Leonardo Padura(1), el mismísimo creador de Mario Conde, me confesó –en realidad a mí y al resto de sus lectores–– el resultado de sus observaciones sobre el significado de aquella “oscurísima pero reveladora imagen” que alguna vez mencionó José Martí: siento que estoy en “el baile extraño”.
Decía el escritor cubano que el Maestro se refería a un baile global, y que la extrañeza y el distanciamiento que le provocaban aquellas escenas aludían a la soledad, al egoísmo y al escaso clima fraterno de “un mundo donde solo tienen espacio los triunfadores, los más blancos, los más ricos, los más poderosos…”
Pero esta “danza” no fue exclusiva del siglo XIX. El propio Padura habla de cómo, aún hoy, muchos viven bajo el influjo de esos acordes. El descompasado ritmo, que evade la solidaridad y cualquier atisbo de ensayo grupal e igualitario también está muy de moda.
Después del descubrimiento sobre la frase de Martí, no pude sentir más que alivio al coincidir con investigadores, artistas, funcionarios de cultura ––algunos rozaban los 60 años––, como con recién graduados y estudiantes universitarios, que asistían al Centro Juan Marinello de la capital cubana para iniciarse en el arte de la educación popular.
La formación de educadores populares a distancia (FEPAD), modalidad que desde el 2003 lleva adelante el Centro Martin Luther King, permitió que ya a partir del primer encuentro habláramos de un grupo, heterogéneo, y a la vez, ansioso por profundizar alianzas.
Era junio. “Contra el poder”, la canción del español Pedro Guerra; la frase del educador brasileño Paulo Freire en el cuaderno entregado por los coordinadores: “Existir, humanamente, es pronunciar el mundo, y transformarlo”; y las primeras reflexiones sobre nuestras prácticas cotidianas, nos advertían que aquí “el baile sería distinto” y que la música que empezaba a movernos no era externa, más bien salía de adentro, de nosotros mismos.
Durante varios encuentros, los textos que abríamos, entre ellos, Pedagogía del Oprimido, de Freire; S*ociedad Civil y Hegemonía*, de Jorge Luis Acanda; Gramsci para principiantes, de Néstor Kohan; Encrucijada de la ética, de José Luis Rebellato, al mismo tiempo que nos adentraban en el camino político que encierra la formación de un educador (a) popular, en la práctica, avivaban los deseos de cambiar nuestro entorno.
Y, sin dudas, a la revolución que gestábamos allí entre todas y todos le sobraba alegría. Juegos como el Tachi- tachi(2), y otras técnicas abiertas, inclusivas, creativas reforzaban el enfoque participativo de los encuentros.
A lo largo del taller, esta metodología fue legándonos un movimiento, un armonioso tumbao, perceptible en nuestro reconocimiento del Otro (a), en la amistad que iba surgiendo entre los participantes, y en las ansias de entrega fortalecidas.
No es tan fácil describir la expresividad corporal de esta “danza” que habíamos aprehendido rápidamente, y la cual––concordamos––
estábamos dispuestos a mostrar, aun en medio del sonido del mercado, de la llamada “cultura afirmativa” y de la reproducción en el ámbito cotidiano de ese otro baile del que hablaba Martí.
Por eso, hubo una visible complicidad cuando en el último intercambio una de las coordinadoras apuntó que este era el fin de un principio. El peculiar movimiento que habíamos heredado tenía que ver con la materialización de una ética liberadora, con esa sensibilidad redescubierta para contribuir a nuevas transformaciones.
El pegajoso tumbao del educador (a) popular, supimos, más allá de contoneos físicos, implica una mirada al alma, y por tanto, necesita solo corazón y mucho humanismo.
(1) Leonardo Padura (La Habana, 1955). Uno de los más prestigiosos escritores contemporáneos, autor de varias novelas, entre ellas Pasado Perfecto, Vientos de Cuaresma, Máscaras, Paisaje de Otoño y Adiós Hemingway.
(2) Ejercicio grupal cuyo éxito será posible solo si el grupo está compenetrado. Todos y todas somos apoyo y necesitamos de este.