“Estamos en medio de una gran dominación cultural. Y esa dominación cultural viene por el pensamiento único. Tenemos que beber en nuestro propio pozo, en nuestra propia identidad, en nuestra propia cultura”. Me comentó Rodolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz, en agosto de 2003, sentados bajo la sombra de un árbol centenario en el campamento que fue sede de la III Asamblea de los Pueblos del Caribe, en Cabo Haitiano, Haití. Sus palabras de entonces retumban con fuerza por estos días en Caimito, una población ubicada al Oeste de la capital cubana, con una extensión territorial de 239,5 kilómetros cuadrados y más de 30 000 habitantes, donde tiene lugar la cuarta edición de la APC.
Hoy, cinco años después, volvemos a reflexionar sobre el tema de las resistencias frente al modelo neoliberal, por hacer que prevalezcan y sean tomados en cuenta los derechos de niñas y niños, de trabajadoras y trabajadores; por el derecho a la tierra, a la educación, a la salud y la seguridad social, derechos esenciales de los que carecen, aún en este siglo XXI, millones de personas en toda la región del Caribe.
Para los pueblos y movimientos sociales caribeños el enfrentamiento a la pobreza, marginación, discriminación, exclusión social, violencia pasa por una lucha cultural y política asumida desde los pequeños y los grandes espacios de poder. Pasa no sólo por la resistencia frente a los modelos de dominación neoliberales sino también en oposición a los mega-proyectos que intentan tragarse no ya las tradiciones, costumbres y religiosidad popular de las naciones que integran el Caribe, sino imponerles un pensamiento único, patriarcal y capitalista.
Por estos días he recordado cada instante vivido en Cabo Haitiano, durante la III APC. El entusiasmo y solidaridad de las/os haitianos, el primer pueblo del Caribe y América Latina que se enfrentó al dominio imperial y terminó siendo, luego de largos y duros años de lucha y resistencia, la primera República negra e independiente del mundo.
La historia “oficial” escrita desde los buroes de los países vencedores ha ocultado e invisibilizado deliberadamente los rasgos indentitarios que nos unen, y se ha encargado de dividir, fragmentar, erosionar nuestras culturas. El “vaciamiento” del sentido y el sentimiento que ha inspirado nuestras luchas de resistencia durante más de quinientos años se ha exacerbado en estos últimos tiempos con el auge de las nuevas tecnología de la información y las comunicaciones, la Internet, la concentración de los medios de comunicación masiva en unos pocos centros de poder que dictan sus reglas, reglamentan y modelan la vida y el pensamiento de las personas.
Frente a estas reales e injustas desigualdades en el ámbito de la cultura y la educación, junto a la pobreza y violencia que generan las políticas de los gobiernos y organismos internacionales como la OMC, el FMI y otros, el Caribe se resiste a ser el “traspatio natural” donde el poder neoliberal experimenta muchas de sus más macabras artimañas en el terreno militar (con sus bases militares), el político, el económico y el cultural.
Pero entender el Caribe es mirarlo con los ojos de la historia y la vivencia cotidiana de sus gentes. Basta recordar que los territorios predominantemente insulares, con una historia común de colonialismo europeo, sufrieron el exterminio de la inmensa mayoría de su población indioamericana, el comercio esclavista de África, el arribo posterior de semiesclavos de la India y China, y la migración de portugueses, judíos y árabes. Por tanto, quienes habitamos esta parte del mundo (30 millones de personas) compartimos una “civilización única” dentro de un paisaje particular abatido por la furia de huracanes, el calor irremediable y la naturaleza jovial y abierta de quienes vivimos en Islas, grandes o pequeñas, acariciados por el Mar Caribe.
Nuestros pueblos, mediante el ejercicio de su imaginación creativa, fueron capaces de sobrevivir el trauma de la separación de hogares ancestrales y a la indignidad de la deshumanización en la esclavitud. Como resultado, se fue construyendo una cultura que tiene más elementos comunes que diferentes.
Situadas entre el Norte y el Sur de América, las naciones del Caribe fueron históricamente percibidas por los Estados Unidos y sus transnacionales como su “área de seguridad nacional”. Esa proximidad ha traído pocas ventajes y sí muchas dificultades y desafíos para el desarrollo.
Hoy más que nunca, es imprescindible fortalecer un proceso de integración real que se sustente en una voluntad política de parte de los gobiernos caribeños, el liderazgo político, el sector privado, y tome en cuenta a los sectores populares de la región, a los movimientos sociales que tienen claro que la herencia cultural e histórica común de la región es la base sobre la que podrá erigirse ese otro Caribe que es posible y necesario construir.
Por ese Caribe diferente, plural e integrador que al decir del poeta negro cubano Nicolás Guillén es Trópico, tu dura hoguera/tuesta las nubes altas/y el cielo profundo ceñido/ por el arco del Mediodía/. Tú secas en la piel de los árboles/ la angustia del lagarto/. Tú engrasas las ruedas de los vientos/ para asustar las palmeras/. Tú atraviesas/ con una gran flecha roja/ el corazón de las selvas/ y la carne de los ríos/, resistimos y luchamos.