Cada palabra y cada hecho vivido o imaginado tienen preludios, huellas de dedos anteriores, signos que nos aproximan a los nuevos misterios. Como dice el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, las estrellas son sociales, están siempre en galaxias. Tal vez por eso hay constantes reincorporaciones pues adicionar, reinventar, volver a contar son sinónimos materiales de la palabra descubrir.
Pero, hasta dónde queremos descubrirnos, mostrarnos. Lo más sensato sería soñar que nos vamos descubriendo, poco a poco, y que crecemos desenvainándonos, echándonos al viento o levantándonos de un salto.
Descubrir es también potenciar un instante, sacar un conejo de un sombrero y nacer, de cierta manera, a la palabra que anuncia con la misma intensidad con que devuelve nuestras propias contradicciones. Ver lo que no vio otro, aún cuando otro tenía tantos ojos o más que el que vio. La falta de descubrimientos es el fin, el cierre de la navaja. ¿Habrá suficiente tejido en estas historias de mujeres, de jóvenes mujeres cristianas, como para deshilar esos misterios?
Alicia Sevila nació en Holguín, un día de julio de 1978. Según confiesa, su formación cristiana comenzó con los cuentos que le hacían de niña para dormirse y con las cosas que aprendió en la escuela dominical. “Mi papá, pastor metodista, siempre quiso prepararme para que desarrollara una vida intensa dentro de la iglesia”. Pasaron los años y Alicia Sevila comenzó a descubrir otros espacios dentro y fuera de la iglesia metodista, entre ellos el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas. Cuando concluyó el preuniversitario, no lo pensó dos veces y matriculó la carrera de Psicología. “Esa decisión me permitió ver la vida de otra manera”.
¿Cuándo te vinculas con el Centro?
En un curso de educación cristiana, a finales de los años noventa. Aquel encuentro fue una especie de revolución interna. Empecé a mirar las cosas desde otro ángulo, incluso comencé a cuestionarme la formación que hasta ese momento había recibido en la iglesia metodista, que era y sigue siendo muy formal —la Biblia se aprendía de memoria, había que recitar los versos; y las interpretaciones que una podía hacer estaban muy condicionadas por las de otras personas—, y en el Centro descubrí que podían cuestionarse la Biblia, la fe y la vida en la iglesia.
A esta nueva visión contribuyeron los cursos de Lectura Popular de la Biblia, que en lo personal y en lo eclesial me movieron mucho. Ya tenía incomodidades con la iglesia metodista por su rigidez y me di cuenta que ya no era compatible con esa manera de ver y hacer las cosas. Entonces decidí romper el vínculo. Luego me invitaron para trabajar en campamentos y fue cuando me acerqué a la iglesia presbiteriana. Comprendí que mi relación con la comunidad, mi manera de trabajar con la gente había cambiado y lo que empezaba a hacer me acercaba más a las personas, a lo que sabían, sentían y pensaban.
El asombro es una envoltura que cae
Acercarme a la gente, a sus problemas cambió también mi manera de trabajar con la comunidad. La vida real entra en diálogo con los textos bíblicos y estos toman sentido a partir de la experiencia personal. Y es interesante la capacidad crítica que desarrollan las personas que, incluso, sólo necesitan encontrar un espacio adecuado para fomentarla.
Todo ese proceso me hizo reflexionar acerca de quién era yo como joven, quién era yo dentro de la iglesia, quién era Dios para mí, qué era vivir la fe, cosas que no me había preguntado antes. Sentí que mi fe tenía que vivirse mucho más en la realidad, en el presente. Sentí la necesidad de compartir espacios donde las personas pudieran hacerse esas mismas preguntas que una se hace una y otra y otra vez en la vida.
Uno de esos espacios es la Red Juvenil, nacida por iniciativa de un grupo de muchachos y muchachas que participó en el taller socioteológico sobre juventudes. Ellos quedaron motivados con la hermenéutica juvenil cuya propuesta es ofrecer, a los jóvenes de las iglesias, una me todología diferente que promueva la participación a partir del diagnóstico grupal. La Red y el trabajo con los jóvenes en Matanzas estrecharon mis relaciones con el Centro como colaboradora.
Luego me propusieron trabajar directamente en el Programa de Reflexión/Formación Socioteológica y Pastoral. Ese fue un momento muy importante. Como profesora de Psicología en la Universidad me iba muy bien, sin embargo el proyecto compartido con el Centro era muy importante y decidí aceptarlo.
Además, llegué en un momento especial en el cual el Programa está cambiando, está fortaleciendo el trabajo de los colaboradores, está concentrándose en el acompañamiento a los procesos locales y sus articulaciones regionales con énfasis en la apropiación de nuevas metodologías. Siento que es un trabajo muy intenso y me gusta mucho hacerlo.
Pero, ¿qué cambió en ti al entrar en contacto más directo con el Centro?
Mi contacto con el Centro cambió la manera de relacionarme con la gente. Progresivamente empecé a ser más abierta, a tener menos prejuicios, a dialogar con mis estados de ánimo, decir, por ejemplo: “Ahora no es el momento de hablar porque estoy muy enojada” y cosas así.
Por otra parte, mi familia —patriarcal clásica— poco a poco se ha transformado en un grupo donde cada miembro reclama su espacio. Poco a poco he conseguido involucrar a mi mamá en estas nuevas maneras de ser, y ahora también ella ha salido de casa y ha encontrado sus propios proyectos.
Como mujer decidí establecer prioridades en mi vida que no siempre son las prioridades que tienen otras mujeres, y que están centradas, por ejemplo, en mi trabajo con las comunidades, con la iglesia, con el Programa, en mi vida de relación con las personas que me rodean; es decir, intercambiar mis afectos sin cohibirme, incluso en términos de poder abrazar, tener contacto físico. Soy una persona muy tímida, y aunque no he dejado del todo esa timidez, he logrado comunicarme mejor. Siento que ahora aflora mucho más mi propio yo.
Cuando te escucho, tengo la sensación que el Centro es una suerte de “cetro”, un espacio donde se pueden realizar “todos los sueños”, una imagen, tal vez, demasiado idílica —eso es bueno porque todos los seres humanos tenemos la tendencia a idealizar las cosas, las personas—; sin embargo, supongo que también existen cosas que una quisiera cambiar, con las cuales no siempre está de acuerdo, ¿qué cosas, qué elementos cambiarías en esa relación con el Centro, incluso con tu Programa desde tus intereses y retos más personales?
Mira, antes el énfasis estaba en la formación, en lo conceptual, en los conocimientos que uno podía adquirir para luego potenciar una actuación, por decirlo de alguna manera. Creo que uno de los énfasis y logros más importan tes en esta nueva etapa del Programa está en lo meto-dológico. Es decir, lograr que la gente pueda reconstruir esa metodología adquirida en un espacio formativo que el Centro proporciona para luego utilizarla en su iglesia, en su espacio social, comunitario, siempre a partir de sus necesidades concretas.
Otro elemento novedoso ha sido sacar los espacios concretos del Centro a los espacios locales reales. Muchas veces cuando la gente participaba en un taller se iba con una insatisfacción: ¿cómo devolver los saberes aprehendidos en el Centro y relacionarlos con la vida real, cómo aprender a dialogar con ese contexto lleno de nuevas y nuevas preguntas? Después de muchas vueltas de hoja, el énfasis se puso en los espacios locales y en cómo se pueden potenciar, qué necesitan…
Se trata de que tengan conexión con las diferentes regiones, es decir, detenerse a observar también las articulaciones regionales. De ahí, esta nueva mirada más profunda a las jornadas locales, como les llamamos, y a los talleres regionales. Ahora combinamos los talleres de formación en las diferentes regiones del país con los espacios presenciales que se realizan en el Centro.
Esto es muy importante, le da mucha riqueza al Programa pues tiene que ver con la diversidad de situaciones que se dan en lo local. Empieza a crearse una plataforma común, un conjunto de saberes y de herramientas para ser compartidas por todas y todos.
Ahí están las conexiones entre el Programa y el impacto social que el Centro potencia desde sus espacios de formación y reflexión, que toca muy de cerca a las experiencias de vida de la gente que participa en estos espacios, que va desde lo personal hasta lo comunitario tanto dentro de la iglesia como fuera de ella.
En este sentido hay muchas anécdotas: gente que antes se sentía dispersa, no encontraba un sentido para sus vidas y después de establecer contacto con el Centro, se han enriquecido, incluso, ha decidido retomar sus estudios, o seguir los que habían interrumpido. Es decir, redimensionar la forma en que se trabaja y se participa en espacios sociales o institucionales como la propia escuela. O gente que dice: “La relación con mi hija ha cambiado, la forma de ver el mundo es ahora diferente”; por lo tanto lo relacional inmediato también se va transformando.
Los cambios, por supuesto, son procesos lentos y largos. Y a veces queremos acelerar los ritmos y nos desesperamos… Entonces es conveniente y hasta saludable recordar el propio proceso que uno ha tenido y pensar en todo el tiempo que se ha tomado para conseguir un pequeño cambio, sobre todo cuando se trata de articular los nuevos saberes aprendidos con los conocimientos acumulados.
También suele suceder que las concepciones que uno traía de antes son difíciles de remover y llevan años y años para cambiarlas.
Una pequeña llama en el anafe
¿Qué cambiar en el Centro? Difícil pregunta sobre todo para quien como yo recién comienza a trabajar aquí. Estoy, como diríamos, en el primer amor. Una va descubriendo tantas cosas lindas y buenas que es muy difícil sentarse con calma y serenidad para pensar qué cosa es necesario cambiar… Lo que más aprecio es que el Centro lo mueve todo. Crea espacios para el diálogo donde la gente tiene oportunidad para cuestionar y compartir experiencias diversas.
Y, por otra parte, hay un camino por andar en términos de diálogo entre el Centro y las directivas de las diferentes iglesias que para nada tienen que contradecirse pero a veces no se ven de esa manera. Mira, que aparezca la necesidad es ya un punto importante.
Tal vez habría que promover también un espacio para conocer cómo nos necesitamos los unos a los otros, algo que no siempre es explícito. Si miramos hacia lo interno del Programa de Reflexión/Formación Socioteológica y Pastoral, como quiera que se ha iniciado una nueva etapa de cambios, aparecen muchas inquietudes, muchas preguntas… Por ejemplo, uno de los cambios que nos hemos propuesto tiene que ver con lo metodológico, es decir, cómo hacer para que la gente se apropie de una metodología y trabaje de forma independiente en los espacios donde vive y desarrolla su actividad.
A veces ese hasta dónde llegar, hasta dónde acompañar, hasta dónde dejar que las experiencias caminen solas, nos cuesta mucho trabajo, porque, tal vez, queremos que el proceso fluya mucho más rápido de lo que realmente va. Otra inquietud, no menos importante, es poner a dialogar nuestros propios objetivos y propósitos personales con los del proyecto conjunto que estamos construyendo.
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