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La primera piedra

Idania Trujillo

Estamos viviendo tiempos de cambio. Se han caído muros y se han levantado otros: los de la violencia sin freno, la homofobia, el racismo, las guerras, las dominaciones; el imperio del tener por encima del ser y el mercado siguen haciendo de las suyas y ensanchando las barreras entre quienes tienen mucho y quienes no tienen nada o casi nada, que no es lo mismo pero es igual, como dice el poeta. Se redefinen las reglas de la comunicación social. Y en medio de todo esto, cambian actores, metas, espacios, fuentes de financiamiento, modos de ser y de hacer en la vida internacional, nacional, local, comunitaria.

Desarrollar la comunicación propia y el protagonismo de los sujetos sociales es hoy un propósito esencial para comunicadoras y comunicadores. El desafío que se nos presenta es más amplio y complejo porque requiere que nos abramos en serio a los destinatarios, a actores y espacios, y a temas nuevos de transformación social.

Sembrar pluralismo en los medios de comunicación para que desarrollen sus funciones informativas mediadoras y a favor del diálogo social sigue siendo un desafío para quienes se forman en la comunicación o para quienes ejercemos esta profesión y desde diversos espacios intentamos deconstruir patrones, roles y estereotipos acuñados por la cultura patriarcal y capitalista. Este desafío tiene dos aspectos esenciales: satisfacer las necesidades comunicacionales propias de los actores sociales, comunitarios, y competir en el exigente mundo de la cultura de masas que “consumen” esos sectores populares.

Es preciso colocar la primera piedra: promover un cambio y mostrar otras maneras posibles de concebir la comunicación como alternativa frente a los medios andocéntricos. Para cualquier comunicador es imprescindible aprehender herramientas profesionales y metodológicas que sirvan para desmitificar patrones culturales y de comportamiento presentes en esferas y espacios de la vida cotidiana en los que los medios de comunicación ejercen diversas y complicadas mediaciones.

Pero sucede que estamos acostumbrados, mal acostumbrados, a pensar en sentido matemático cuando afirmamos que comunicación es igual a medios de comunicación y estos a grandes medios. Olvidamos un secreto a voces: el ser humano necesita interrelacionarse y compartir: comunicarse es consustancial al desarrollo. En reiteradas ocasiones se olvida que “nunca dejamos de comunicar”. Y lo hacemos mediante gestos, palabras, el modo en que nos vestimos, nos comportamos y hasta nos expresamos con el silencio…

¿Los medios son los culpables?

Uno de de los mitos de nuestros días es cómo los medios construyen el paradigma de hombre y de mujer. ¿Pero será que los discursos mediáticos son los únicos responsables de conformar muchos de esos mitos? Si todo comunica y la comunicación es más que un mensaje emitido podríamos preguntarnos: ¿en qué nivel se desarrolla la acción comunicacional? ¿Quiénes y cómo se benefician de ella? Hay que tener presente que no es lo mismo dirigirse al espejo o a la almohada que
hacerlo ante un grupo, hablar al público, comunicarse con una comunidad, o incluso, tejer una red de intercambio con personas de otros ámbitos.

Tal vez uno de los “descubrimientos” más interesantes de la educación y la comunicación popular en la década de los ochenta fue la valoración que hicieron de la vida cotidiana. En tal sentido, fue el movimiento de mujeres y los jóvenes quienes primero hicieron tal hallazgo. Con razón aún resuenan lemas como “Democracia en el país y en la casa”, “El derecho a la recreación de niñas y niños”. Más recientemente el 15 M y Occupy Walt Street han desplegado un interesantísimo movimiento de rebeldía popular utilizando las redes sociales e Internet como canales para movilizar a la opinión pública y auto organizarse desde el punto de vista político.

De modo que situar el análisis de género desde la perspectiva de la vida cotidiana nos pone en mejores condiciones para entender esta dimensión en todo el complejo fenómeno de mediaciones que constituye el acto de comunicación. Como decía el educador popular brasileño Paulo Freire, “¿Cómo puedo educar sin estar envuelto en la comprensión crítica de mi propia búsqueda y sin respetar la búsqueda de los demás? Esto tiene que ver con la cotidianeidad de nuestra práctica educativa como hombres y mujeres. Siempre digo hombres y mujeres porque aprendí hace ya muchos años, trabajando con mujeres, que decir solamente hombres es inmoral”.

(Paulo Freire. El grito del manso, Siglo XXI, Argentina, 2006, p. 112)
Desde la organización comunitaria Muchas son las aristas desde las cuales se pueden abordar las relaciones entre el género y la comunicación que se realiza para y con la comunidad y las organizaciones populares: indígenas, campesinas, afrodescendientes y de migrantes en América Latina.

Durante mucho tiempo los debates acerca de incorporar el enfoque de género a proyectos de desarrollo comunitario tuvieron como base el hecho de reconocer la importancia de las mujeres como fuerza de trabajo para lograr el éxito de determinado proyecto comunitario, lo cual significaba mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias; otros hacían énfasis en los aportes culturales que las mujeres podían hacer al desempeño de roles tradicionalmente femeninos, a partir de sus conocimientos y saberes específicos.

Como bien apunta, Francisca Rodríguez —integrante del colectivo de mujeres campesinas de la organización chilena ANAMURI,—, “el desafío para nosotras es bien grande porque luchar por la soberanía alimentaria no sólo representa defender un valor ético sino también darle sentido a una comunicación que visibiliza a las mujeres campesinas, indígenas y a sus luchas. Proteger la tierra, las semillas y el territorio forma parte de un esfuerzo mayor, el del sumak kawsay o buen vivir, propugnado por los pueblos y nacionalidades indígenas del continente”; concepción que está en sintonía con los principios de economía feminista que también ponen en el centro del modelo: el bienestar de todas y todos, la búsqueda de una nueva visión de sustentabilidad humana mediante el
reconocimiento de la diversidad de los pueblos y su integración.

La comunicación como herramienta de aprendizaje y socialización de sentidos políticos ha sido una aliada estratégica para visibilizar las luchas del movimiento de mujeres en América Latina. Muchas mujeres han aprendido a re-contextualizar y descolonizar la palabra para hacer otra comunicación que dialogue con sus necesidades, intereses y aspiraciones.

De ahí que ya comiencen a apreciarse de modo creciente sus aportes desde los medios propios, dejando atrás ciertos mitos como el de que ellas “no encajan” con las nuevas tecnologías.

Desde las más diversas experiencias y prácticas concretas ellas han comenzado a colocar la primera piedra en el camino.

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