Por Angelica Tostes[1]
“Os escribo a todos vosotros y vosotras que habéis dado la vida por la Vida, a lo largo y ancho de Nuestra América, en las calles y en las montañas, en los talleres y en los campos, en las escuelas y en las iglesias, bajo la noche o a la luz del sol. Por vosotros y vosotras, sobre todo, Nuestra América es el Continente de la muerte con esperanza.”
Dom Pedro Casaldáliga en Carta Abierta a Nuestros Mártires
La espiritualidad cristiana en América Latina tiene una cicatriz que todo lo impregna, que es la cicatriz colonial. La marca de la explotación, del dominio, de prácticas autoritarias y esclavistas, de intolerancia religiosa y cultural, ha moldeado nuestra noción de sociedad. Es lo que llamamos colonialidad, aunque ya no vivamos bajo el dominio de los colonizadores, esta herencia colonial permanece en nosotros como un parásito.
El colonialismo dejó marcas profundas, una herencia arraigada en el pensamiento del pueblo latinoamericano: patriarcado, latifundio y esclavitud. Estas tres fuerzas se reflejan en la lucha de clases, en el feminicidio y en el racismo estructural que se encuentran en todas partes.
Las dictaduras en Nuestra América son ejemplos de lo largo que es el camino, ya que en estos territorios todavía hay una frágil democracia en constante amenaza. Hubo muchos golpes de Estado cuando los gobernantes progresistas estaban en el poder. Esta herencia autoritaria, que se expande con fuerza a partir de las dictaduras latinoamericanas, tiene sus raíces en la dominación del colonialismo, la esclavitud y el imperialismo.”
“La espiritualidad latinoamericana trae consigo la sangre derramada de los pueblos originarios y los africanos esclavizados, así como también de aquellos y aquellas que, como Pedro Casaldáliga afirma, murieron en busca de la Vida como Camilo Torres, Oscar Romero, Dorothy Stang, Marielle Franco, Bruno Pereira, Dom Phillips, Padre Henrique y Frei Tito… Entre tantos nombres que continúan muriendo en Nuestra América en busca de la justicia.
Cuando intentamos comprender el concepto de espiritualidad, es necesario observar su origen filológico, es decir, de dónde surgió esta palabra. Espiritualidad proviene del término en latín “espiritus”, una tradición del griego “pneuma”, que proviene de la traducción hebrea de “ruach”. Espíritu, viento, aliento de vida, son muchas las traducciones que podrían derivarse de estos términos antiguos y bastante comunes en las tradiciones abrahámicas.
La espiritualidad de la liberación está viva y presente en nosotros, pero con las acciones imperialistas para aniquilar la teología de la liberación, se ha convertido en una espiritualidad de las márgenes. En América Latina, la espiritualidad es fuerte y viva, pero ¿cuál ha sido la espiritualidad de la clase trabajadora? Sabemos que el fundamentalismo ha encontrado en América Latina un terreno fértil, y que las raíces colonizadoras y dictatoriales son un abono que se encuentra en nuestra tierra.”
Es imposible hablar de Nuestra América con sus múltiples ritos y ceremonias sin mencionar la religión, especialmente sus formas liberadoras que, a través de un cristianismo sincrético, se unieron al Jesús histórico para formar a tantos trabajadores y luchadores en la construcción de un mundo nuevo. En el continente latinoamericano, muchas de sus luchas se materializaron a través de un proyecto de sociedad vinculado a una nueva forma de experimentar las diversas manifestaciones de la religiosidad que surgieron de su pueblo.
Pero mi inquietud, que comparto con ustedes esta noche como joven teóloga feminista, es si nuestro pueblo de fe y lucha comprende que la espiritualidad es la propia lucha. Nuestra herencia de la teología de la liberación dice que “cuanto más espiritual, más político; cuanto más político, más espiritual”, pero ¿cómo tratamos con una clase trabajadora que busca en la religiosidad un consuelo para el alma, una respuesta inmediata, una conexión con un Dios todopoderoso? ¿Qué mensaje, como pueblo de lucha y fe liberadora, ofrecemos a una madre de familia, mujer negra de la periferia, que vive al margen de la sociedad y de la religión, pero que encuentra en la iglesia evangélica conservadora un aliento, una ruah, para seguir adelante? ¿”Ven a luchar”? Esta es nuestra mensaje? Necesitamos ir más allá… Si no tenemos un mensaje de esperanza y acogida, el discurso fundamentalista será más fuerte.
Como personas de fe y militantes, debemos, como diría Ivone Gebara, abrir los techos de nuestras iglesias, movimientos sociales y organizaciones ecuménicas de liberación para repensar cuál es el mensaje de la teología de la liberación para el siglo XXI, después de la pandemia, con una tecnología avasalladora, una juventud que en gran parte está desarticulada y desanimada, y con la desigualdad de clase que cada día es más grande. Por eso, considero este encuentro de las Jornadas del Amor Eficaz como un acto profético para nuestros días, es necesario mirar los caminos trazados para pensar en nuevos.
Por lo tanto, retomo un punto que para algunos de nosotros ha sido olvidado: ¡la Biblia! Suelo decir que la Biblia es el libro de la clase trabajadora. Es con ella que los fieles van tejiendo sus visiones de mundo, su forma de ser y actuar en el aquí y ahora, sus conceptos y prejuicios, y es a través de ella que muchos encuentran la esperanza, el amor, la acogida… El rescate de la lectura popular de la Biblia en los territorios es esencial para nuestra lucha política, al igual que el cultivo de una espiritualidad de la liberación, una espiritualidad que también es orante, mística, pero con los pies en la tierra.
A finales del mes pasado asistí a un encuentro de juventudes por una espiritualidad liberadora, y en una de las charlas estaba Marcelo Barros, una figura importante de la teología de la liberación en nuestro continente, y nos provocaba diciendo: es importante que nuestra espiritualidad esté arraigada en la realidad para abrirse al sueño. Este sueño colectivo que todos y todas construimos, dando nuestro cuerpo, sudor, mente, para el proyecto en el que creemos: la liberación.
La espiritualidad y la mística son un estado de apertura de la visión, con los ojos abiertos al mundo, comprendiendo la realidad y sus ambigüedades para luego transformarla. De esta manera, como se ha señalado, podemos tener experiencias místicas no religiosas. La mística revolucionaria no es solo una experiencia individual, sino una práctica colectiva que implica una dimensión ética y política, como nos enseñó Camilo Torres.
Una mística que está arraigada no en un Dios que está de alguna manera fuera, sino en el propio mundo, actuando en el cambio, como lo que Michael Lowy trae sobre la mística de José Carlos Mariátegui, el revolucionario peruano que usaba mucho la palabra mística en sus escritos y que traía la concepción de una ética y espiritualidad de la lucha, de la revolución. La mística es un grito de amor que resuena en los corazones de aquellos que buscan la liberación y luchan contra las opresiones. La mística es una llama encendida que guía la revolución y muestra el camino de la justicia que nos lleva a la liberación.Así como Lowy señala que hay muchas otras místicas que parten de la revolución, se mezclan con la religiosidad popular de los territorios, ya sean cristianas o no, y resisten, como la trayectoria de “Camilo Torres, la teología de la liberación y la participación de los cristianos en los movimientos revolucionarios de América Latina, como el sandinismo nicaragüense, así como la “mística revolucionaria” de movimientos político-sociales.”
.¡Que el sueño de la espiritualidad liberadora que construye la lucha política esté latente en nosotros, ya que fue este sueño el que hizo que diversos movimientos populares, como el MST, se convirtieran en lo que son! De esta manera, la espiritualidad y mística revolucionaria se conecta con la práctica de la revolución, que busca una transformación radical de las estructuras sociales, económicas y políticas que generan desigualdad, opresión y explotación. La mística se ve como una fuerza impulsora de la revolución que ayuda a mantener la lucha a un nivel más profundo y significativo, orientándola hacia un horizonte de libertad y justicia.
Nosotros, cristianos y cristianas, decimos que esta búsqueda de justicia es la búsqueda del Reino de Dios aquí y ahora. Comenzamos con Pedro Casaldáliga y terminamos con él, con una oración-poema:
Nunca te canses del Reino.
Nunca te canses de hablar del Reino.
Nunca te canses de hacer el Reino.
Nunca te canses de buscar el Reino.
Nunca te canses de acoger el Reino.
Nunca te canses de esperar el Reino.
¡Que esta esperanza sea una esperanza que Paulo Freire nos enseñó, una esperanza del verbo esperanzar, esperanzar el Amor Eficaz!
[1] Angelica Tostes es una teóloga feminista y maestra en ciencias de la religión. Es activista interfe en movimientos ecuménicos latinoamericanos y globales. Se desempeña en la coordinación de la investigación del Instituto Tricontinental de Pesquisa Social sobre “Evangélicos, Política y Trabajo de Base” y también es coordinadora auxiliar de cursos en el Centro Ecumênico de Serviços de Evangelização e Educação Popular (CESEEP). E-mail: angelica@thetricontinental.org / ecumenismo@ceseep.org.br