Uno de tus temas principales es la desigualdad, me gustaría que definieras el término desde una perspectiva sociológica.
Es interesante porque no es exactamente lo mismo que en el lenguaje cotidiano. Significa una diferencia que entraña un grado de injusticia social, no es solo la diversidad sino aquella que está asociada a exclusión, a limitaciones de acceso al bienestar.
¿Es la igualdad la respuesta frente a esta desigualdad sociológica?
La respuesta tiene varias gradaciones. Para algunos la respuesta es la equidad, es decir, un acceso equitativo a bienes, servicios materiales y espirituales. Para otros, y me inclino por la segunda variante, es la igualdad. La igualdad es la repuesta, aunque la equidad a veces se entiende mejor. Pero sin entender igualdad por igualitarismo. Igualdad de opciones, de oportunidad y también de resultados, y respetando la diversidad. Excluyo el llamado igualitarismo.
¿Estamos hablando de una igualdad básica con gradaciones?
Sí, creo que tiene gradaciones. Estamos hablando de una igualdad básica, totalmente ajena a capacidades y que está dada simplemente por el hecho de nacer, de ser humano. Creo que eso da derecho a una igualdad de base. Y luego hay una gradación más cercana a la noción de equidad, es decir, oportunidades igualmente distribuidas para todos. Le agrego también resultados con una cierta distribución homogénea, porque la igualdad de oportunidades no asegura igualdad de resultados.
“Y eso es sencillo de comprender. En una distribución basada en la igualdad de oportunidades para todos los grupos sociales, acceden grupos con diferentes niveles de puntos de partida, por lo tanto aprovechan mejor esa distribución aquellos que tienen un punto de partida más avanzado. Esa igualdad de oportunidades reproduce también desigualdades. De manera que hay que asegurar la igualdad de oportunidades pero también igualdad de resultados. Entonces ahí deberían incluirse elementos de discriminación positiva, como le llaman algunos, o políticas de afirmación.”
¿Qué son las igualdades de resultados?
Que los diferentes grupos sociales obtengan o se beneficien de igual manera de esas oportunidades. Por ejemplo en Cuba la discusión plantea que la desigualdad social abarca tres zonas: género, raza y territorial, los tres elementos más fuertes de brechas de equidad. Aquí se ve muy bien que igualdad de oportunidades no garantiza igualdad de resultados. Mujeres, negros y mestizos y los diferentes territorios del país han sido cubiertos por políticas universales para todo el mundo, sin embargo, estos tres elementos han ido quedando rezagados o son los más afectados por la crisis. Ello está asociado a un punto de partida inferior a otro grupo social, y por lo tanto aprovechan menos las oportunidades iguales.
¿Crees que en esas zonas debiera incluirse, a raíz de la crisis de los noventa o período especial, el tema de las nuevas clases y la situación de los profesionales con respecto a las expectativas económicas y a su posición social?
Esas tres zonas no son las únicas asociadas a la desigualdad en el país. Yo coordino un grupo que estudia el proceso que hemos denominado “reestratificación social”. Porque uno de los efectos fundamentales de la crisis y la reforma fue la reconstrucción de la pirámide estratificada de desigualdad que se había aplanado mucho desde el 59 hasta el 89. Se había aplanado a pesar de que continuaban algunas desigualdades, no era todo igual, pero es verdad que la igualdad de ingreso, de calificación, de educación había crecido muchísimo.
“La crisis y la reforma en su vínculo recomponen esta estratificación. Los economistas, los primeros en reaccionar ante eso, la llamaron pirámide invertida. En los años ochenta a esa pirámide —realmente una meseta— la crisis y la reforma la viran. Muchos de los que estaban colocados en la parte superior caen precipitadamente, y en la cúspide se ubica un grupo cuyos ingresos no estaban necesariamente ligados a su calificación, sino a la oferta de mercado.
“Hemos identificado varias tendencias en la reestratificación. Una de ellas es la recomposición de las clases sociales, la llamada pequeña burguesía urbana y rural. Tema complicado porque el término de pequeña burguesía está demonizado en el lenguaje político, pero en rigor y teóricamente es una pequeña burguesía, porque se ha constituido una economía familiar mercantil para un ámbito relativamente pequeño de mercado. Eso se ha recompuesto de manera legal e ilegal, porque la legalidad reconoce apenas al trabajador por cuenta propia o a este pequeño empresario de paladares. La observación empírica te muestra que esa micro-empresa familiar está muy extendida en muchos tipos de actividades, especialmente en los oficios.”
Has empleado la palabra “reforma” referida al período especial, no es usual el término entre nosotros. ¿Por qué lo tomas?
El término se abrió camino cuesta arriba en los noventa, aunque la idea de reforma siempre ha estado ajena a la idea del socialismo. El socialismo implica una revolución permanente o una sociedad que no necesita ser reformada, sino avanzar en un sentido positivo hacia grados superiores de socialización. A mí me parece que es un tabú injustificado, porque la sociedad socialista, aunque es una sociedad de tránsito, es una sociedad de llegada, es un período largo y arduo; de hecho, en el pensamiento de los clásicos se habla de un período de transición. Por lo tanto no me lo imagino tampoco como una línea siempre ascendente, aunque el socialismo funciona con cierta estabilidad y el instrumento de la reforma es necesario.
“Digo reforma y no lo veo en esa misma recta hacia una sociedad superior, porque no lo veo en un avance ininterrumpido. Cuando empleo reforma entiendo, incluso, que pueden tomarse decisiones de reajuste estructural en lo económico, social y político que pudieran representar cierto retroceso en una lógica lineal pero que son totalmente legítimos para solucionar problemas coyunturales. En una primera lectura pudieran parecer retrocesos, pero en una mirada más profunda son instrumentos que no suponen un obstáculo insalvable para continuar un avance superior.
“A mí me parece que aplicar la idea de reforma a un proyecto socialista es totalmente legítimo, y creo que si entendemos por reforma un cambio en los instrumentos de reproducción económica que no altera el núcleo duro de las relaciones de producción, es totalmente aplicable entonces a lo que ocurrió en Cuba.”
¿Qué desafíos enfrentaste al abordar el término de desigualdad en una sociedad cuya premisa es justamente la igualdad?
Es una historia bonita porque es casi contar mi desarrollo profesional. Entro en ese tema simplemente por una cuestión de planificación. Comencé trabajando en la Academia de Ciencias y allí había un estudio muy interesante en la Isla de la Juventud desde la óptica de la planificación regional con una fuerte asesoría soviética. Había un tema, el de la estructura social enfocada hacia la fuerza de trabajo más eficiente. La discusión y la perspectiva de los soviéticos no eran simplemente cuantitativas, sino de análisis en relación con la estructura de clase de la sociedad.
“Desde que comienzo a trabajar me veo en un debate sobre las clases sociales. La perspectiva teórica de aquella época, acentuadamente soviética, se denominaba proceso de homogeneización social. En todos los manuales cuando estudié sociología y comunismo científico aparece este tema. Las ciencias sociales soviéticas enunciaban el asunto desde una positividad preestablecida, así como el movimiento constante de la sociedad hacia la homogeneidad social. Esto significaba que las desigualdades en la sociedad socialista eran una herencia del pasado y por lo tanto no eran producidas por esa sociedad. Entonces, la lógica de la investigación era mostrar en qué medida se habían superado las diferencias entre la clase obrera y el campesinado, entre la intelectualidad, etc. Todo esto se anunciaba por medio de regularidades recogidas en manuales.
“Mi grupo comenzó a trabajar, entonces, bajo esa impronta. Pero estalló pronto. Aplicarle a Cuba la idea de la homogeneidad social era excesiva, y nos dimos cuenta que tratar de meter todo en el saco de la homogeneidad, dejaba la riqueza de la diversidad fuera, con el sentido de una homogeneidad necesaria. Lo que hoy desde la perspectiva de la complejidad llaman la micro diversidad en ese plano de la micro práctica y de la vida cotidiana.
“Intentamos justificarlo no haciendo una crítica a las regularidades que habían implantado los soviéticos, sino diciendo que quizás en ese país funcionaba bien, pero no en una sociedad que iniciaba la construcción del socialismo desde la periferia, el subdesarrollo y la economía dependiente. Aquí los tipos sociales eran más diversos y no es tan sencillo como esa ruta lineal, y por otra parte, dejaría fuera una lógica de generación de diferencia que no es una herencia, sino que es consustancial al socialismo. Algunos soviéticos, a pesar de esa historia oficial, también estaban más preocupados por la desigualdad que por la homogeneidad social.
“En ese camino tuvimos muchos intercambios con la Academia alemana, de la ex RDA, quienes habían avanzado mucho y no usaban la perspectiva del proceso de homogeneidad social. Muy «alemanamente» ellos habían creado una especie de esquema de desigualdades: las injustas, que había que erradicar, las necesarias, que había que fomentar como motor de desarrollo. Esto me fascinó y encajaba con lo que queríamos hacer.
“Comenzamos a trabajar no con ese esquema, pero sí empezamos a reparar en esas desigualdades. Creo que esto en la segunda mitad de los ochenta, nos preparó para, tan rápidamente en los noventa, tener una propuesta sobre lo que estaba ocurriendo.
“Es decir, que ya estábamos preparados, a pesar de ser muy contracorriente, para entender mejor que la nuestra era una sociedad con alto grado de igualdad pero también con una desigualdad que atender. Y sobre todo, en esa segunda mitad de los ochenta, nuestro punto principal era una crítica a las políticas sociales homogenistas. Esas políticas pueden ser muy buenas para los inicios del proceso, pero llega un momento en que esa política reproduce desigualdad, y por lo tanto hay que atender a la diversidad, y además, queríamos satisfacer desde afuera un montón de expectativas y necesidades diversas.
“Afortunadamente el CIPS (Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas), antes adscrito a la Academia de Ciencias y ahora al CITMA (Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente), siempre ha tenido una agenda colocada en problemas fundamentales y fuertes de la sociedad cubana, y ha tenido mucho trabajo de campo.”
¿No te parece que existe una gran distancia entre esas investigaciones del CIPS y su aplicación y difusión en la sociedad cubana?
Para ser justa debo decir primero la parte positiva. Recientemente se ha instaurado la actividad del llamado polo de humanidades y ciencias sociales que es un espacio de convergencia y debate en articulación con la dirección del Partido. Y se están identificando problemas importantes, la desigualdad es uno. Se ha creado el grupo Políticas de Reducción de la Desigualdad, integrado por investigadores de diferentes centros que nos acercamos al tema desde diferentes aristas, y hacemos una especie de asesoría al Partido para ver qué se ha estudiado y propuesto en Cuba con respecto a eso.
“Ahora bien, la realidad es que ha habido un camino de distanciamiento de la investigación social, no solo en el tema de la desigualdad que es obvio que es molesto. Aunque existen los canales, el canal es fundamentalmente de entrega. El primer error está en que aparecen como interlocutores las propias investigaciones y los que toman las decisiones. Pero creo que tendría que ser mucho más amplio, porque la sociedad queda fuera. Creo que el diálogo debe abrirse porque la sociedad debe estar enterada de esos resultados.
“Me sentiría muy feliz de poder contrastar mi resultado con el sentido común, y esa oportunidad casi nunca la tengo. Existe, además, una circularidad en el medio intelectual. Eventualmente algún político toma contacto y entonces se produce un cierto nivel de interacción, pero nunca un diálogo.
“Es mucho más efectivo que los grupos sociales pudieran considerar estos resultados a la hora de confeccionar la agenda del cambio social. No pretendo que un político me haga caso y diga, «qué bueno está eso». Creo que el escenario está completo si están incluidos los sectores sociales más variados y entonces la ruta más importante no es investigador-tomador de decisión, sino una sociedad activa que pueda hacer uso de esos resultados y nutrirlos con sus propuestas. El tema es complicado y no es solamente de Cuba. La UNESCO ha fundado el programa MOST (Management of Social Transformation), y la intención es vincular más los resultados de las ciencias sociales a la toma de decisiones.
“Lo cierto es que una parte sustantiva de los resultados de las ciencias sociales deberían estar nutriendo la toma de decisiones. En esto inciden muchos factores. Uno de ellos es que nuestro lenguaje es un poco críptico o demasiado técnico, otro está asociado al ritmo en la toma de decisiones y la dinámica de las propias investigaciones. Creo que sin perder los perfiles de cada ámbito, hay maneras de encontrarse. Otro es el prejuicio mutuo: el investigador siempre en la alfombra mágica sin aterrizar y el político visto como un inmediatista.
“A mí me parece que técnicamente podemos resolver el problema del lenguaje, del tiempo, pero siempre será insuficiente si no se incluye a la sociedad en su conjunto. Porque si no, será siempre un diálogo entre expertos: los políticos y los científicos sociales. Para decirlo rápido, creo que hay que democratizar los resultados. Democratizar el conocimiento. Horizontalizarlo.”