Sus hijos Inti (Sol) y Huaiqui (el Príncipe) viajan distraídos en el asiento trasero de la camioneta que conduce esta mujer de pelo negrísimo y rostro dulce. Viajamos hacia el sur de Quito, a una de las zonas más pobres de esta centenaria ciudad andina, al Mercado Mayorista, donde está ubicada la escuelita bilingüe Tránsito Amaguaña que Irma dirige desde hace veinte años.
- y vienen todos a abrazarme…*
“Desde las comunidades de Chimborazo, Cotopaxi, Tungurahua, Bolívar vienen a estudiar a esta escuela niñas y niños indígenas. En su mayoría son hijos de los trabajadores más pobres del mercado, un centro de acopio de productos alimenticios: frutas, verduras, granos, viandas. Ellos también trabajan, desde las once de la noche hasta el amanecer para ayudar con el sustento de sus hogares, y realizan las labores más humildes: limpieza, recogida de basura, sacar los frijoles y colocarlos en las funditas. Por todo eso reciben uno o dos dólares. Al otro día van a sus casas en la mañanita, se arreglan y vienen a clases. Pero cuando el trabajo de la noche ha sido muy intenso, llegan a la escuela un poco tarde, como a las 9 ó 10 de la mañana. Para los padres de estos chicos la educación no es una prioridad, el trabajo que ellos hacen sí, pues implica la sobrevivencia de la familia.
“Debido a esta complejidad, nuestra escuela no puede tener un carácter formal, rígido, pues las vidas que llevan estos guaguas (así llaman a los noños y niñas) no les permite cumplir con horarios determinados. A veces no vienen del todo limpios. Es un proceso largo de concientización para hacerles comprender a sus padres que la educación es también muy importante. Cuando empezamos, hace ya veinte años, no teníamos pupitres, materiales, pizarrones, prácticamente nada. Comenzamos con sólo 15 niños que necesitaban estar protegidos en algún sitio. Los alrededores del mercado se convirtieron en sitios de residencia temporal para la gente más necesitada que rápidamente acondicionaron unos cuartuchos para poder vivir. Cuando llegamos al mercado, los guaguas vivían encerrados en esos cuartuchos. Sus padres les ponían candado para que no salieran y corrieran peligro pero igual lo corrían estando encerrados si se producía un incendio o cualquier otro accidente. Al inicio nos reuníamos con esos 15 niños solamente para buscar la forma de ver si alguien podía hacerse cargo de ellos y hacíamos actividades recreativas: cantábamos, pintábamos, bailábamos, leíamos cuentos y cosas así. Pero luego, fueron surgiendo otras necesidades educativas. Y así ha pasado los primeros veinte años.
“Todos los días cuando llego lo primero que recibo son mimos, besos y abrazos de mis guaguas y eso me da fuera para seguir”.
amor y deseos de trabajar…
“A aquellos primeros niños se les sumaron otros 15 durante los primeros cuatro años de existencia de la escuela. La chispa se expandió y empezaron a avisarse entre primos y hermanos. Al principio las actividades las hacíamos en un parque pero como ya había crecido la matrícula pedimos al Ministerio de Educación que nos ayudara aunque fuera con un profesor. En esa época a nadie le importaba la vida de estos niños. Les fuimos enseñando más y más cosas. Ya sabían leer y escribir y sus necesidades iban creciendo pero había un problema: no teníamos legalidad y por tanto no contábamos con recursos, ni siquiera con libretas, lápices, pupitres… Ahí comenzó nuestra lucha por conseguir que el ministerio nos legalizara la escuelita. Y desde entonces no hemos flaqueado sobre todo porque entendemos que es un compromiso con ellos mismos para que sientan que sus esfuerzos no han sido en vano. En esas condiciones estuvimos los primeros cuatro años. Enfrentando muchos problemas. Por esa razón, le pusimos como nombre a la escuela Tránsito Amaguaña* por lo que ella representa como mujer indígena y líder campesina que en 1930 y tanto sufrió en carne propia la opresión de los huasipungueros. Su historia de vida y de lucha se parece mucho a la iniciada por nosotros en la escuela. Ella comenzó a educar a los niños indígenas a escondida de los patrones pues si la sorprendían significaba castigo y hasta la propia muerte. Y como nuestra escuelita comenzó de modo ilegal, haciendo las cosas prácticamente a escondidas, se nos semejaba mucho a la tarea que hizo Mama Tránsito.
“Pasados esos cuatro años, nos concedieron la legalidad; aunque nunca el Estado ha asumido a la escuela con todas las de la ley. Nos obligaron a funcionar como escuela particular porque decían que para hacer nuestro trabajo necesitábamos determinadas condiciones materiales, infraestructura, mobiliario, equipos, profesores titulares y nosotros no teníamos nada de eso. Teníamos lo fundamental: amor y deseos de trabajar por esos guaguas”.
- a veces he estado a punto de desistir…*
“He sentido que flaquean mis fuerzas pero cuando veo la avidez que tienen por saber nuevas cosas y, sobre todo, porque para ellos, no existen otras posibilidades pienso que hay que seguir adelante. Si no existiera esta escuelita simplemente estos guaguitas estuvieran en la calle. Hay otro problema: la escuela formal no acepta a nuestros niños. Si alguno se atrasa, le cierran la puerta en la nariz. Igual pasa si faltan a clases. Y eso en nuestra escuela lo trabajamos pedagógicamente porque nos interesa que ellos no pierdan contacto con su comunidad de origen. Ellos mismos llegan y nos dicen: «Sabe, señorita, se va a casar mi hermana, mi prima o mi tía, Ud cree que puedo faltar una semana porque necesito irme a mi comunidad». Y nosotros lo entendemos y a la vuelta le hacemos un plan de estudio diferenciado a esa niña o ese niño para que se ponga al nivel del resto de los de su clase. Y este tipo de cosas no lo admite ninguna escuela convencional. Nos interesa que nuestros guaguitas vayan a sus comunidades, que tengan comunicación con su gente porque cuando regresan expresan todo ese sentimiento. Y eso es muy lindo.
“Desde un punto de vista, la vida en la escuela pareciera un poco caótica si se le mira desde lo que las convenciones «occidentales» entienden por «escuela» y «enseñanza». Pero para nosotros es muy importante que sientan la seguridad de que son valorados como personas y como indígenas. Y del mismo modo, ellos sienten la confianza que aunque no van a perder el curso, han contraído la responsabilidad de esforzarse para igualarse al resto de sus compañeros de clase. Para los profesores es también un reto complicado”.
nunca les hemos dicho esta es la misión, la visión, los objetivos específicos…
“He tenido experiencias muy lindas con mis guaguas y también muy duras. Algunos jóvenes formados en nuestra escuela ya están en la universidad. Eso nos llena de regocijo. Es como haber ayudado a cambiar su destino. De no haber existido esta escuela, ellos nunca hubieran tenido la posibilidad de acceder a los estudios superiores.
“Tengo dos estudiantes que por cosas de la vida, de la cultura, se casaron muy jovencitas y tuvieron que dejar de estudiar pero al ver que sus compañeras entraron a la universidad, nos han pedido volver a la escuela y aquí las tenemos; este curso se gradúan. Eso para mí es muy importante porque veo que ellas están valorando sus propias capacidades.
“Tenemos a Lucrecia, una profesora que es la mejor muestra del trabajo realizado por nosotros en estos veinte años. Ella ingresó desde pequeñita, y aún hoy sigue ayudando a sus padres en el mercado, trabaja por las noches con ellos y les colabora en la selección de las papas, las verduras y en la venta, pero terminó la escuela y se graduó de bachiller hace dos años y ahora logró ingresar a la universidad para hacerse maestra pero a la vez es una de nuestras profesoras. De todos los docentes es la que más conciencia tiene de la situación de los guaguas. Ella les tiene muchísima paciencia, los mima pero también les exige. Y es que ella ha experimentado el ciclo completo: ha sido alumna y también profesora. En la escuela trabajamos siete profesores de plantilla. Yo soy la directora, pero también la barrendera, me ocupo de cualquier tarea y, sobre todo, de hablar mucho con los niños, los padres y los profesores. Mis dos hijos también estudian aquí. Yo me siento orgullosa de mis maestros y maestras. Nunca les hemos dicho esta es la misión, la visión, los objetivos específicos de esta escuela. Eso está escrito nomás en un papel, pero lo más importante es que lo llevan escrito en sus corazones.
“La Lucrecia me lo ha dicho muchas veces. «Si a mí no me hubieran dado la posibilidad, no me hubieran mostrado el camino, tal vez, hubiera seguido yendo al mercado, haciendo las mismas cosas que mis padres, es decir, viviendo en la ignorancia». Ella es madre, tiene un guaguita de tres años. Y fíjate que cuando ella salió embarazada nunca cuestionamos su situación, más bien la apoyamos para que saliera adelante. Y ella no cejó, sino que terminó su bachillerato y está matriculada en la universidad. Por eso cuando la veo siento que de algo han valido estos veinte años”.
la vida de nuestra gente es durísima…
“Mi vida toda es esta escuela. Aquí estudian 250 alumnos entre los 5 y 20 años. Hay un promedio entre 25 y 30 niños en cada aula. Y todos los profesores pertenecen a diversas nacionalidades o pueblos indígenas. Es además bilingüe, es decir, se estudia en español y en quechua. Esto lo hemos defendido siempre. En esta vida de ciudad hablar quechua es mal visto; pero si los niños ven que sus maestros lo hablan, ellos se comunican en su lengua originaria. Y además es muy importante que la hablen no sólo para que la conserven como valor cultural sino porque eso influye en su desarrollo psicológico y en los procesos de enseñanza y aprendizaje que van haciendo en las distintas edades.
“Mis hijos han nacido y crecido aquí. Al mes de nacidos me los echaba a la espalda y venía a trabajar. Cuando el presidente Correa dice «hemos vivido la larga y triste noche neoliberal» es verdad. En Ecuador la educación es super neoliberal, hay mucho individualismo y eso me da mucha pena porque veo que los valores que se inculcan son todos egoístas, individualistas, competitivos. Yo misma soy maestra y por el hecho de serlo y de tener un sueldo mensual, que no es mucho, pero al menos es fijo, estoy en mejor condición que los padres de los niños de mi escuela. Y por ese hecho se pudiera pensar que como soy maestra y mi esposo trabaja también pues le podemos dar a nuestros guaguas una mejor educación y enviarlos a estudiar a otra escuela. Sin embargo, eso no garantiza que ellos vayan a ser respetados por ser indígenas. Cierto que en el país se han superado muchas cosas, pero todavía existen actitudes excluyentes en profesores y directivos. Quién me dice que los profesores de esas escuelas van a sensibilizarse con los problemas de mis guaguas. Aquí mismo, en nuestra escuela hemos tenido niños que con siete u ocho años se han escapado de sus casas. Nosotros les buscamos y vamos rastreándolos hasta que les encontramos y devolvemos a sus familias. Es que la vida de nuestra gente es durísima. Y los padres de familia por su situación de pobreza y marginación son gente muy violenta, castigan duramente a sus hijos. Ese es otro de los problemas que tenemos que enfrentar. Es difícil decirle a un padre que mande su hijo a la escuela cuando sabemos que de ese guagua depende el sustento de una familia”.
- tengo lo que necesito y de lo que tengo no necesito nada más…*
“Doce de los veinte años que lleva funcionando la escuela no recibí salario del Estado. Durante todo ese tiempo mi esposo y mis padres me apoyaron y también la Fundación Pueblo Indio, que lo con otras y otros maestros, no sólo de Quito sino de las escuelas bilingües que existen en varias provincias del país. La Fundación nos apoya para que podamos concluir los estudios superiores. Ahora mismo estoy por terminar la carrera de Derecho pero antes terminé la licenciatura en Pedagogía. Yo no pude estudiar cuando era jovencita porque mis padres no podían pagarme la matrícula por eso ahora siento la necesidad de terminar los estudios de Derecho. Es que el ambiente donde nos desenvolvemos hace que nuestra gente necesite mucho de la labor de los abogados y mi inclinación por terminar la carrera es para ayudar a mi gente, a los indígenas que siguen siendo discriminados.
“Soy una mujer muy persistente. Sí, he sacrificado cosas pero no lo veo tanto como un sacrificio porque me siento contenta de tener a mis hijos así, como los ves, a mi lado a todas horas. Francamente me siento muy realizada, tengo lo que necesito y de lo que tengo no necesito nada más. La vida me ha dado el privilegio de hacer lo que hago. Me siento feliz. Me gusta mucho estar con los guaguas. Y claro, también esto ha implicado mucho sufrimiento porque a pesar de que llevamos veinte años, todavía suelto lágrimas cuando veo cosas fuertes. He visto morir a muchos guaguas por cosas tan simples como no tener asistencia médica oportuna, por una simple diarrea, por la pobreza en la que viven. Esas son cosas que me mueven el piso y son las que me mantienen viva, con ganas de echar adelante. Siento la felicidad cuando estoy trabajando en la escuela y los veo que vienen a abrazarme. Cuando regresé de Cuba hicieron cola para abrazarme.
“Nunca había salido de Ecuador y el primer sitio que visité fue Cuba. ¡Te imaginas! Estar entre ustedes y conocer el Centro (Martin Luther King) y lo que allí hacen me implica mucho más compromiso. Le decía a la Nidia** «estoy fregada, Nidia, estoy fregada»”.
Termino con un nudo anudado en la garganta y con toda esta nostalgia a cuestas. Sospecho que Irma sabe que a mí también se me ha movido el piso y me lleva a su “oficina”, nada más alejado de ese concepto el sitio donde —entre papeles regados, dibujos pintados por los guaguas colocados en las paredes, estantes y las fotos de Gerardo, Tony, Fernando, Ramón y René—, me muestra los libros traídos de Cuba. Miro el reloj con despreocupación y ella me pregunta si ya es la hora. No le respondo. También yo “estoy fregada” y qué importa una ratico más… “Ven, me dice, mira estas Cartillas preparadas por los chicos”. Así descubro la imagen y las historias escritas por las niñas y los niños de la escuela sobre Mama Tránsito Amaguaña y siento vergüenza por desconocer la historia de esta mujer. Cuando regrese otra vez a Quito la buscaré y le pediré me deje entrevistarla…
Es mediodía y a esta hora el Mercado Mayorista es puro ajetreo comercial. Irma y un grupo de guaguas me acompañan a tomar el bus que va hasta la zona norte de Quito. Guayasamín me mira con sus ojos oscuros y su sonrisa un poco triste pero yo, igual que Irma, me siento feliz.
Notas:
- Tránsito Amaguaña* nació en Pesillo, Cantón Cayambe, Provincia de Pichincha, en 1909. Durante toda su vida luchó por la defensa de los derechos humanos de los indígenas. Creció junto a sus padres quienes fueron trabajadores de hacienda, por lo que conoció la explotación a los indígenas huasipungueros. Permaneció en el lugar en el que nació, en el páramo, cerca de Cayambe. Recordaba como se explotaba la tierra, y a punta de garrote trabajaban hombres y mujeres los siete días de la semana, situación que la llevó a huir y emplearse en labores domésticas.
En 1931 organizó junto con otros líderes, especialmente junto a Dolores Cacuango, la primera huelga de trabajadores agrícolas. Ese fue el inicio de su lucha, por la que fue perseguida y encarcelada.
Este 10 de mayo de 2009 murió en una parroquia del cantón Cayambe, su tierra natal, tras cumplir cien años de vida y de lucha por los derechos de los pueblos y nacionales indígenas de Ecuador.
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- Nidia Arrobo* es Directora Ejecutiva de la Fundación Pueblo Indio del Ecuador creada por iniciativa de monseñor Leonidas Proaño. Trabajó con Proaño los tres últimos años de su vida como Secretaria del Departamento de Pastoral Indígena de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
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