A pocas horas de los comicios presidenciales en la República Bolivariana de Venezuela, al candidato de la oligarquía y sus titiriteros imperiales solo les queda algunas encuestas idílicas y esperar revueltas callejeras que puedan convertir en «movilizaciones mediáticas» para evitar lo inevitable: el triunfo del candidato de la Patria, Hugo Rafael Chávez Frías.
Una intensa campaña de los medios de la (des)información con asiento en Madrid, Miami y Caracas, fundamentalmente, apuesta por la construcción propagandística de una realidad a imagen y semejanza de sus intereses, negocios y proyectos, amparada por alguna «acreditada» encuestadora, cuyo resultado ajustan para manipular a la opinión pública y crear las condiciones con las que puedan cantar un supuesto fraude.
La fórmula no es nueva. Ya fue aplicada con éxito en Serbia. Lo que no pudieron los militares con las bombas, lo logró la inteligencia usamericana en el 2000 con un fajo millonario de dólares que hizo perder en las urnas la presidencia a Slobodan Milosevic.
La National Endowment for Democracy (NED) y la U.S. Agency for International Development (USAID), ambas de fuertes nexos con la CIA, se encargaron de articular a la oposición, dotarla de visibilidad internacional, crear estados de opinión desfavorables a Milosevic, generar concentraciones, que después una batería mediática más efectiva que las mismísimas baterías de lanzacohetes difundirían por todos los canales posibles.
Y para garantizar el triunfo matemático, emplearon su nueva arma de exterminio masivo de la democracia: las encuestadoras, con la Penn, Schoen & Berland, como la más «sofisticada» de todas, capaz de cambiar numeritos y ajustar estadísticas, con los que logró confundir a los electores y posicionar al candidato opositor.
La estrategia funcionó. En una época en que el Complejo Mediático Industrial surte un efecto narcotizante en las mentes de las personas, es preferible «bombardear» con mensajes que con bombas. Y como para gustos se han hecho los colores, nada mejor que «pintar» las supuestas revoluciones para que la gente se identifique mejor con ellas. Así tuvimos la «Revolución Rosa» en Georgia (2003) contra Eduard Shevardnadze; la «Naranja» en Ucrania (2004) que le garantizó el «éxito» a Víctor Yushchenko.
En América Latina han ensayado su estrategia en Bolivia y en la propia Venezuela en las elecciones del 2006, pero en ambas oportunidades sus planes fueron frustrados por la cohesión de las fuerzas progresistas y un oportuno desmontaje público de las estratagemas de los oligarcas y sus padrinos imperiales para revertir los procesos de cambio en la región.
Sin embargo, cada vez son más los millones de pesos destinados para rearticular a los grupúsculos opositores, favorecer disturbios que puedan ser convertidos en descontento popular a través de sofisticadas técnicas del marketing, manipulación mediática y construcción de matrices de opinión que pongan en duda la credibilidad, la ética, el civismo y el sentido democrático de líderes auténticos de la talla de Chávez, Evo Morales, Rafael Correa.
Chávez le dio nocaut a Manuel Rosales en 2006, y echó por tierra la estrategia de los oligarcas, quienes ahora repiten la fórmula pero con otro candidato, el joven, rico y de imagen atrayente, según los expertos en campañas mediáticas: Henrique Capriles Radonski.
En Capriles, quien fuera gobernador del estado de Miranda durante el período 2008-2012, han invertido cuantiosas sumas, aportadas por personajes de adentro y de afuera, para «venderlo» como la esperanza, el cambio necesario y le redactaron, cuidadosamente, un programa electoral que, bien leído, no es más que un paquetazo neoliberal, la vuelta a los ajustes estructurales, el fin de las misiones sociales, la privatización del petróleo, el poder del mercado sobre el Estado.
Pero todo eso no ha sido suficiente para revertir la intención de votos de una inobjetable mayoría a favor de Chávez, por mucho que el Complejo Mediático Industrial refuerza la imagen de Capriles sonriente, joven, popular. Para colmo, violando las normas éticas del periodismo, han llegado al extremo de manipular informaciones y decir que hay un empate en las encuestas cuando solo una, una solita de las encuestadoras, ha tenido el poco juicio de publicar una mentira que no la cree ni el mismísimo Capriles Radonski.
Ante una realidad tan nítida, que refleja la insuperable ventaja del candidato oficialista, la maquinaria propagandística de la oposición con sus emplazamientos en Caracas y también en Miami y Madrid, sobre todo, intenta posicionar la idea de un supuesto fraude chavista, e incitan al pueblo a revelarse y protestar, el segundo paso para boicotear las elecciones y generar los pretextos necesarios para desbancar, por cualquier vía, a Chávez. Ni siquiera han respetado que los organismos internacionales que fiscalizan el proceso electoral han confirmado su transparencia y legalidad, incluido el Centro Carter.
Cuando solo quedan unas horas para los comicios, es preciso estar alerta, confiar más en los argumentos que en las arremetidas emocionales de los medios; en los resultados palpables y en ascenso del gobierno socialista de Chávez, que en los datos de última hora de ciertas encuestadoras de dudosa legitimidad y menos en las promesas electoreras del señor Capriles, el hijo de Washington para restablecer el neoliberalismo en Venezuela.