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Optar por la Revolución a causa de nuestra fe. Entrevista a Joel Suárez, Coordinador General del Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr, de La Habana

Un día habanero cualquiera, la esquina de 100 y 51 es todo bullicio. Muy cerca de allí, en un trocito de Cuba que la hace inmensa, alguien espera. No puede quedarse en un mismo sitio, ¡eso nunca!, sin embargo espera.

Él es Joel Suárez Rodés. Un cubano de 45 años que más que isla es puente. Quizás por eso hable casi siempre en primera persona del plural, aunque no por ello su palabra es menos propia. Nos hace navegar por sus valores, esos que no dicotomizan lo individual y lo colectivo, la fe y la revolución, los sueños y el presente.

Durante casi dos horas nos dibuja una cartografía de su vida, un viaje por sus orígenes, un ir y venir del pasado al presente, de la familia al trabajo. Nos habla de su experiencia como cristiano y revolucionario, del movimiento ecuménico cubano, de su iglesia local, del Centro Memorial Doctor Martin Luther King Jr.; títulos y nombres que representan mucho más que eso para Joel; principios, convicciones y sueños que son brújula rientada siempre al Sur. Nos lleva y nos trae corriendo en su hablar incesante. Andamos por América Latina y nos vamos a Europa, Norteamérica… siempre regresamos a Cuba. Allí, frente a un parque de Marianao, anclamos la nave para continuar viaje. Sin zozobrar ni un instante, con esa fuerza de acción y palabra que moviliza, convoca e inspira… nos dice después de presionar el botón del REC del grabador:

Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave

Soy un escorpión del 24 de octubre del año 1962, por lo que cumplí, junto con la crisis de los misiles, 45 años. Padre de dos muchachones, Joelito y Linney, él es bailarín del Ballet Nacional de Cuba y ella técnico en computación de la Universidad de Ciencias Informáticas. Soy además compañero de Conner Gorry, escritora neoyorquina que comparte su pasión por el béisbol y los «gallos» de Sancti Spíritus1 con su trabajo como editora de la Revista MEDICC Review.

Fui concebido, nacido, amamantado y criado en un banco de una iglesia porque soy hijo de pastores bautistas. Mi padre es el reverendo Raúl Suárez y mi madre, ya fallecida, la pastora Clara Rodés, que fue una de las tres primeras mujeres bautistas ordenada al pastorado en Cuba.

Soy coordinador general del Centro Memorial Doctor Martin Luther King Jr., al que llegué en noviembre de 1992, cuando tomé vacaciones en la Unión Eléctrica, donde trabajaba, para venir a ayudar en la preparación de lo que resultó ser la primera Caravana de la Amistad Estados Unidos-Cuba, coordinada por IFCO2/Pastores por la Paz. Desde esa ocasión me quedé trabajando aquí.

De cómo se encendió este fósforo o de los inicios

No llegué al Centro porque hiciera falta un ingeniero eléctrico que organizara la Caravana, y mucho menos porque era hijo de quienes en lo fundamental animaban el trabajo en aquellos años iniciales. En toda esta historia se mezclaron coyuntura y vocación.

Siempre quise estudiar una carrera de ciencias sociales, específicamente Sociología, pero por aquellos años la carrera estaba cerrada y siendo creyente religioso tampoco podía estudiar Filosofía en la Universidad de La Habana. Entonces comencé la Ingeniería Eléctrica. Tuve crisis de vocación en algunos momentos de la carrera. Después de graduado, me fui a trabajar a Holguín, donde tuve la oportunidad de compartir con los trabajadores de la Empresa Eléctrica. Esta experiencia me dio una cultura de la solidaridad, la disciplina laboral, la amistad y la fidelidad al colectivo, que agradezco.

Esa vocación de que les hablaba, está sustentada por un proceso de formación que me ha acompañado en la vida. Una parte importante de ella la tuve en mi iglesia local y en el movimiento ecuménico. Allí, algunos tuvimos que estudiar profundamente el marxismo y el pensamiento latinoamericano porque teníamos una clara opción revolucionaria y socialista, y también porque era precisamente desde el marxismo made in USSR que nos venía una crítica fuerte a la religión, una crítica muy dogmática, poco dialéctica, que reducía el marxismo al ateísmo y por tanto, el cristianismo a la contrarrevolución.

Por suerte, por la vía de la teología latinoamericana de la liberación, tuvimos acceso a un marxismo crítico, revolucionario, heterodoxo. Estos estudios fueron muy útiles porque nos enseñaron a descubrir todo lo que había en la Iglesia de ideología religiosa al servicio de la dominación. Pero también nos enseñaron a valorar –tal como señalaba Marx– que el campo religioso, como cualquier otro de la sociedad, está atravesado por conflictos, y esto supone que a su interior convivan posiciones retrógradas y revolucionarias. Tuvimos que aprender a releer la Biblia sin los espejuelos de los misioneros estadounidenses y repensar la teología desde el contexto de un país en revolución. Comprendimos, progresivamente, que existen suficientes bases bíblicas y teológicas para optar por la revolución, a causa de nuestra fe, y no a pesar de ella.

Pero la formación no es solo lo que uno lee o estudia, sino también lo que uno vive. Yo aprendí mucho en mi barrio y en mi familia. Creo que esta parte de la formación es sustantiva porque tiene mucho que ver con valores. Hay una máxima que condensa mucho de lo que aprendí en esos años, que dice que cuando uno pone la mano en el arado no puede mirar para los lados y mucho menos para atrás porque el surco te sale torcido. En las enseñanzas y el testimonio de mis padres ha sido central la coherencia ética, política y axiológica entre lo que creemos, decimos y queremos para el mundo y nuestra vida cotidiana. Con ellos aprendí el valor de la humildad y la modestia, y a no olvidarnos nunca de nuestro origen.

Los libros, los amigos, el rock y la nueva trova

Muy importante fue para mí el acercamiento a la vida de Martin Luther King Jr., sobre todo por la mística y la espiritualidad que encerró el movimiento por la lucha de los derechos civiles. De manera similar me sucedió con el testimonio de Camilo Torres. De Harvey Cox, me marcó un libro que se llama El cristiano como rebelde. Una trilogía muy personal la forman libros fundacionales de la teología de liberación, escritos por Gustavo Gutiérrez, Hugo Assmann y José Miguez Bonino. A ellos se sumó la cristología de Jon Sobrino y la obra del uruguayo Juan Luis Segundo. No me puedo olvidar nunca de El guardián en el trigal, de Salinger, El vino del estío, de Bradbury, El pequeño príncipe, de Saint-Exupéry, El gran Meaulnes, de Alain Fournier, y casi todo lo de José Martí.

Mi vida pasa, además, por Cintio Vitier y Fina García Marruz. «Ese sol del mundo moral» y el prisma que aporta Orígenes3 para acercarse a la historia de Cuba y a Martí. Eliseo Diego es mi poeta de cabecera. Todos ellos, junto a la obra poética de Cesar Vallejo, recrearon en mí dimensiones importantes del compromiso y quehacer revolucionarios.

Hay gente en el campo eclesial que ha significado mucho en mi vida: Sergio Arce, Rafael Cepeda y René Castellanos, pastores, teólogos y unode ellos historiador, todos presbiterianos; don Pedro Casaldáliga y Óscar Arnulfo Romero, como ejemplo cimero del martirologio latinoamericano; personas humildes de mi iglesia local. Mis abuelos, que siempre han ocupado un lugar especial, sobre todo mi abuela María.

En las búsquedas durante el período de Rectificación,[4] encontramos la amistad de Esther Pérez y Fernando Martínez Heredia. Con la primera, sobre todo, encontramos la puerta estrecha y el camino angosto de la educación popular y el pensamiento fundacional de Paulo Freire, aún no asumido con toda la radicalidad que amerita por el pensamiento, la praxis y la acción educativa de la izquierda, y de nuestra propia obra revolucionaria.

Me han marcado la producción, la vida y la amistad con [Manuel] Moreno Fraginals, Franz Hinkelammert, Elsa Tamez, Frei Betto, Leonardo Boff y Jorge Pixley. Hinkelammert, junto a Helio Gallardo y Fernando Martínez Heredia han sido fundamentales para mi visión y opción anticapitalista, para entender la crisis del socialismo histórico y los desafíos que tenemos delante los que nos empeñamos en construir ese «otro mundo».

Me han llenado mucho la convivencia, la amistad y la experiencia de solidaridad con el Movimiento Sin Tierra (MST), el movimiento zapatista y el movimiento de la Educación Popular latinoamericana. Me han hecho vivir el rock, la nueva trova –en particular Silvio Rodríguez, Vicente y Santiago Feliú– y la nueva canción latinoamericana. En el rock sigo

siendo medio clásico, sigo escuchando el de los 60 y los 70: Led Zeppelin, Pink Floyd, Bob Dylan, algunas zonas de los Beatles… Yes, Janis Joplin, Jimmy Hendrix y Grateful Dead (risas). Puede ser que mi estilo personal, lejos de los atuendos, algo hippie, venga de ahí… aunque también es un antídoto contra el consumismo, del que las carencias pueden ser caldo de cultivo.

Esta historia tan caótica da cuenta de mis lagunas, mis insuficiencias y mi poca disposición para sistematizar por escrito el pensamiento. Es por ello que prefiero hacerlo cuando ustedes me dan esta oportunidad de «meter muela» en una entrevista.

Fue difícil ser un cristiano revolucionario

Ahora uno mira al pasado con misericordia, con compasión, y claro, a diferencia de otros que lo sufrieron igual o peor, nuestro compromiso nos obliga a hurgar en las causas de determinados eventos.

Yo terminé siendo primer expediente de la primaria en 6to. grado y no pude estudiar en la escuela vocacional Lenin porque era religioso. Siendo alumno ejemplar me procesaron y tampoco pude ingresar en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), porque tenía «problemas». Me hubiera gustado poder estudiar ciencias sociales. Me hubiera gustado, siendo este un país de una profunda religiosidad, que los cubanos no hubieran tenido que esconder sus santos dentro de un clóset; que algunos no hubieran tenido que vivir la experiencia traumática de negar su fe para no recibir discriminaciones o separaciones de sus puestos de trabajo; que cubanos como mi padre no hubieran sido confinados a la UMAP5 por sus creencias o su orientación sexual. Me hubiera gustado tener más comprensión de mis profesores y compañeros cuando llegaba a un aula por primera vez. Me hubiera gustado no tener que poner nunca en una planilla si era creyente o no, y que eso fuera motivo para que me aceptaran o no en una carrera, o para que le negaran empleo a otros. Me hubiera gustado no tener que haber pasado, al inicio de mi vida laboral, por tensiones con compañeros responsables del trabajo del Partido. No era fácil, aunque con el tiempo quedaban atrás estas diferencias porque nos dábamos cuenta de que todos estábamos en el mismo cauce y por la misma causa.

Los que vivimos la experiencia del movimiento ecuménico, los que nos hemos dado en llamar modestamente cristianos revolucionarios, nos empeñamos en participar activamente en la vida social del país, en no dar motivos para satisfacer los esquemas desde los cuales nos querían evaluar y juzgar. Por aquel entonces solíamos movilizarnos para hacer trabajos productivos en la agricultura e invitábamos a militantes de la Juventud y el Partido comunistas para que compartieran con nosotros.

No podemos olvidar tampoco todas las angustias y experiencias dramáticas que vivimos al interior de nuestra denominación bautista. Se nos juzgaba por nuestra postura como cristianos con vocación ecuménica y revolucionaria. Nunca escondimos nuestra simpatía y compromiso con el proyecto de la Revolución. Fue terrible vivir a mediados de los años 80 el conflicto en la Convención Bautista, la expulsión de mi padre y otros compañeros como pastores de la misma. Las iglesias locales que ellos pastoreaban los apoyaron, y por ese motivo también fueron expulsadas luego de la Convención.

Pero ahora uno mira esa historia con misericordia. He logrado comprender algunas de las causas. Corrían años difíciles en Cuba: los 60 y los 70 fueron décadas llenas de conflictividad ideológica y una fuerte lucha de clases. No quiero caer en anécdotas, cada cual tiene su propio recuerdo del pasado…

… y aquí me quedé

El Centro Martin Luther King es hijo de la Iglesia Bautista Ebenezer de Marianao. En 1971, a partir de la llegada de mi padre como pastor, se inició en ella un proceso de reflexión bíblica, teológica y pastoral dirigido a construir una nueva comprensión de la fe cristiana, a la luz de la coyuntura y el proceso revolucionario cubanos. Muchos de los jóvenes de nuestra iglesia nos involucramos activamente en este proceso, como parte del entonces pujante movimiento ecuménico nacional. En mi caso particular, tuve una militancia activa y liderazgo, tanto en el Movimiento Estudiantil Cristiano (MEC) como en la Coordinación Obrero-Estudiantil Bautista de Cuba (COEBAC). Estos movimientos formaban a sus integrantes en una concepción de la fe y la experiencia cristiana que sustentara y motivara el compromiso político, revolucionario y la solidaridad internacional. Por eso, aún siendo ingeniero, tuve en la iglesia local y en el movimiento ecuménico una formación que me impulsó a venir acá. Llegué al Centro a ayudar en acciones puntuales… y aquí me quedé.

Desde 1987 hasta cerca de 1991, el Centro fue un espacio ecuménico de la iglesia local donde se hacían actividades sin una organización programática, fundamentalmente la formación bíblica, teológica y pastoral. El Centro tenía desde sus inicios algunos propósitos claros. Pretendía que aquellas acciones de formación motivaran la responsabilidad social y el compromiso de los cristianos y las cristianas. Nos movía además una profunda vocación de solidaridad y por las relaciones con América Latina. Pretendíamos no solo ejercer la solidaridad con las luchas populares en la región y el mundo, sino atraerla hacia nuestro país, en la lucha contra el bloqueo. En América Latina encontramos el sustento de muchos de nuestros principios y reflexiones, y teníamos una clara opción de apropiarnos, de manera sólida y sostenida, de la concepción pedagógica y política de la educación popular.

Otro de los propósitos que nos alentaba era la vocación diacónica hacia nuestra comunidad inmediata, la barriada de Pogolotti,[6] pero con el criterio de que todo ese trabajo en y con la comunidad tenía que hacerse sin sustituir las organizaciones sociales existentes. Siempre quisimos alejarnos de todo tipo de protagonismo. Nos impulsaba además divulgar el pensamiento de Martin Luther King Jr. entre los cubanos y las cubanas. Esto constituía para nosotros un gran desafío, teniendo en cuenta las características del barrio y nuestra procedencia que, cultural y litúrgicamente hablando, era muy anglosajona. En este sentido, pretendíamos contribuir al reconocimiento de las tradiciones, pensamiento y luchas de la población de origen africano y su aporte esencial a la cultura nacional.

Pero estos sentidos fundacionales no se encarnan de hoy para mañana. Algunas de estas cosas eran bastante complicadas antes de los 90, sobre todo porque el fundamentalismo cristiano y el fundamentalismo del marxismo ortodoxo de factura soviética, colocaban la experiencia de fe y la vida cristiana al interior de las cuatro paredes del templo. Por lo tanto, nosotros pretendíamos, desde nuestra identidad, salirnos del templo para actuar y servir a nuestra sociedad.

Comenzamos a bogar

En 1990 se produce un encuentro determinante con Fidel. Él había visitado Brasil en marzo para la toma de posesión de Collor de Mello. Allí, en un intercambio sostenido con amigos y amigas de las comunidades eclesiales de base, de las pastorales de las iglesias católicas y luteranas, teólogos y teólogas de la liberación, le preguntaron por qué en Cuba los cristianos no podían militar en el Partido Comunista. Fidel repasa historia, causas y conflictos y, ante un auditorio que vibraba entre mística y revolución, un auditorio que le despertaba añoranza por una Iglesia que no tuvo, hacia el final de su intervención añade: «Les voy a decir con toda franqueza, creo que si tuviéramos personas como ustedes allí (en Cuba), estarían hace rato en nuestro Partido».

Sin duda se trataba de personas muy conocidas y distinguidas por su compromiso político y su militancia como cristianos, personas con un profundo y serio trabajo popular. Pero para nosotros fue mucho más que una merecida frase de elogio a nuestros hermanos y hermanas, y que el disgusto inicial que entre algunos de nosotros produjo el escucharla. Aquella frase fue el motivo para el encuentro que marcó un punto de inflexión de un proceso que venía dándose en Cuba en la búsqueda de un diálogo y un entendimiento entre los creyentes, las Iglesias, la Revolución y el Estado, que ganó fuerza y se intencionó a partir del Período de Rectificación de Errores, a mediados de los 80.

Se trataba de un momento crucial en el camino de eliminar las discriminaciones formales y veladas que existían con los creyentes religiosos. Fidel reconocería luego que habíamos vivido bajo fuego cruzado, que nos «daban palos porque bogábamos y palos porque no bogábamos». Por ser cristianos recibíamos la crítica, la sospecha y la discriminación de nuestros compañeros revolucionarios. Por confesar la militancia y el compromiso revolucionario muchos recibimos exclusiones en nuestras Iglesias. En todo este proceso siempre actuábamos desde el convencimiento de que la Revolución no era propiedad de nadie, que la Revolución era nuestra también y que por tanto teníamos el derecho pleno de participar en una obra que reconocíamos tan evangélica en sus valores y actos.

El 29 de marzo de ese mismo año, mi padre, presidente del Consejo Ecuménico de Cuba, hoy Consejo de Iglesias de Cuba, se dirige a Fidel y le pide una reunión. Esta tuvo lugar el 2 de abril de 1990 con la presencia de unos setenta y tantos líderes eclesiales y ecuménicos, pastores y laicos. Encuentros similares se produjeron en cada una de las provincias del país. Se inició una etapa de cambios importantes. En el IV Congreso del PCC se eliminó el ateísmo como condición de militancia. En la reforma constitucional de 1992 se recuperó el carácter laico del Estado cubano, al retirar cualquier referencia al marxismo-leninismo como ideología del Estado, se ratificó la libertad de creencia y de culto, y apareció la condena a toda discriminación que tuviera como base la confesión religiosa. Aquel evento abrió entonces un campo de posibilidades para la actuación social de instituciones religiosas y centros ecuménicos.

A partir de 1991 comienza a producirse por parte de las personas que estaban colaborando con el Centro, un reconocimiento de la necesidad de avanzar en la estructuración y organización del trabajo. Los sentidos y propósitos fundacionales estaban trazados. A ellos se les sumaron los desafíos de la coyuntura cubana de los 90: el Período Especial. En ese mismo año, conocí a Fernando Martínez Heredia y a Esther Pérez, quienes habían tenido contacto con la educación popular latinoamericana desde Casa de las Américas. En 1993, Esther Pérez y la brasileña Mara Manzoni realizan los primeros talleres de educación popular con organizaciones cubanas, y en 1995 realizamos el primer Taller de Educación Popular aquí en el Centro. De ahí nacería el equipo y las acciones que se aglutinaron luego en el Programa de Educación Popular y Acompañamiento de Experiencias.

Nosotros decidimos mirar al Sur

En esta historia personal e institucional que vengo contando, hay una fuerte conexión y vocación por la relación con América Latina. A esta altura de nuestra conversa eso es más que evidente.

En los 90, cuando un gran número de iglesias e instituciones comenzaron a mirar al Norte, en muchos casos por la cuestión financiera, nosotros mantuvimos esta vocación y opción de mirar al Sur. Privilegiábamos la participación de las personas con quienes trabajábamos en eventos y espacios de formación en el Sur. Eso nos llevó a relaciones tempranas con el MST y otras organizaciones brasileñas y de la región.

Ya en México teníamos una larga relación con instituciones ecuménicas y tuvimos la posibilidad de vivenciar muy tempranamente la solidaridad con el movimiento zapatista, conocer al Subcomandante Marcos, las comunidades indígenas, al obispo don Samuel Ruiz y las religiosas y los religiosos de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Recreamos relaciones con movimientos ecuménicos y eclesiales que eran de larga data y previas a la existencia del propio Centro. La amistad personal hasta su muerte, con el comandante Manuel Piñeiro Lozada, Barbarroja, fue un estímulo claro a esta vocación y práctica solidaria. Todo este entramado de relaciones disímiles, que alimentamos de a poco y en la medida que los recursos y la ayuda de otros lo permitieron, condujeron a la creación del actual programa de Solidaridad.

El Departamento Ecuménico de Investigaciones y la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, nos ayudaron mucho en términos de recursos bibliográficos y de formación. En Argentina, se fortalecieron los vínculos con las Madres de la Plaza de Mayo, así como con el proyecto de la revista América Libre,[7] en ese entonces dirigida por Frei Betto y que tiene su secretaría de redacción en Argentina, en la persona de Claudia Korol, militante y educadora popular muy amiga nuestra.

Junto con la revista se organizaban unos seminarios internacionales de reflexión e intercambio de experiencias. Esos eventos constituyeron un ensayo pequeño que habría que ubicar en los antecedentes del Foro Social Mundial (FSM). A ellos llegaban personas de las más disímiles procedencias organizacionales, de credo y de militancia política, pero siempre con un fuerte contenido antiimperialista y revolucionario.

Por aquellos años ya habíamos tenido contactos con François Houtart, a propósito de sus visitas por América Latina. Nos acercamos a las iniciativas de ellos frente al Foro [Económico Mundial] de Davos. Fueron acciones conjuntas con movimientos de América Latina y de Europa, que confluyeron junto a otras iniciativas, en el inicio del proceso del Foro Social Mundial. Vivimos el surgimiento de la Alianza Social Continental y la Campaña Continental de Lucha contra el ALCA [Alianza de Libre Comercio de las Américas], de modo que, cuando se produce en 2001 la primera edición del Foro en Brasil, nos insertamos en él de manera natural. Ocho cubanos participamos en aquel evento y al año siguiente ya formamos parte de su Consejo Internacional, con la certeza de que este proceso, junto con la dimensión celebrativa y de intercambio, debía estar al servicio de la articulación de las luchas. Simultáneamente, ayudamos a la creación y organización de la Convergencia de los Movimientos de los Pueblos de las Américas (COMPA) y desde allí, al lanzamiento de la Campaña por la Desmilitarización de las Américas y la creación de la Red Mundial contra las Bases Militares Extranjeras. Estas dos últimas constituyen una plataforma que nos ha permitido conectarnos con buena parte del movimiento contra la guerra y la militarización a nivel global. También participamos en Jubileo Sur, que es la red que promueve campañas y acciones contra la ilegítima deuda. Hemos estrechado relaciones de acompañamiento solidario con otros movimientos y organizaciones, como la Coordinación Latinoamericana de Organizaciones del Campo, la Vía Campesina, la OCLAE [Organización Continental Latinoamericana y Caribeña de Estudiantes] y la Marcha Mundial de Mujeres.

Este trabajo nos ha dado la posibilidad de estar en momentos muy importantes de las luchas altermundistas de los últimos años y de participar y colaborar con todas las ediciones del Foro Social Mundial. A su interior, nos hemos ido involucrando en la animación de la Red y Asamblea Mundial de Movimientos Sociales. Más recientemente, hemos formado parte de lo que se ha hecho llamar el capítulo cubano del Consejo de Movimientos Sociales del ALBA [Alternativa Bolivariana para las Américas].

Llegar junto a hermanos y hermanas a La Higuera, al cementerio de Santiago de Chile, a los muros de la Base de Manta o Guantánamo, a la Ronda de las Madres, o a una multitudinaria celebración indígena en Oventic, Cochabamba o Iximche’, son actos que hemos tenido la oportunidad de vivir personalmente o a través del equipo del Centro, son momentos que te energizan y te impulsan, te cargan las pilas para seguir luchando.

Ser cubano, ser revolucionario

Yo soy cubano por un hecho fortuito de lotería biológica, por haber nacido en esta Isla que como dijo Lezama, vivir en ella es una dicha innombrable. Ser de los cubanos nacidos en la Revolución, con todo lo que ella aportó a la identidad cubana, me da mucha autoestima y orgullo. Creo que la principal contribución que ha hecho la Revolución a los cubanos y a las cubanas es la autoestima, la dignidad y el sentido de libertad. Andar por el mundo como me ha tocado andar a mí, con esos tres valores, creo que es un buen equipaje.
Ser revolucionario tiene que ver en primer lugar con la coherencia. Ser revolucionario es tener la mirada puesta tanto en el horizonte como en la realidad concreta, siempre tratando de salvar los peligros de la fábula de los tres hermanos que cuenta Silvio en su canción. Significa tener la mirada en el proyecto, en la utopía, en el reino de todavía, pero también en el proceso, en la conflictividad de las coyunturas cotidianas.

Ser revolucionario significa, como decía Martí, mantener una autovigilancia constante sobre uno mismo, sobre los proyectos en que participamos. La autovigilancia resulta clave para no desviarnos una vez que pusimos la mano en el arado, para que en ese surco que vamos trazando en el día a día habiten y florezcan los valores últimos que te mueven. Para mí y para mis compañeros y compañeras del Martin Luther King, ser revolucionario tiene relación directa con una opción anticapitalista. Se trata de una vocación que se ha nutrido y afirmado en el evangelio de Jesucristo, en mi experiencia de fe y en diálogo con el pensamiento crítico y las ciencias sociales. Ser revolucionario significa para mí que no hay transformación posible, no hay nada a revolucionar si no nos revolucionamos y nos transformamos nosotros mismos. Por eso, cualquier transformación necesita de procesos educativos que contribuyan a cambios culturales, de las representaciones, la subjetividad, la espiritualidad y los valores. Ser revolucionario entonces, tiene un componente espiritual que necesita ser permanentemente alimentado y recreado. Al mío lo han alimentado, entre otros ya mencionados, la mística y la espiritualidad revolucionaria de Jesús, el carpintero de Nazareth, el Che Guevara, anónimos luchadores de ayer y de hoy con epopeyas privadas que a veces te cuentan solo tras una cerveza, y el discurso poético de las canciones de Silvio Rodríguez, Vicente Feliú y otros hermanos de la Nueva Trova.

En los últimos años he aprendido que ser revolucionario significa entender que la dominación es múltiple, que la dominación y el poder están en todas nuestras relaciones, que nosotros somos portadores y agentes de dominación. Por eso la revolución tiene que pasar por la vida cotidiana, tiene que reconocer, transformar (o al menos administrar) las relaciones de poder con nuestras parejas, con nuestros hijos, en el trabajo, en la comunidad, al interior de nuestras organizaciones, así como en los vínculos con la naturaleza y el medio ambiente, un tipo de relación que apueste por el anhelo permanente de la justicia plena, la igualdad, la inclusión y el reconocimiento de la diversidad.

Me moriré en Pogolotti con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo

Los sueños y las esperanzas, como decían Galeano y Ernst Bloch, son principios movilizadores, te ayudan a caminar. Uno suele mirar sus sueños a la luz de la tensión que existe entre el tiempo histórico y el tiempo biológico, y a veces eso produce angustias.

Mis sueños pasan hoy por América Latina, porque vivimos en un momento y un territorio político nuevos, con una evidente erosión de la hegemonía estadounidense en la región. En América Latina andan rodando un sinnúmero de conflictos sociales y es cada vez más visible la movilización desde los movimientos sociales. Pero las luchas altermundistas tienen que ser acompañadas de procesos de consolidación, de organización, de construcción de movimiento político. Por eso, mis sueños, los de nuestro equipo aquí en el Centro y los de muchos de sus colaboradores y colaboradoras, también andan por buscar las vías de acompañar procesos de formación política y en comunicación en nuestra región, siempre al servicio de los movimientos y las organizaciones.
Pero los duendes que administran mis sueños andan muy ocupados en los asuntos de mi país. De verdad. La Revolución ha tenido que vivir situaciones dramáticas: el asedio y la agresividad del imperialismo estadounidense, así como los problemas que han traído otras condicionantes externas, a las que se suman nuestros errores e insuficiencias. Todo esto nos ha hecho vivir desde inicios de los 90, un largo período de dramatismo en la vida cotidiana. Creo que los cubanos merecen un refrigerio y nosotros tenemos que hacer algo porque así sea. Necesitamos realizar y protagonizar cambios profundos en nuestro país, cambios en modos de funcionamiento y de gestión, cambios en la cultura política, cambios que se produzcan con la participación activa, consciente y organizada de todas y todos. La participación debe constituir un eje central en todo lo que diseñemos y hagamos. La participación es un valor inherente al socialismo y la Revolución nos ha dado conocimientos y capacidades para participar.

Sueño con que podamos tener una vida modesta y plena, fruto del esfuerzo de todos y todas, sin las carestías y dificultades que vivimos hoy. Una vida que sea resultado de los rediseños que le demos a los diferentes ámbitos de la vida y el funcionamiento económico, político y social del país. La Revolución precisa ser recreada y fortalecida desde valores radicalmente socialistas. Es ya una urgencia que estos valores sean sentido común, como decía Gramsci, que reencarnen en nuestra vida cotidiana, en la vida de las instituciones y las organizaciones. Y hay que desarrollar las condiciones materiales que lo favorezcan.

Aun así, creo que no se puede ser revolucionario solo en el núcleo del Partido, o en el centro de trabajo o en la heroicidad de la misión internacionalista o del puesto fronterizo. O revolucionamos nuestra vida cotidiana y las instituciones y organizaciones que tienen que ver con ella y dejamos que los valores sean fiesta permanente en cada uno de nuestros actos, como seres de una sola pieza, o favoreceremos la esquizofrenia y la doble moral.

Nuestro pueblo tiene reservas, potencialidades, una instrucción excelente, una tremenda cultura política con suficiente sentido crítico y de la justicia, un raigal antiimperialismo y unos dioses que sabe siempre de su bando. Nuestro pueblo tiene una tremenda energía que hay que desatar y encauzar para entrarle a los problemas y los cambios con la misma pasión que le entramos a una final de la Serie Nacional de Béisbol: desde cada «esquina caliente», donde cada jugada nos deja insatisfechos. Porque cada cubano o cubana siempre quiere al mejor en su equipo, y lo defiende a capa y espada, a sabiendas de que los managers se equivocan, los árbitros no son infalibles y que, gane quien gane, ganamos todos.

Yo creo que repensar el país es un deber y una urgencia. Repensar el país es una obligación ética y política con el socialismo mismo, con esta opción que aún la inmensa mayoría de los cubanos mantiene. También es una obligación y un deber, ético, político y simbólico con miles de personas en este mundo y sobre todo en América Latina. Hay que profundizar, profundizar, profundizar el socialismo. El socialismo entre nosotros tiene que fortalecerse como un proyecto libertario, donde las personas sean sujetos de las decisiones, de sus destinos y del destino de la nación.

En ese proceso creo, modestamente, que debemos empeñarnos en fortalecer nuestra escuela, o mejor aún, nuestro proyecto educativo. En ese ámbito comenzamos un ciclo revolucionario con la Campaña de Alfabetización, con la universalización y gratuidad del acceso; este proceso, a pesar de las recientes y complejas transformaciones, no ha sido completado.

No son suficientes las campañas educativas en los medios sobre prevención, disciplina social, educación formal, sobre las relaciones familiares, contra el alcoholismo y las drogas, por el respeto y cuidado al medio ambiente, por una sexualidad responsable, contra la violencia, por la equidad de género, por el respeto a la libertad de orientación sexual, por los valores patrios, por un acceso e interés mayor al libro y la cultura. No resulta suficiente si estas y otras muchas cosas más no forman parte de los contenidos y de los currículos de nuestras escuelas con el mismo peso que tienen hoy las matemáticas o la física, y sobre todo, no resulta suficiente si las concepciones pedagógicas y metodológicas no dan cuenta de esos valores y del interés de educar por encima de instruir, de una pedagogía crítica, no bancaria, que forme para la osadía, no para el acatamiento, que estimule y desarrolle capacidades, habilidades y subjetividades, que encarnen y se comprometan con viejos y nuevos valores que tienen que ver con la dignidad y la plenitud de la vida humana. Un proyecto educativo que ponga a nuestra juventud en el protagonismo del presente, que despliegue y fortalezca entre nosotros, ante el consumismo y otros antivalores de la globalización capitalista, una ética del ser y del dar por encima de una ética del tener. Nuestra escuela tiene que ser una fiesta, y cada clase, un acto de creación heroica donde se transformen educandos y educadores.

Notas

* Yaima Morales Castellón (Cuba, 1979) y Carmen L. Rodríguez Velazco (Cuba, 1980), psicólogas ambas, son investigadoras del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) y profesoras adjuntas en la Universidad de La Habana; y Morales, además, en el Instituto Superior de Diseño Industrial (ISDI).
>
> [1] «Los gallos del Yayabo» es el nombre que familiarmente designa al equipo de béisbol de Sancti Spíritus [n. de la R.].
>
> [2] IFCO son las siglas de Interreligious Foundation for Community Organization [n. de la R.].
>
> [3] Grupo de intelectuales y artistas cubanos –José Lezama Lima, Gastón Baquero, Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Justo Rodríguez, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Octavio Smith, Lorenzo García, Cintio Vitier, Cleva Solís, Julián Orbón, José Ardévol, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Bella García, Agustín Pi– nucleados alrededor de la revista homónima, que apareció entre 1944 y 1954. Con un programa seguidor del dictado martiano como base ideotemática, el Grupo defiende una visión teleológica y trascendental, basada en un sentido de lo cubano inscrito en los planos más subyacentes de la realidad [n. de la R.].
>
> [4] Período de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas.
>
> [5] Unidades Militares de Ayuda a la Producción.
>
> [6] Pogolotti es el primer barrio obrero de La Habana, fundado en 1911. Integrado por una población mayoritariamente negra y mestiza, con fuertes tradiciones religiosas y culturales de origen africano.
> [7] América Libre es una revista de pensamiento latinoamericano que intenta retomar toda la tradición de pensamiento crítico latinoamericano y remontar los impactos del derrumbe de la experiencia del socialismo este-europeo.

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¿De qué se trata el amor?

La base del amor cursi es la posesión, la propiedad sobre lo amado. Se trata de elegir el desafío de desaprender el amor cursi y descubrir ese amor ontológico que está en la condición humana.
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