Desde el 8 de marzo, los pasos de esta organización feminista se escucharon en 52 países. Las mujeres trajeron al mundo la más larga vigilia contra el militarismo en este año. A partir de cuatro campos de acción: autonomía económica de las mujeres, bien común y servicios públicos, violencia hacia las mujeres, paz y desmilitarización, marcharon para entrelazar sus manos y fuerzas con las de otros movimientos sociales.
Decidieron finalizar esta iniciativa de adiós a las armas en República Democrática del Congo, donde, como en otras regiones en las que alzaron sus voces, son evidentes los vínculos entre la militarización y el patriarcado. Llegaron para respaldar a las mujeres que luchan por el cese del fuego, contra la presencia de la llamada Misión de las Naciones Unidas para la estabilización del país (MONUSCO),y sobre todo, contra las violaciones sexuales que, en ese conflicto, disfrazado de disputas tribales, no alivian a los días del asombro.
La acción tuvo además el propósito de unir a las diversas organizaciones de mujeres de este país con otras de los Grandes Lagos Africanos, pues no es posible hallar soluciones efectivas sin incluir a las naciones vecinas. En el 2000, la Marcha posibilitó el inicio de un trabajo conjunto entre cinco coaliciones de mujeres de Burundi, Ruanda y la República Democrática del Congo. Este encuentro permitió nuevamente el diálogo para buscar causas tras el prisma de los medios de comunicación y hallar en la “solapada” intervención de trasnacionales y gobiernos foráneos su interés en recursos como el coltán y el oro.
Los testimonios de mujeres de otras regiones tuvieron sentidos comunes. Todas confluyeron en la necesidad de la resistencia, de la lucha después de años de opresión, desigualdad y discriminación, después de soportar sobre sus espaldas el peso de guerras que no provocaron. En su Manifiesto por la Paz esas “mujeres y niñas acosadas sexualmente en puestos militares de control; violadas por grupos de hombres armados y, luego, rechazadas por sus comunidades. Mujeres que salen corriendo, bajo un cielo de balas, con sus enseres e hijos al hombro hacia un refugio o un lugar incierto, alejadas de su cultura y su historia, a construir con sus brazos otros amaneceres” y otras que ofrecen su solidaridad, hablaron del compromiso de seguir en marcha hasta que todas seamos libres.
En el año 2000, la primera acción internacional de la Marcha impulsó al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en su Resolución 1325, a reconocer la inclusión de las mujeres en la búsqueda de soluciones a los conflictos armados. Pero muchas de estas demandas se han vuelto entelequias o han tomado caminos equivocados. Hoy las mujeres constituyen el 8% de los participantes en las fuerzas de la ONU para mantener la ¿paz? y se espera para el 2014, un 20%.
Por eso, Bukavu fue otro paso contra la militarización. Las mujeres dejaron el mensaje de que continuarán organizándose – aun cuando se les criminaliza-, mientras la violencia y el ruido seco de las balas siga despertándolas, mientras sufran la desintegración familiar y otras consecuencias de la guerra. Por una paz duradera, que contemple el respeto a los derechos de todos y todas, las banderas violetas, símbolo de la Marcha, seguirán desandando esos lugares convertidos en campos de batalla, como esta vez, que ampliaron el tapiz malva dibujado por las flores de los nenúfares en el lago Kivu.