Ariel Camejo (editor): Hay que definir primero qué actores conforman los espacios de crítica. Entre nuestros problemas está que la crítica tiende a adaptarse a las estructuras de poder preexistentes. Desde mi experiencia en la revista Dédalo pienso que se podría potenciar la participación de los creadores en la concepción de las revistas mismas, aunque no tengan una formación académica. En ocasiones nos encontramos ante un ejercicio de la crítica bastante narcisista, en detrimento de la intención constructiva, o bien se publican críticas complacientes. Al seguir perpetuando esta crítica tradicional, se obvia la interconexión cultural con el resto de la sociedad. Debemos explorar vías de comunicación para constituir consenso entre los creadores y la crítica especializada. El arte de la crítica es un acto político, en este caso de un fenómeno cultural determinado, y que lamentablemente deviene, en ocasiones, en un acto elitista y excluyente.
Piter Ortega (curador): Un curador es un crítico del más alto nivel. Voy a referirme a la curaduría en la que el curador tiene un papel protagónico: él piensa un tema y selecciona los artistas con quienes quiere trabajar en función de su tesis curadurial. De manera que los curadores hoy día están dirigiendo el discurso de la historia de las artes visuales, pues idean megaproyectos en los que los artistas trabajan por encargo. Son coautores del acto de creación.
Cuando la curaduría se asume con seriedad no es colgar azarosamente dos cuadros en la pared, porque requiere de una investigación extensa. El curador cuenta una historia y en eso influyen hasta efectos psicológicos.
Hiram Hernández (profesor): Pensar críticamente es atreverse a hacerlo con cabeza propia para llegar a la mayoría de edad; es decir, constituirnos en ciudadanos. Me preocupa cuando el crítico asume como su función endiosar las labores de los artistas y el disfrute estético de un determinado público y olvida que, desde su profesión, mucho puede hacerse para procurar el pan y la libertad que todos necesitan para vivir. ¿En qué medida estamos socializando las armas de la crítica?
Yohaina Hernández (teatróloga): Existe cierta comodidad reflexiva en el discurso crítico. Nos hemos estancado en una mirada crítica tradicional de comparación de espectáculos a partir de artículos descriptivos y reseñas. Los críticos se concentran más en los elementos clásicos y formales, evaluativos del texto teatral, que en el cuestionamiento del porqué lo teatral y cómo lo articulan en relación a lo social. No me motiva este tipo de ejercicio, pues me seduce más constatar en escena otro tipo de relación del teatro con la realidad.
El discurso crítico se inserta en un contexto de prácticas discursivas correspondientes a una época, un presente histórico, y en relación con los debates culturales, sociales y políticos. Es por eso que me interesa el tipo de escritura que hoy producen los jóvenes dramaturgos, más allá de su novedad o su trasgresión del lenguaje y la forma. Percibo que en los nuevos textos se comienzan a complejizar las maneras de pensar la teatralidad, la relación del autor con su obra, el contexto y las problemáticas cotidianas. La crítica artística es política. Somos producto y productores a la vez de un discurso, de un sistema de poder en el cual nos insertamos. En la medida que estemos conscientes de eso podremos ejercer una acción, tal vez no transformadora, pero sí más coherente.