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“Poniéndole alas al corazón”

En el municipio artemiseño de San Cristóbal, la experiencia comunitaria “Alas de corazón”, transforma la vida de niños, niñas, sus familiares y pobladores de la localidad.

Por: Liliana Sierra Sánchez

Hace 16 años, el educador popular Rafael Sánchez Espinosa, junto a su esposa Noraida García Ríos (también conocida como “La jimagua” o  “Bochito”) iniciaron un sueño y le pusieron como nombre “Alas de corazón”.

Hoy, ese sueño se ha multiplicado en las niñas y niñas que han integrado o que forman el proyecto, en sus familias, y en personas de la comunidad en la cual habitan, ubicada en el Consejo Popular Los Pinos, del municipio San Cristóbal, perteneciente a la provincia cubana de Artemisa.

La experiencia es acompañada metodológicamente por la Red de Educadores Populares de ese territorio, por lo que se ha convertido en un proceso colectivo que involucra a muchas pobladoras y pobladores desde la participación y el compromiso cotidiano.

Conocer de cerca “Alas de corazón”, ha sido una vivencia enriquecedora que queremos compartir desde este relato periodístico.

Conociendo las esencias

Llegar cualquier sábado del año a la casa que habitan Noraida y Rafael, es una fiesta; allí, la alegría y la creatividad son invitadas permanentes. Niñas y niños, muchas veces junto a sus padres y otras personas de la comunidad, acuden al que se ha convertido en un espacio para dar rienda suelta al arte, la imaginación y los sentimientos.

El trabajo con papier maché, la elaboración de papel reciclado, el empleo de varias técnicas de dibujo y un sinfín de manualidades, se conjugan para lograr que los infantes desarrollen sus habilidades artísticas, pero a la vez, compartan valores como la colectividad, se ayuden unos a otros, aprendan a tomar decisiones en las que prime el “nosotros” sobre el “yo”, y desarrollen una conciencia ecológica sobre la importancia de vivir en armonía con la naturaleza e integrarse con el entorno.

“El proyecto inició en el 2005, por iniciativa de mi esposo Rafael Sánchez Espinosa, y luego lo continué yo, que soy una artista autodidacta. Actualmente trabajo con 23 niños/as, en su mayoría provenientes de familias disfuncionales o con desventaja social, y tenemos el apoyo de un grupo de madres creadoras, que colaboran con sus hijos”. Así expresa emocionada Noraida García Ríos, de 52 años, cordinadora de “Alas de corazón”, quien es integrante de la Red de Educadores Populares, de la Red de Educación Popular Ambiental y miembro de Arte y Comunidad (CIERIC- UNEAC).

Noraida y Rafael junto a Raúl Suárez, fundador del Centro Memorial Martin Luther King

Según Noraida, o Bochito, como también la llaman, su objetivo principal es transformar la vida de los niños y sus familias, y generar conciencia ambiental a través del fomento de valores ecológicos y solidarios, por lo cual utilizan materiales reciclados, principalmente para hacer el papel y las pinturas.

“En general el proyecto es bien acogido por los integrantes de la comunidad, la personas se sienten comprometidas, desde los más jóvenes hasta los más adultos, y lo ven como lo más importante en el barrio.

Nuestro objetivo es lograr tener entre todos una comunidad más sana, más limpia, y lo más hermoso es que las familias apoyan, buscan recursos, colaboran.

Tenemos algunos eventos como el Festival de papel, que se realiza el primer viernes de mayo todos los años, en el que participan cientos de personas. Hacemos talleres según las necesidades de la comunidad, que es quien los solicita, y siempre tenemos el tradicional desfile de papel, con vestuarios hechos por los niños y sus padres a partir de materiales reciclados. Es un proceso hermoso, colaborativo, donde se ve la integración y la colectividad.

También obtenemos ingresos propios con la venta del papel manufacturado y lo que producimos con él: libretas, álbumes de fotos, lápices… Por ejemplo, Ceprodeso (Centro de Educación y Promoción para el Desarrollo Sostenible) y el CIERIC  nos contratan para algunos de sus eventos y así somos sostenibles en el tiempo”.

Noraida afirma además que la educación popular le cambió la vida: “Para nosotros es muy importante el acompañamiento metodológico de la Red de Educadores Populares, usamos mucho las técnicas de participación, el trabajo en grupo, la toma de decisiones colectivas, y todos somos protagonistas.

Yo he recibido formación en educación popular en el Centro Martin Luther King, el taller básico de concepción y metodología de la EP, formación en temas de género, en trabajo grupal, todo eso me ha aportado el ser más independiente, ser fuerte, pensar que yo puedo, ser libre, creer en mí, tener mucho compromiso. Anteriormente era ama de casa, pero esa formación me ha convertido en lo que soy hoy, una trabajadora por cuenta propia que vive del resultado de lo que construye con sus propias manos».

Cambio, liberación, movimiento

La casa taller se ha convertido en un espacio de aprendizaje, de desarrollo, de conciencia, de libertad y creación.

La vida de los niños y sus familias se han transformado a través del proyecto. Los infantes han crecido como seres humanos, son más independientes y cambian poco a poco sus  maneras de pensar. A través de las técnicas de la Educación Popular, adquieren nuevas prácticas y maneras de hacer, sustituyen el “yo” por “nosotros”, se preocupan por los demás.

Según Noraida, es algo fundamental que en la Cuba de hoy existan este tipo de experiencias, afirma que el trabajo comunitario cambia a las personas, las hace sentirse más preocupadas por lo que sucede en su entorno y utilizar el tiempo libre de manera sana.

Muchas historias personales corroboran las afirmaciones anteriores, como la de Diana Leidis, una niña de 10 años que estudia en la escuela Guillermo Castillo: “empecé a venir hace poco porque mi mamá me contó sobre esto, me emocioné mucho y quise ver cómo era, aquí ayudamos a la naturaleza, cuidamos el medio ambiente, sembramos plantas, aprendemos sobre la amistad y la familia, también la profe nos habla sobre cómo debemos ser en la casa. A mí me gustan las manualidades y que puedo hacerlo todo junto a mis amigos, luego se lo enseño a mis compañeros de aula y a mi maestra”.

Algo similar nos cuenta Yuliet Castañeda, de 11 años: “yo llegué a este proyecto por medio de la maestra de preescolar, al venir aquí me fascinó lo que vi y me interesó integrarme porque es diferente a lo que hacemos en la escuela. Aquí te enseñan a crear arte con tus propias manos, a trabajar con cosas que pensamos que no se podían reutilizar. Me sé la técnica de crayola sobre tempera, hago papel reciclado, jabitas, amplío mi capacidad para dibujar. Al reciclar cosas ayudamos al medio ambiente, aprendemos a protegerlo y no ensuciarlo. Me siento muy libre y feliz aquí; cuando un niño nuevo entra la maestra como me tiene confianza me deja que le enseñe y somos como una familia”.

Del mismo modo, los familiares de los pequeños se sienten agradecidos, es el caso de Caridad Pereda Castillo, madre del niño  Lázaro José Martínez Pereda: “Lazarito está integrado desde hace 4 años, nos incorporamos por la necesidad que él tenía de participar en actividades sociales útiles a la comunidad. Él está enfermo del corazón pero aquí se siente un niño sano, comparte con sus compañeritos las actividades, la profesora los ayuda mucho, les enseña. Yo soy del grupo de madres creadoras, nosotras apoyamos en todo a nuestros hijos. Le encuentro mucha importancia al proyecto porque los niños prestan mayor interés, se asocian a la comunidad, al lugar donde viven. Pienso que Lazarito es un niño diferente, le gusta ayudar a los demás y siempre está listo para cualquier tarea que se le ponga”.

Lazarito apoya las palabras de su madre: “a mí me gusta mucho el proyecto, me encanta pintar con acuarela, hacer muñecos con papel, la técnica del mosaico…; cuando algún niño falta luego le enseño lo que aprendimos, voy a su casa, pregunto por qué faltaron y después vienen. Yo estoy aquí todos los sábados, si un amigo mío me dice que vayamos a jugar le digo que no puedo porque aquí aprendo muchas cosas y prefiero estar en este lugar. Quisiera ser pintor cuando grande y creo que esto me puede ayudar a cumplir mi sueño. También la profe comparte con nosostros los momentos tristes, cuando nos sentimos mal ella nos apoya y nos ayuda a sentirnos mejor, por eso le cuento las cosas que me pasan”.

Sonia Cardera es madre de otro niño que lleva dos años en «Alas de corazón», ella comenta que en la comunidad y la escuela se les habla mucho del proyecto, se les invita a participar. “Mi hijo ha aprendido muchas cosas que no sabía, él me dijo: mamá me tienes que llevar al proyecto, así que se trae todos los sábados. Se relaciona muy bien con los demás niños, aquí se les motiva la creatividad y ocupan su tiempo libre. Nosotros lo apoyamos en todo. Noraida es magnífica, estoy muy agradecida con ella”. Sonia no puede terminar de hablar, las lágrimas de emoción le nublan los ojos y le impiden expresar lo que siente, pero es una gratitud infinita que comparten muchas de las personas cercanas a esta experiencia, como Yoel Hernández Figueredo, Presidente del Consejo Popular Los Pinos desde hace 10 años.

“El proyecto tiene implicaciones muy positivas para la comunidad, prepara a los pequeños para un futuro, para las artes; ayuda a las familias a interrelacionarse con la sociedad, principalmente familias disfuncionales, que luego participan en otras actividades de trabajo comunitario, como la limpieza de los barrios, el cuidado del medio ambiente, la preservación de la flora, la fauna. «Alas de corazón» educa para la vida y la comunidad se siente satisfecha por este motivo”.

Corazones alados

 “Alas de corazón” ofrece un testimonio hermoso de apoyo a programas sociales, como la donación de juguetes confeccionados por las niñas y niños a la sala de rehabilitación del territorio, destinados a infantes con parálisis cerebral; y también a la escuela 28 de Octubre, en la que estudian pequeños con Síndrome de Dawn.

Comenta Noraida que “actualmente se han rehabilitado 152 niños con la ayuda de nuestros juguetes, fueron instrumentos musicales hechos con poliespuma y papier machié, para poner en práctica la ludoterapia. El técnico de la sala de rehabilitación trabajó con ellos y de esta manera recibieron un impulso a su sistema nervioso central.

Es que para mí lo más importante no son los diplomas que hemos recibido a lo largo de estos años, sino el aporte que hacemos desde lo humano, desde los sentimientos”.

Como toda experiencia de trabajo comunitario desde la educación popular, “Alas de corazón” es influenciada por el contexto y los desafíos que este genera.

“Ha sido muy difícil mantenernos por 16 años de trabajo, hemos tenido una gran resistencia con pocos recursos, por eso hacemos nuestro papel, nuestros tintes con recursos naturales, y recurrimos al apoyo de la comunidad, aunque necesitamos un poco más de ayuda por parte de las instituciones. Sin embargo, eso nos ha dejado lecciones de vida, el aprender a pensar en todos y no de manera individual. En mi caso, soy una mujer muy feliz, es la riqueza más grande que tengo en la vida”. Noraida sonríe con los ojos húmedos, y luego vuelve a la mesa donde aguardan los/las niños/as, que con sus creaciones colectivas siguen cultivando el jardín de la esperanza.

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