Grises, sin ventanillas y voluminosos –si no se tratara de aviones podríamos decir obesos– los aviones norteamericanos cruzan el cielo inocente de Montevideo. La gente en la calle levanta la cabeza y masculla algunas palabras, que por la expresión no son de simpatía. El hijo de la kiosquera de la esquina, que tiene 10 años y no masculla sino grita, sale corriendo del kiosco para decir “ojalá te caigas y te hagas puré”. “Nene, nene, te dije que no grites eso que los espías están por todas partes y saben todo.” “Sí, vieja, pero ellos hablan inglés y son tan burros que no saben ni una palabra de español.” “Ay Wilson, quedate quieto acá y no digas pavadas.”
Nadie puede negar que esta visita nos ha desordenado la casa. Cuántos temas, unos nuevos y otros perdidos entre las brumas del tiempo han saltado al centro de la mesa. El más nuevo: ¿habría aceptado el Frente mientras estaba en el llano esta visita que hoy acepta feliz? Planteos políticos, económicos y éticos pelean entre sí. Hasta frases de Maquiavelo han llegado al ruedo. El problema más grave radica en que no es sólo la oposición la que se paró de manos. Esa siempre busca cinco pies al gato y si no los encuentra, los inventa. El problema está en los sectores más radicales del mismo Frente que prepararon sus baterías contra Bush a partir de fundamentos diferentes.
“Comerciar podemos, pero Estados Unidos debe saber que no aceptamos su conducta genocida”, dicen unos. Y otros: “Yo no hago tratos con asesinos”. La ministra de Desarrollo Social, Marina Arismendi, hija de quien fuera durante muchos años secretario general del Partido Comunista, en una entrevista callejera televisada llamó a George Bush asesino y genocida. Los gritos de la oposición, e incluso los de algunos frentistas, se mezclaron en un alarido tan brutal que el mismo Dios tuvo que apretarse los oídos para no quedar sordo. Pero esto no duró mucho, la oposición que es hábil en buscar y encontrar fallas en el gobierno encontró otro tema que opacó al anterior: “No se puede permitir que entre al país un número tan alto de gente como el que acompaña a George W. Bush sin que el Parlamento apruebe la entrada. Esta invasión que estamos sufriendo es inconstitucional”. ¿Qué se hace entonces? ¿Salen todos, el Parlamento resuelve y luego entran? Los disparates abundaron.
Muchos encararon el tema con placer evidente acompañando sus encendidas frases con palabras tales como “democracia”, “constitución” y “patria”, siempre eficaces. Pero se cansaron pronto y junto con los insultos de Marina Arismendi el paquete entero, como en el tango, entró en el pasado. Sobre todo cuando el ministro José “Pepe” Mujica, como siempre, bañó de sensatez la escena (ver aparte): “Nadie está de acuerdo con la política exterior del señor Bush. Nadie en el Frente está de acuerdo. Pero si dos países que se deshicieron durante una guerra se sientan frente a frente para acordar la paz, ¿por qué no podemos, nosotros, que tenemos relaciones pacíficas con Estados Unidos, comerciar con él?”.
No sabemos cuáles son las precauciones que suelen acompañar al presidente norteamericano en otros viajes, pero las que tomó para venir a Uruguay dejan a los uruguayos atónitos, e incluso, creo que orgullosos. “¿Somos peligrosos y no nos damos cuenta?”, dice un graffiti donde otro agregó: “Preguntale al mongólico del Norte. El cree que sí”.
Dos mil personas componen la escolta de Bush, de las cuales 250 son agentes secretos. Esta abundante comitiva ocupa el 90 por ciento del hotel más grande del país, el Radisson Victoria Plaza, y la totalidad de hoteles de 4 y 5 estrellas, además de algunos de tres. El alojamiento de tan abundante comitiva dejará, según se supone, más de un millón trescientos mil dólares en el país. La ciudad está llena de vallados que impiden el paso y ande Bush por donde ande siempre irá acompañado por una camioneta coronada por una antena gigantesca, cuya finalidad es silenciar a todos los celulares en varias cuadras a la redonda. Con esto se evita, además de interferencias, que se pueda detonar una bomba a través de celulares.
Ayer, viernes, el país se sorprendió, o mejor, no se sorprendió, con una noticia. Los inspectores municipales comunicaron al jefe comunal Ricardo Ehrlich que ellos no realizarían ninguna tarea relativa a la venida de Bush. Es decir, no estarían en las calles organizando el tránsito para facilitar el paso del presidente y su comitiva. Tampoco multarían a aquellos que dejaran sus autos en zonas prohibidas como la Rambla que va desde el Puerto de Montevideo hasta la playa Carrasco.
Bush llegó ayer a las 21.35 y ayer mismo hubo dos grandes actos de repudio, hubo otros que empezaron a hacer su tarea hace días. Los socios de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam) salieron el martes caminando hacia Colonia, donde se levanta el Parque Anchorena con la casa donde se alojarán presidentes, ministros y funcionarios. La marcha, según testigos, obtuvo una aprobación que se manifiesta en la cantidad de gente que adhirió a ella en el camino. Desde Artigas, en la otra punta del país, se sumaron cientos de cañeros de UTAA con sus mujeres y sus hijos. Pero la policía los paró a unos cuantos kilómetros del lugar clave.
Uno de los líderes de la marcha de Fucvam, Eduardo López, dijo a Página/12 que “las libertades públicas del país están tan lejos como lo estamos nosotros del Parque Anchorena”, una frase que describe su pasión antinorteamericana y su repudio al gobierno que él votó y recibe a Bush.
Las marchas
La presencia de militantes argentinos de Quebracho en Montevideo generó una preocupación peculiar. Sucede que uno de ellos dijo a la radio CX24 que estaban dispuestos a romper las vallas para acercarse a Bush. Ayer por la mañana, nadie en la ciudad dudaba que si eso ocurría iba a haber muertos en la gran marcha convocada por la izquierda. La policía uruguaya seguramente hubiera usado balas de goma para impedirlo, pero no así los norteamericanos, armados de fusiles. Mucha gente hablaba de los casquillos que quedaron en algún lugar donde hicieron pruebas: “Los casquillos tienen un largo que anda en los 15 centímetros”. Sin descontar la fantasía popular que seguramente añade centímetros a los centímetros, nadie puede negar que al odio se sumaba el miedo.
Horas antes de la llegada de Bush comenzaron las marchas de repudio. Una fue organizada por los grupos más radicales, a quienes acompañaron los piqueteros argentinos, y comenzó a las 18. La otra, bastante mayor, fue organizada por la Central de Trabajadores, el PIT-CNT, comenzó una hora más tarde y tuvo la adhesión de muchas organizaciones civiles, como el grupo feminista Cotidiano Mujer.
A las 18 los grupos más radicales llenaban el cruce de Jackson y Rivera. Mostraban banderas de Estados Unidos con una cruz svástica negra ocupando el centro, una esfinge de Bush vestido de novio y una de Tabaré con traje de novia. “Bush, el gobierno te invita, el pueblo te repudia”, decía uno de los carteles. Una canción que dice “Alerta, alerta, alerta, el antiimperialismo camina por América latina” , se levantaba una y otra vez y se desvanecía. Pasa un cajón de muertos llevado por cuatro muchachos. “¿Está Bush ahí?”, “No, ahí está la soberanía uruguaya”. El clima de la marcha era de cierto buen humor y la fiesta termina con la quema de los novios. Mientras éstos cantan y empiezan la marcha, a pocas cuadras un grupo de encapuchados autodenominados Fogoneros quema varios neumáticos. Y ya en la oscuridad, los argentinos de Quebracho se enfrentaron a la policía, aunque no saltaron las vallas (ver recuadro).
La otra marcha, la convocada por la Central Obrera, PIT-CNT, salió una hora más tarde, reunió más de 20 mil personas y marchó con orden ejemplar. Ahí los carteles repetían una consigna “Mercosur sí, Imperio no”. Fue una marcha pacífica con algunos claros repudios a la política del gobierno, pero siempre dentro de ciertos límites. La audiencia de televisión en la noche se dividió entre los hechos ocurridos en Montevideo y el discurso de Chávez en Buenos Aires.
El informativo de la noche contó que algunos grupos habían hecho añicos las vidriera de los McDonald’s de la avenida 18 de Julio.