideal de conducta’’. De este modo debían entender como bueno, verdadero, justo y hermoso lo que hiciese su señor. La última etapa, de acuerdo con la documentación de Stampp, consistía en ”marcar en el negro sus vicios y debilidades, para crearle el hábito de una perfecta dependencia.

En cuanto a las corrientes teológicas de su tiempo, partió desde el fundamentalismo protestante, tan generalizado en las Iglesias norteamericanas, hasta la neo ortodoxia, pasando por el Evangelio social, el existencialismo y el liberalismo. De estas corrientes asimiló lo que era positivo para su búsqueda, y colocó a un lado lo que entendía como deficiencias para su tiempo y contexto social.

Al final de su peregrinaje, quedó sellado para siempre, con el encuentro combinado de Mahatma Gandhi y el sermón de la montaña. Entonces, llegó a la conclusión: Cristo me dio el espíritu y Gandhi me dio el método: La no violencia activa. Entre los seis principios básicos de esta combinación, señaló: “la no violencia activa es para valientes y en la lucha inevitable y necesaria, el universo moral está de nuestra parte.”

Una vez que aparece en él su proyecto de vida, entendió la importancia de fortalecer una personalidad integral, ser un hombre de una sola pieza.
Así, tomó en serio las palabras de Jesús: “Mirad, yo os envío cual oveja en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como serpientes y, sencillos como paloma”, y las interpretó de esta manera: “Debemos combinar la dureza de la serpiente, con la blandura de la paloma: Fuertes de espíritu y tierno de corazón”. (Mateo 10:16) Sabía por experiencia propia, que los seres humanos nacemos solamente con dos temores: Los ruidos fuertes y el temor a la caída. Todos los demás, es la sociedad y sus estructuras la que nos invade de miedos y estereotipos. Sin conocer a Pablo Freire, estaba convencido que la polarización entre los débiles y los fuertes de Espíritu, era el resultado, entre otros factores, de la educación que recibimos; somos educados para la dominación, por lo que hay que oponer a esa educación, la educación liberadora desde la cuna.
“Jesús nos recuerda que la vida ejemplar combina la fortaleza de la serpiente con la ternura de la paloma. Tener cualidades de serpiente cuando faltan las de la paloma es ser frío, malvado y egoísta. Tener las cualidades de la paloma sin las de la serpiente es ser sentimental, anémico y abúlico”.

Mencionaba las actitudes generales de los débiles: el débil se caracteriza por asumir una mentalidad comodona, por la aceptación de la palabra escrita y televisiva, que el poder mediático manipula como la verdad última, y la fobia frente al cambio.

Encontró una sólida base bíblica y teológica en el Dios de la Biblia, y no el dios creado a imagen y semejanza de nuestras denominaciones religiosas. Y asumió la imagen de Dios como un Dios fuerte, pero tierno de corazón. Esa percepción lo llevó en varias ocasiones a reflexionar sobre algunos pasajes bíblicos que fortalecían esa visión de Dios.

La manifestación divina en el éxodo de los esclavos hebreos de la esclavitud de Egipto, su determinación fuerte frente a la soberbia del faraón, contrastaba con su acompañamiento durante la marcha por el desierto, “columna de nube durante el día, y columna de fuego en la noche” como una presencia de su pueblo en su aspiración de “andar hasta llegar a la Tierra de la Promesa” (Exodo 13:14-22). Se estremecía en el púlpito de la Iglesia Ebenezer en Atlanta, cuando narraba aquellas imágenes de Jesús, al contemplar su ciudad, llorar ante ella, porque “!cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos, y tú no quisiste!” (Lucas 19:41-44), o en la aldea de Betania, que al ver a las hermanas, Marta y María llorar porque su único sostén Lázaro había fallecido, él también acompañó con lágrimas la tristeza de sus amigas. (Juan 11:28-37)

También su indignación ética coincidía, con la ira y valentía de Jesús, cuando látigo en mano arremetía contra los mercaderes del templo, que habían transformado “La casa de oración en cuevas de ladrones”, y los llamaba con sus nombres y los caracterizaba sin temor alguno: ¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas, sepulcros blanquedos…” (Mateo 23)

Así, lleno de estas imágenes, afirmaba: “seguimos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que es a la vez fuerte de espíritu y tierno de corazón. Si Dios solo fuera fuerte de espíritu, sería déspota y frío, inconmovible, ausente en algún cielo lejos de nosotros y “contemplándolo todo. Ahora bien, si Dios solo fuera tierno de corazón, sería demasiado blando y sentimental, para actuar cuando las cosas se pusiesen mal e incapaz de controlar lo que hubiera hecho; que tiene el vivo deseo de hacer un mundo bueno, pero se encuentra impotente ante los poderes del mal que van surgiendo. Dios no es duro de corazón y ni débil de espíritu. Es lo suficientemente fuerte para no conformarse con este mundo; y es lo suficientemente tierno de corazón para vivir”.

Unido al proyecto de Vida y la personalidad adecuada, no podía faltar, colocar la Iglesia y su misión en el contexto de la realidad de su pueblo. Si del movimiento de Jesús de Nazaret se ha dicho más de una vez, “todo comenzó en Galilea de los gentiles”, de Martin Luther King se puede afirmar, todo comenzó en Montgomery, en 1956. Comenzó por la resistencia de una mujer, Rosa Park. Su negativa firme y decidida de ceder su asiento a un hombre blanco en el ómnibus que la regresaba a su hogar luego de una faena dura de trabajo, según las leyes segregacionista y discriminatoria de la ciudad, fue el inicio del boicot, cuando King acudió a las iglesias negras para apoyar su lucha a favor de la erradicación de tal medida. El resultado fue el éxito total, pero no quedó allí, continuó las iniciativas y acciones para lograr la libertad y la recuperación de la dignidad plena de su pueblo. La participación consciente y activa de las Iglesias fue decisiva.

En Birmigham, 1963, la marcha y las demandas por la abolición de la segregación puso en contraste con la actitud de las Iglesias negras en Montgomery con los clérigos de ocho Iglesias blancas de las ciudad, quienes acusaban a King y apoyaron de tal manera la reacción represiva del gobernador, que el pastor bautista negro terminó en la prisión. Hasta él llegó la carta con epítetos cargados de cinismo y de hipocresía. La respuesta de King la hizo en el borde de periódicos viejos que estaban en la celda. Así surgió, según mi manera de pensar, el documento más importante de la teología norteamericana: La Carta desde la prisión. Entre otros párrafos, escribió:

“Me encuentro en Birmigham porque lo que triunfa es la injusticia… durante años vengo oyendo la palabra esperad… pero esta palabra siempre ha sido sinónimo de nunca. He viajado a todo lo largo y ancho de Alabama, Mississippi y el resto de los estados del Sur. En abrazadores días de verano y frescas mañanas de otoño, contemplé sus hermosos templos con las agujas apuntando hacia el cielo. Advertí el alto costo de sus edificios de educación religiosa. Una y mil veces me pregunté a mi mismo: ¿Qué clase de gente tiene su culto aquí? ¿Quién es su Dios? ¿Dónde estaban sus voces cuando los labios del gobernador destilaban sus palabras de interposición y anulación de derechos? ¿Dónde estaban cuando el gobernador daba su toque de llamada para la oposición y el odio? ¿Dónde estaban sus voces de apoyo cuando los hombres y mujeres de la raza negra, cansados, golpeados, hartos, decidieron salir de las mazmorras oscuras de la resignación a la luz de la protestas positiva?”

Con estas preguntas, el predicador, tocaba fondo los tres grandes desafíos a la Iglesia de ayer y a la de hoy: El desafío de un quehacer teológico, el reclamo a la reconsideración de la pastoral de la Iglesia renovador y comprometido y el ético de la solidaridad militante con los excluidos.

¿Qué nos plantea a nuestra Iglesia Bautista Ebenezer en particular, y a las iglesias cubanas en general el legado de este pastor “hermano y compañero de milicia?

Colocar el proyecto de vida, la indivisible unidad de la fortaleza de espíritu y la ternura de corazón, ser iglesias con corazón de pueblo, especialmente en este momento que vive nuestro pueblo, el cual somos y a él nos debemos, donde se unen el temor y la esperanza, para lograr, al fin, un modelo económico que no pretenda ser un fin en sí mismo, sino el sustento necesario para construir el proyecto ético, el socialismo.

Pbro. Raúl Suárez Ramos, pastor emeritus de la Iglesia Bautista de Marianao, La Habana.

15 de enero de 2011, Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao, La Habana, Cuba

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