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Otro desafío al ejercicio de pensar

Tamara Roselló Reina

Este lunes 14 de febrero, en la sala Nicolás Guillén, de La Cabaña, se presentaron varios de los títulos que compilan el pensamiento crítico de Fernando Martínez Heredia, autor homenajeado en esta edición 20 de la Feria Internacional del Libro y la Literatura. El ejercicio de pensar es una de las propuestas compartidas.

El 9 de noviembre de 2008 me llegó el siguiente correo electrónico:

«Queridos amigos: los invito a la presentación de mi libro El ejercicio de pensar, en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, en Boyeros 63, el próximo viernes 14 de noviembre, a las tres de la tarde. Los presentadores serán Aurelio Alonso y Julio César Guanche. Abrazos, Fernando Martínez Heredia».

Allí estuve y me dejé provocar para beberme las páginas de la primera edición de este libro, que veía la luz gracias a Ruth Casa editorial y al propio Instituto Marinello. Entonces yo trabajaba en Alma Mater y quise que los lectores de la revista que fundara Julio Antonio Mella en 1922, se acercaran a los nueve trabajos incluidos en este libro. Me dije: «debería ser un texto escolar, de los que te encuentras en las bibliotecas universitarias, de los que los profesores citan y mandan a consultar, de los que se pasan de mano en mano, y se rayan y se releen».

Es difícil encontrar temas de tanta hondura tratados diáfanamente, como si en lugar de una reflexión filosófica o un ensayo histórico, estuviéramos en medio de un diálogo, que te obliga al intercambio, a ser parte de las preguntas y de las respuestas, como el mejor entrenamiento posible para el desafiante ejercicio de pensar.

Por estos días cercanos a la Feria cargué otra vez con el libro en mi bolso, para leerlo en la parada mientras esperaba la llegada de una guagua o en cualquier otro sitio mientras caminaba una de las habituales colas que vencemos a diario.

En ese torbellino cotidiano, Fernando me volvía a invitar a mirar la realidad compleja de la Cuba de hoy, conectada con su pasado de lucha y resistencia, de solidaridad y antiimperialismo, con el auxilio de una cultura política, que dejó de ser privilegio de elites, aunque todavía podría servir más al proyecto colectivo. Y es que las páginas de El ejercicio de pensar, no serían una propuesta para el recuento y la polémica, si no las ponemos de cara al contexto, no solo al momento puntual que las generó, sino frente a frente a este apremiante hoy.

Ahí está la conferencia “El pensamiento social y la política de la Revolución”, dictada en el Instituto Superior de Arte, como parte del ciclo La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios durante el 2007. Aquellas convocatorias le dieron cauce ―y cito― «al análisis de hechos pasados y presentes y aparecieron opiniones acerca de las políticas culturales, la naturaleza y los papeles de los medios de comunicación, la cultura en la Revolución, los deberes de aquellos que ocupan responsabilidades y los de los intelectuales, y hasta problemas de mayor alcance en cuanto a la vida cotidiana, la economía y la política nacionales».

Por ahí comienza este libro, con una nota aclaratoria del autor, quizá una declaración de principios que es ya de por sí la mejor invitación a la lectura de varios de sus trabajos acerca del pensamiento y las Ciencias Sociales en Cuba. Una selección que termina por donde empezó, por su «primer artículo con ideas propias» ―como lo bautizara―, aparecido en la revista El Caimán Barbudo, en 1966, y que ahora le sirve de nombre a esta compilación.

«¿De qué trata ese libro?», me preguntó una amiga doctora. Pero mejor que sea el propio Fernando ―parafraseado― quien le responda a Gretel:

―Este es un libro que habla de la necesidad de acabar con el prejuicio que frena «la presentación y el debate de problemas reales y de criterios diferentes entre revolucionarios» y que, por el contrario, estimula, al decir de nuestro presidente Raúl Castro, «el secretismo», porque «en el mejor caso, esa actitud expresa un error relacionado con una de las virtudes cardinales de nuestro proceso ―la unidad―, y con los hábitos defensistas dentro de una Revolución que no ha podido bajar la guardia ni un solo día. Pero en muchos casos ella es un pretexto para el autoritarismo, el silenciamiento de los criterios de revolucionarios y la defensa de intereses espurios. Ya es indispensable que los aquejados por ese prejuicio, entre los que ejercen funciones, se libren de él, y nos libren a todos de sus efectos».

El volumen apela a la pertinencia de estimular entre todas y todos, una legítima cultura del debate, lo que implica «abolir posiciones erróneas: negar el derecho de otras personas a expresar sus criterios; creerse dueño de las ideas y las informaciones; ignorar los argumentos y las ideas del otro o condenarlos al silencio de su no divulgación». Invita a recuperar aquellos debates internos a los que acudían «dirigentes políticos y culturales, personalidades intelectuales, instituciones diversas, que contraponían sus criterios en público, con mayor o menor profundidad y buenas maneras». (Como lo hacía, a inicios de la década de los 60, el propio Che, cuyo pensamiento ha de ser «moneda común, que forme parte de nuestra cultura», porque nos hace mucha falta.)

También aborda el papel de la investigación y el pensamiento sociales ―«con calidad y libertad»― en este urgente pensar el proyecto, para buscar lo más significativo, sus porqués…, para apoderarnos de toda nuestra historia, con sus logros y errores, con sus insuficiencias y sus aciertos, con sus caídas, sus grandezas y mezquindades, y que nos permita convertir «el conjunto, en una fuerza más para enfrentar los problemas actuales de la Revolución y la transición socialista, para reformular y hacer más ambicioso nuestro proyecto de liberación».

Habla además de la participación amplia y creciente cada vez, de más cubanos y cubanas, en el conocimiento y debate de nuestros problemas fundamentales y en las decisiones para enfrentarlos. Lo que deberá pasar «por complejos procesos que, de manera organizada y hasta cierto punto planificada, desarrollen la conciencia, la creación nacional de riquezas y el buen gobierno».

Al libro le atraviesa la coherencia, a pesar de los cambios de colores en los mapas, a pesar de las desconfianzas que paren incomprensiones, a pesar del tiempo que separa un texto del otro. La coherencia que permite asumir «las consecuencia de los actos» y no arrepentirse de lo hecho ni lo dicho.

Entre sus esencias no podía faltar esta: más que al perfeccionamiento o a la actualización del modelo cubano, apuesta por la profundización del socialismo en Cuba, para seguir tercamente construyendo «una sociedad diferente del capitalismo ―y no solo opuesta―» a ese sistema «que conduce a una formidable guerra cultural mundial, en la que pretende triunfar desde la vida cotidiana y los procesos civilizatorios, y a través de un gran movimiento de privatización ideal y material». La cultura está en «el centro del combate anticapitalista en la Cuba actual», y habrá que desprenderse de las «armas anticuadas y de las que nunca sirvieron», para seguir en el empeño; para avivar el orgullo de sentirnos cubanas y cubanos antiimperialistas.

Por supuesto, habla de los jóvenes porque esta Revolución ha sido fruto del esfuerzo de sus juventudes, por eso hoy «será vital una unión intergeneracional, que logre que los jóvenes asumamos a fondo el proyecto socialista, que nuestra participación sea enriquecida por la profundidad con que lo vivamos, y no con que lo sigamos y por lo que podamos aportarle y recibir de él».

Quizá por esta claridad meridiana, Fernando dedica una buena parte de su tiempo al intercambio con jóvenes, a responderles sus inquietudes, a contarles sus propias vivencias de cuando dirigió el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana o la revista Pensamiento Crítico. Entonces tenía mi edad y se tomó a pecho aquel reclamo del presidente Dorticós de incendiar el océano y poner el Marxismo a la altura de un proceso tan peculiar como el de la Revolución Cubana, del que ha sido un ejemplar militante hasta el presente.

Su vida ha sido un premio, una lección, porque no se ha rendido nunca ni se ha amargado ni se ha tornado una pieza de museo, porque ha conservado intacta su humanidad y su capacidad para servir más, tanto a Cuba como a la patria grande, la América Latina, y otra vez tomo prestadas sus palabras, las que se escucharon en la entrega del Premio Nacional de Ciencias Sociales 2006, que también están en este volumen.

Con toda esa producción y puesta en común, Martínez Heredia ha contribuido a calmar una angustia que declara en su artículo “Necesitamos un pensamiento crítico” ―inicialmente publicado en la revista Temas―, el de ayudar a la comprensión de hechos de la Revolución, y a cegar zonas de silencio y olvido. Casi omito que no me tocaban los elogios, sino darle excusas a Gretel, la doctora que me preguntó de qué trata este libro, para que ella también acepte el desafío que nos plantea Fernando desde el título: el de pensar con cabeza propia.

Gracias a todas esas personas que en diferentes momentos convocaron a Fernando Martínez Heredia para conferencias, ponencias, entrevistas, aperturas de eventos, entregas ensayísticas y aceptaron publicar sus artículos. Sí, porque de ahí salió esta oportunidad de leerle de un tiro…, en una guagua, en un parque, una biblioteca o en casa.

Gracias otra vez a las editoriales del Marinello, a Ruth y a Ciencias Sociales por reproducir este volumen que abarca una parte de su producción intelectual desde 1966 hasta 2007. Y gracias, sobre todo, por socializarlo en esta hora crucial de Cuba. Ojalá se agote esta segunda edición y venga una tercera en la que sugiero se sume su intervención inaugural de esta XX Feria.

Fernando, esa manera suya de defender el ideal socialista como expresión y ámbito de realización de un proyecto auténticamente emancipatorio, de justicia social y soberanía nacional, contagia, enamora, ―sospecho que no es casual que estemos en este Coloquio un día como hoy― En fin, le necesitamos mucho para batallar juntos y hasta las últimas consecuencias, por ese socialismo que nos urge.

Y no digo más porque de seguro ustedes, lectoras y lectores, tendrán mucho que decir cuando lean estas páginas. Buen provecho de El ejercicio de pensar.

La Habana, lunes 14 de febrero de 2011.


publicadas en La Jiribilla

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