Conocían de la Juventud Libre Alemana (FDJ), modelo de organización a seguir por nuestros muchachos, que aunque nunca llegarían a ser como los hermanos mayores del KOMSOMOL, echaban por tierra aquellas palabras de J.F.Keneddy, cuando anunciaba que “en las grietas del telón de acero, haremos sembrar las semillas de la libertad”.
Sobra decir que visitaban el Reichtag, y el guía turístico narraba como un valiente soldado soviético hizo ondear la bandera de la hoz y el martillo, cuando aún se libraban los combates en la ciudad. La clásica imagen venía como instantánea a la mente de los paseantes.
Si algo quedaba bien claro, era que todos vivían tan felices, que la felicidad no parecía real.
Tampoco parecía real aquello que desde 1945, el Ejército Rojo, se hallaba bastante cómodo por el país, como si también fuese su país. Si bien en la repartición les había tocado la menor parte(en comparación con quienes fueron sus aliados y después lo mismo que invierno o verano hacían la Guerra Fría), no tenían la menor idea de abandonar el lugar, después de todo, ellos habían liberado. Sus derechos tenían.
Por tanto, cuando vino la problemática de dividir Berlín, sin consultar a ingenieros civiles, ni mucho menos arquitectos (ya los contructivistas les dieron mucho dolor de cabeza), diáfanamente levantaron un muro, a lo sumo con un maestro de obras y soldados -que antes de la guerra eran algo semejante a albañiles. Un simple y razonable muro, que explicitara sin mucho rodeo de quién era cada zona. Y aun más, quién era cada quién. Ambas cuestiones importaban en demasía.
Los que presenciaron aquel aporte a la urbanística, no se quedaron plantados. Mientras se colocaba un ladrillo tras otro, hubo el que optó por el libre albedrío, algo que no duraría mucho tiempo, puesto la inmediatez de la política a seguir, era no dejar pasar, al costo que fuese necesario.
Vale la aclaración que en este caso no era evitar la entrada de las filas enemigas, o toma de casamatas y barricadas. No se vivía un Madrid heroico con la consigna miliciana del “No pasarán”. Era un Berlín divido a la fuerza y por la fuerza de dos potencias, con estructuras de dominación diferentes, que hacían ver en el muro el referente material de sus ideologías. Sin embargo, potencias al fin y al cabo, con todas las de la ley, y como se deben proyectar. Aquella mole inconsulta, parecía no agradarle mucho a los propios berlineses.
No hubo arquitecto o urbanista que mediara en el asunto. Tal vez fue ese, el mal de fondo, pero si pretendiésemos ser mal pensados, es posible que los del otro lado, quienes nunca pensaron en muros, al menos no visibles, se sintieran más seguros de su proyecto. Aunque consumismo y comunismo son muy parecidos fonéticamente, van en sentido contrario.
Sucedió, parece que sucedió, que un consumismo palpable se sobrepuso a un comunismo teórico, tan teórico era, que al decir del cantor, fue “pasto de la censura”.
Con esos van, con esos vienen, ya se cumplieron veinte años de la caída del muro.
por: Frank García Hernández