Las formas de inserción de los países periféricos en la economía-mundo presentan dos dimensiones. Una general que identificamos a través del desarrollo desigual, el intercambio desigual, el endeudamiento como medio de enriquecimiento, las imposiciones del comercio llamado libre, y un abanico propio del trato que Hegel prefiguró en su Fenomenología del espíritu como la dialéctica entre el amo y el esclavo. La otra dimensión, la de carácter particular, marca las diferencias entre el modo en que cada país se logra insertar, o es admitido por el sistema-mundo, y consigue ventajas relativas o se mantiene estancado, y en ocasiones asediado, económica, política, y hasta militarmente.
La distinción entre países desarrollados y subdesarrollados se ha quedado estrecha. “En vías de desarrollo” fue un término con el cual se intentó mitigar el pesimismo del “subdesarrollo”, y hoy se hace legítimo para aquellos países cuyas economías han vivido explosiones, como Corea del Sur, China y Brasil. Pero habría que hablar de otros que no han logrado desarrollarse, o que el sistema-mundo parece condenar a no desarrollarse, o que parecerían imposibilitados para ello por su precariedad.
Por otra parte el concepto de desarrollo circunscrito a los indicadores de crecimiento, y aun a las transformaciones tecnológicas, ha caído en crisis. El PNUD introdujo desde 1990 el cálculo del índice de desarrollo humano (IDH), para no sujetarse a indicadores exclusivamente económicos, como el producto interno bruto (PIB) per cápita, o la aplicación de la línea de pobreza, con lo cual la mirada corre el riesgo de reducir el diagnóstico a la pobreza de ingresos, e ignorar políticas de amparo indispensables.
El IDH logra integrar en un coeficiente la cuantificación del PIB per cápita más los de esperanza de vida, alfabetización, y escolaridad. No excluye per se los anteriores indicadores económico-sociales, sino que los complementa con una validación más marcada del peso de la calidad de vida de la población, en el diagnóstico.
El comienzo de la aplicación del IDH se produjo en un momento en el cual la economía cubana no reflejaba aún en toda su magnitud los efectos de la caída del sistema socialista soviético, y de la consiguiente impunidad al arbitrio de una potencia solitaria. Vemos, así, que en 1990 el índice de desarrollo humano colocaba a Cuba en el lugar 39 dentro de un total de 130 países. Este índice se deterioró en los años sucesivos, a la par que caían los indicadores económicos y se deprimían las condiciones de vida de los cubanos. Su comportamiento más crítico lo tuvo en el año 1994, en que colocó al país en la posición 89 entre 173 países. Este indicador mostró, a lo largo de los noventa, el deterioro de la situación cubana, aunque en 1999 ya comenzó una tendencia de reanimación
El último Informe de Desarrollo Humano del PNUD muestra una recuperación importante de este índice en 2005, en que Cuba queda en el lugar 51. El índice de este año, 0.838, es inferior al mostrado en 1990, que fue 0.877, y coloca a Cuba en el sexto lugar en el conjunto de la América Latina y el Caribe. No termino todavía con las estadísticas: en este último Informe, como en los anteriores, también se constata que la clasificación de Cuba como país de desarrollo humano alto se debe a los indicadores de calidad de vida, en tanto los económicos progresan muy lentamente. Un posicionamiento realizado exclusivamente a partir de los ingresos movería a la Isla al lugar 94 en el año 2005
Hasta aquí la estadística. Paso a los comentarios. El primero es que las cifras muestran: 1) que a pesar de la caída económica y del régimen de castigo acrecentado a lo largo de los 90 y hasta los años finales de esta década, el complejo socioeconómico cubano (para no llamarle aquí sistema, ni proyecto), se revitaliza y vuelve a encontrar escenarios de inserción, sin hacer concesiones al imperativo neoliberal, ni a ningún compromiso que pueda traducirse en lazos de dependencia; 2) que el punto débil visible es el del comportamiento de la economía, en lo cual no se ha pasado de medidas aisladas, de mayor o menor alcance, que no aparecen articuladas a un cambio estructural orientado a introducir un nuevo patrón de eficiencia.
La economía cubana –cargada de malformaciones– está urgida de cirugía. Pero de cirugía socialista. Igualmente si es con bloqueo sostenido, si este queda aligerado por motivaciones humanitarias, o si fuese progresivamente desmontado. Frente a cualquier variable hay que llegar a una armazón eficiente. Rediseñada sobre una noción de desarrollo distinta: desde las fuerzas que el país ha desarrollado, con el peso de sus carencias, y sobre las incertidumbres de cada coyuntura. En primer lugar para garantizar subsistencia a nuestra población y recuperación al medio natural del cual nos nutrimos: algo que no se ha logrado plenamente en los cincuenta años transcurridos.
No podría Cuba aspirar a convertirse en otra Suiza o en algo que se le pareciera. De hecho, ni siquiera parece sano soñar con otras Suizas. Las estadísticas económicas tienen más de un significado. Del lado negativo, los altos índices de comportamiento económico también suelen ser indicativos de altos niveles de consumo, contaminación de la atmósfera, y depredación del ambiente en más de un sentido. Se ha dicho que si la norma de consumo de combustible norteamericana se universalizara el agotamiento de las fuentes se haría casi inmediato. No podrá haber autos para todos en el mundo.
Mathis Wrackernagel, investigador del Global Footprint Network de California, calculó, para 93 países, la cantidad de planetas Tierra que serían necesarios en el caso de generalizarse el nivel de consumo de cada uno de ellos. Los países europeos occidentales están en la media de tres planetas, y los orientales de dos. En tanto los Estados Unidos necesitarían cinco planetas. Los países de la América Latina estarían sobre la media de un planeta, y los de África bastante por debajo. En esta correlación la línea del desarrollo sustentable estaría en 0.8 de IDH y el nivel de la huella ecológica en 1 planeta. Cuba parece ser, al momento, uno de los países que más claramente se acerca a esta correspondencia.
No lo digo con propósitos de complacencia. Contra el conformismo se revela el imperativo de redimensionar la economía con reformas que alcancen las estructuras donde quiera que la búsqueda de una eficiencia socialista lo reclame. Se revela también la necesidad de restaurar un régimen laboral y de participación efectiva que incentive el trabajo. Se revela la necesidad de posibilitar mejor vida sin más gasto. Se revela la urgencia de dar un carácter más orgánico al rescate y la protección del ambiente.
Y, sin embargo, este dato nos dice, a mi juicio, al margen de implicaciones ideológicas, que el escenario más idóneo para los proyectos de transformación sustentable se encuentra ahora en la América Latina, donde se ha iniciado una significativa modificación del mapa político. Y que Cuba presenta, de algún modo, una posición de punta. En definitiva, son estadísticas, solo estadísticas.
Aurelio Alonso, sociólogo y ensayista, es subdirector de la revista Casa de las Américas.
Fuente: Progreso Semanal