Quince y seis son los números mágicos en la elección legislativa nacional a celebrarse este martes para determinar si los republicanos mantienen el monopolio político o si los demócratas logran recuperar el control de una o ambas cámaras.
Los demócratas necesitan ganar 15 curules más en la Cámara baja y por lo menos seis en el Senado para retomar la mayoría, lo cual podría implicar, si no el fin, sí un contrapeso a la agenda política del presidente George W. Bush y su coalición neoconservadora que ha imperado sobre Washington durante los últimos cuatro años.
La totalidad de las 435 curules de la Cámara y un tercio del Senado están en juego, junto con algunas gubernaturas y otros puestos estatales y locales, además de unas 200 iniciativas (incluidas varias sobre inmigración). Los republicanos tienen todo que perder y los demócratas todo que ganar en estas elecciones que se han convertido en un tipo de referéndum sobre las políticas bélicas del presidente Bush, aunque también en algunas regiones la elección girará en cierta medida sobre temas como corrupción, migración y religión.
Encuestadores y analistas electorales indican que los demócratas lograrán recuperar la mayoría y por lo tanto el control de la Cámara baja, incluso algunos expertos lo dan por hecho, lo único incierto es qué tan grande será el margen de esta victoria, la cual podría ser abrumadora. En el Senado, donde los demócratas necesitan incrementar su presencia en por lo menos seis asientos, pocos se atreven a apostar pero nadie niega que lo que parecía poco probable hace sólo dos meses ahora está dentro de las posibilidades reales.
Esta elección, coinciden todos (políticos, expertos, las encuestas, los medios) está enmarcada por la guerra en Irak. Con eso, la elección también será afectada por el cúmulo de escándalos de corrupción, engaños, el temor y, al parecer más que nada, las aventuras sexuales de políticos y reverendos cercanos al poder.
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Bill Clinton, ex presidente estadunidense, estuvo ayer en Newark, Nueva Jersey, para apoyar la campaña del demócrata Robert Menendez, quien busca su relección en el Senado Foto Ap
Con más de 2 mil 800 soldados estadunidenses muertos y otros 20 mil heridos, con hasta 650 mil iraquíes muertos, y con octubre como uno de los meses más mortales para las fuerzas estadunidenses en tres años y una situación en deterioro en la que algunos consideran que ya estalló una guerra civil en el país invadido, no hay buenas noticias para los republicanos en este frente.
Rebelión contra Rumsfeld
Tal vez lo más devastador para el partido en el poder es lo que algunos califican de rebelión militar contra el comandante en jefe y su equipo. El hecho de que el editorial a publicarse este lunes, un día antes de las elecciones, de los rotativos Army Times, Marine Corps Times, Air Force Times y Navy Times (periódicos privados pero de los más importantes entre las filas militares) llame a la renuncia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, una semana después de que Bush le expresó su apoyo total es manifestación del creciente coro dentro de las fuerzas armadas contra las políticas bélicas del presidente.
Vale recordar que varios ex generales destacados, senadores y representantes vinculados con los altos mandos militares y otras figuras que expresan corrientes de opinión militar, han hecho públicas sus críticas a la guerra.
Por cierto, muchos de los candidatos republicanos han intentado evitar el tema de Irak durante semanas, aun mientras la Casa Blanca insiste en mantener la política actual calificando a todo crítico demócrata de poco patriota. Más aún, algunos republicanos han tomado la decisión de no sólo no invitar, sino buscar mayor distancia de Bush para poder ganar (según una encuesta de CBS News/New York Times de la semana pasada, el presidente goza de apenas 34 por ciento de aceptación, y con sólo 29 por ciento de aprobación a su manejo de la guerra).
A la vez, los temas gemelos de la corrupción política y la hipocresía también dañan la imagen y el poder casi invulnerable que gozaban el gobierno de Bush y los republicanos en el Congreso sólo hace unos meses.
Con una serie de investigaciones legales en curso sobre lo que se considera uno de los congresos más corruptos en décadas, con varios legisladores ya en la cárcel y otros que van rumbo a ese mismo lugar, el costo para los republicanos podría ser severo (aunque los demócratas no son inmunes a estos pecados). Según una encuesta de CBS News, 58 por ciento opina que la corrupción es amplia en el Congreso.
De hecho, en gran medida por estos escándalos, el nivel de aprobación de este Congreso es bajísimo, con apenas 16 por ciento, según encuesta de NBC News/Wall Street Journal divulgada hace un par de semanas.
A la par, la hipocresía ha provocado daños potencialmente fatales para algunos candidatos republicanos, ya que desaniman a sus bases más fieles. Sólo esta semana, con la renuncia del reverendo Ted Haggard como presidente de la Asociación Nacional de Evangélicos organización de la derecha cristiana clave para los republicanos después de que fue acusado de contratar a un prostituto gay durante años mientras en público promovía una agenda antigay y de defensa de los “valores familiares”, algunos concluyeron que Dios ayuda a los demócratas este año con ese favor.
Esto sigue el caso del representante republicano Mark Foley, quien también abandonó su intento de relección cuando fueron reveladas sus conversaciones sexuales cibernéticas con jóvenes menores de edad en el Congreso.
La lista de escándalos en el Congreso y la Casa Blanca bajo los republicanos parece crecer cada día y se agrega a las de los últimos cinco años, incluidas la respuesta federal al huracán Katrina, la filtración de la identidad secreta de una agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) por parte de la Casa Blanca, la manipulación de información científica oficial para fines políticos, las violaciones a la Convenciones de Ginebra y el empleo de tortura y las maniobras electorales que podrían haber llegado a ser fraude en elecciones nacionales, entre otras.
Insatisfechos, 67% de estadunidenses
No resulta sorprendente que 67 por ciento opine que está insatisfecho del estado del país, de acuerdo con una encuesta reciente de Newsweek.
La alarma de los republicanos sobre un triunfo de los demócratas en una o ambas cámaras no sólo es por sufrir una derrota política, sino por el temor de que algunos demócratas decidirán abrir o intensificar investigaciones formales sobre la corrupción y otras maniobras potencialmente ilegales realizadas bajo el control republicano, así como también sobre temas tan controvertidos como la conducta de la guerra o la respuesta al desastre del huracán Katrina.
Y su alarma se nota, ya que han tenido que invertir millones de dólares y capital político en regiones del país que hace unas semanas se consideraban como zonas seguras para mantener el control republicano.
Ante todo esto escándalos de corrupción, oposición creciente a la guerra, un presidente con débil apoyo, etcétera lo más curioso es que no se pronostica una derrota histórica para los republicanos. Aunque en las elecciones nacionales de 2002 (legislativa) y 2004 (presidencial y legislativa) los republicanos evitaron pagar los costos de políticas fracasadas y escándalos al recurrir al temor ante el “terrorismo”, en esta ocasión eso no está funcionando como hubieran deseado. Sin embargo, el arma secreta que favorece a los republicanos es el talento cartográfico que han aplicado durante los últimos años al redibujar el mapa de los distritos electorales para casi asegurar su triunfo electoral permanente en ciertas regiones.
Por otro lado, el sentir contra los republicanos en el Congreso no necesariamente se convierte en votos en favor de los demócratas. De hecho, aunque todas las últimas encuestas se inclinan por los demócratas, el margen entre los dos partidos se ha reducido en los últimos días. Más aún, la encuesta de CBS News revela cierta ambigüedad entre el electorado, con votantes que señalan que ninguno de los dos partidos ha presentado un plan sobre cómo gobernará si obtienen el control.
Todo dependerá de la tasa de participación en estas elecciones, de qué partido movilizará mejor a sus bases, y de quién y cómo se cuenten los votos.