Hermanas y hermanos:
Acá en mi rinconcito salvadoreño, a sólo 8 kilómetros de la frontera con Honduras, tengo en la piel el olor sabroso a tortilla recién salida del comal y me confieso enamorada hasta la médula de la comunidad campesina y heroica donde habito; pero no dejo de pensarlos a todos y todas. Es increíble lo que hemos vivido, lo que hemos soñado, lo que hemos madurado y crecido. Y a veces, no nos damos cuenta.
Yo recuerdo la mujer que era hace apenas 10 años y tengo tanto que agradecer que nunca acabaría. Qué hubiera sido de mí si la educación popular no hubiera irrumpido en mi vida. Qué hubiera sido de mí sin el trabajo, sin los debates, sin el acompañamiento, sin la amistad, sin la confianza No me canso de repetir por acá: al Luther King le debo el descubrimiento de una mujer que habitaba en mí, pero que estaba dormida. Gracias, infinitas gracias.
Este Encuentro Nacional del que me resisto a considerarme del todo ausente, sé que tendrá arduos debates. Hay tantas cosas que discutir y repensar…
Y de seguro que tendrán muy presentes los momentos oscuros que vivimos. Acá, muy cerca de mí, se criminalizan con saña los movimientos sociales. Nuestros hermanos del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil, acaban de vivir una jornada aberrante de persecución y odio que comenzó mucho antes, desde el golpe de estado a Dilma. Venezuela es hostigada y asediada. Gobiernos francamente proimperialistas campean por su respeto en nuestras “dolidas y dolientes” tierras latinoamericanas. Y para consternación de todos, acaba de ganar la silla presidencial de la Casa Blanca algo así como el símbolo del nacionalismo extremo, del odio, el racismo, la violencia y de cuyos actos futuros, nadie estará a salvo.
Sé que este contexto tremendo estará presente en los debates, los posicionamientos y la mirada a Cuba.
Pero tengo fe en los pueblos y, sobre todo, en mi pueblo y tengo muchísima fe en ustedes. Ya hemos vivido momentos así, donde todo parece conjurarse contra la verdad y la justicia y si algo hemos aprendido es que nada ni nadie puede vencer la obstinación de los que creen en sus ideas, como no se vence la “necedad” de los que no se avergüenzan de querer continuar el sueño de sus mayores, de los que sienten el dolor ajeno como propio, porque saben que nuestra tristeza es posible sólo cuando el otro y la otra es triste, y que la derrota, la auténtica derrota, es renunciar a amar.
De encuentros se hace la vida, hermanas y hermanos. Son nuestros pasos los que diseñarán nuevas huellas.
Nos amo y es para siempre.
Desde El Salvador, Esther