Madre ambiente

Frei Betto

Quizás fuera más correcto, aunque no tan apropiado, hablar de
ecobionomía. Biología es la ciencia del conocimiento de la vida.
Ecología es más que el conocimiento de la casa en que vivimos, el
planeta. Así como economía significa administración de la casa’,
ecobionomía quiere decir administración de la vida en la casa’. Y es
posible llamar al medio ambiente madre ambiente, pues él es nuestro
suelo, nuestra raíz, nuestro alimento. De é venimos y a él volveremos.

Esta visión de interdependencia entre todos los seres de la naturaleza
se perdió con la modernidad. A lo cual ayudó una interpretación
equivocada de la Biblia -la idea de que Dios lo creó todo y finalmente
lo entregó a los seres humanos para que “dominasen” la Tierra. El
dominio se convirtió en sinónimo de expoliación, estupro, explotación.
Se buscó la manera de arrancarle al planeta el máximo de lucro. Los ríos
fueron polucionados; los mares, contaminados; el aire que respiramos,
envenenado.

Pero no existe separación entre la naturaleza y los seres humanos. Somos
seres naturales, aunque humanos porque estamos dotados de conciencia e inteligencia. Y espirituales, porque estamos abiertos a la comunión de
amor con el prójimo y con Dios.

El Universo tiene cerca de 14 mil millones de años. Y el ser humano
existe hace apenas 2 millones de años. Eso significa que somos el
resultado de la evolución del Universo que, como decía Teilhard de
Chardin, es movida por una “energía divina”.

Antes del surgimiento del hombre y la mujer, o Universo era bello, pero
ciego. Un ciego no puede contemplar su propia belleza. Cuando surgimos,
el Universo ganó, en nosotros, mente y ojos para mirarse en el espejo.
Al mirarnos la naturaleza, es el Universo quien se mira a través de
nuestros ojos. Y ve que es bello. Por eso es llamado Cosmos. Palabra
griega que da también origen a la palabra cosmético -lo que imprime
belleza.

La Tierra, ahora, está polucionada. Y nosotros sufrimos los efectos de
su devastación, pues todo lo que hacemos se refleja en la Tierra, y todo
lo que sucede en la Tierra se refleja en nosotros. Como decía Gandhi:
“La Tierra satisface las necesidades de todos, menos la voracidad de los
consumistas”. Son los países ricos del Norte del mundo los que más
contribuyen a la contaminación del planeta. Son responsables del 80% de
la contaminación, de los cuales los EUA contribuyen con el 23% e
insisten en no firmar el Protocolo de Kyoto.

“Cuando el último árbol sea talado dice un indio de los EUA, el último
río envenenado y el último pez pescado, entonces vamos a darnos cuenta
de que no podemos comer dinero”.

El mayor problema ambiental, hoy, no es el aire polucionado o los mares
sucios. Es la amenaza de extinción de la especie humana, debido a la
pobreza y a la violencia. Salvar la Tierra es liberar a las personas de
todas las situaciones de injusticia y opresión.

La Amazonía brasileña es un ejemplo triste de agresión a la madre
ambiente. Al comienzo del siglo XX, muchas empresas se enriquecieron con la explotación del caucho y dejaron en su lugar un rastro de miseria. En los años 1970 el multimillonario norteamericano Daniel Ludwing cercó uno de los mayores latifundios del mundo 2 millones de hectáreas para
explotar celulosa y madera, dejándonos como herencia tierra devastada y
suelo agotado casi convertido en desierto. Es lo que pretende repetir,
ahora, el agronegocio interesado en talar la selva para plantar soya y
criar ganado.

La injusticia social produce desequilibrio ambiental y eso genera
injusticia social. Con razón alertaba Chico Mendes a la economía
sustentable (o sea capaz de no perjudicar a las futuras generaciones) y
a la ecología centrada en la vida digna de los pueblos de la selva.

La mística bíblica nos invita a contemplar toda la Creación como obra
divina. Jesús nos moviliza a la lucha en favor de la vida -de los otros,
de la naturaleza, del planeta y del Universo. Dicen los Hechos de los
Apóstoles: “Él no está lejos de cada uno de nosotros. Pues en Él
vivimos, nos movemos y existimos. Somos de la raza del mismo Deus” (17, 28). Todo este mundo es morada divina. Debemos tener una relación
complementaria con la naturaleza y con el prójimo, de los cuales
dependemos para vivir y ser felices. Eso se llama amor. (Traducción de
J.L.Burguet)
– Frei Betto es escritor, autor de “El amor fecunda el Universo.
Ecología y espiritualidad”, junto con Marcelo Barros.

Más información: http://alainet.org

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