Cuando hablamos de transformación social y luchas antisistémicas, los jóvenes tienen un lugar especial por constituir un grupo etáreo con una marcada impronta de iconoclastia y rebeldía.
En este sentido, no es posible describir un panorama general dada la diversidad de condiciones de nuestros países y la variedad entre los diferentes grupos; no obstante, existen rasgos comunes que podrían referirse: se aprecia, por ejemplo, una tendencia a prácticas efectivamente antisistémicas, aunque no necesariamente gestionadas desde el marco de organizaciones, lo cual en cierta medida va en detrimento del componente político que podría aportar consistencia y formalidad a estas manifestaciones de resistencia.
Para que se produzca una articulación efectiva de las luchas juveniles con el resto de los movimientos de corte social es preciso poner delante el reconocimiento de su diversidad; y que esta sea entendida, por demás, como riqueza.
Si bien las luchas de los jóvenes significan un aporte importante en la transformación revolucionaria en la región, su acción se ve limitada por factores de diverso carácter. El apoliticismo es uno de ellos, el cual junto a patrones culturales importados atenta contra la conformación de sujetos con identidad y con capacidad de ejercer un pensamiento crítico en torno a la sociedad.
En el contexto actual se identifica como una necesidad la apertura de canales de comunicación intergeneracional, a través de un vínculo que supere dinámicas paternalistas, tutoriales, que reproducen las relaciones hegemónicas; para dar paso a un diálogo horizontal que permita la exposición de los intereses de las partes y la articulación de estrategias comunes basadas en el respeto y la comprensión.
Fomentar la autogestión es un aspecto clave en este sentido. Muchas veces la lucha juvenil (y no solo esta) se inserta en escenarios que el propio sistema concibe e integra, de modo que no trasciende en realidad las lógicas hegemónicas, y no resulta en definitiva en propuestas realmente alternativas. Surge entonces una necesidad de gestión desde abajo, empleando discursos y lenguajes propios, coherentes con los lineamientos de la lucha social y los intereses particulares de cada grupo.
Las prácticas antisistémicas, como demuestra la experiencia, pueden apoyarse en el reforzamiento de la identidad cultural y la memoria histórica; por ello reconocemos la importancia de promover la creación de espacios de construcción de identidades, en los cuales el plano afectivo cobra gran relevancia.
Relatora: Mónica Rivero