Esta intuición global explica porqué la Conferencia de los Pueblos sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra realizada en Abril de 2010 en Bolivia haya sido todo un éxito, a pesar de que fue convocada y organizada en sólo 4 meses. Este evento reunió a más de 35.000 personas de 142 países diferentes y a algunas delegaciones oficiales nacionales. Para enfrentar este desafío, se organizaron 17 Grupos de Trabajo, e incluso hubo el Grupo 18, con su visión crítica como signo de sociedades saludables donde deben escucharse todas las voces. Cochabamba dio la palabra a los movimientos sociales.
Esta conferencia tuvo varios méritos: por un lado logró reunir una enorme gama de movimientos sociales. Permitió romper los cercos construidos alrededor de las negociaciones del clima y socializar la discusión sobre temas críticos como “visión compartida”, protocolo de Kyoto, financiamiento para el clima, adaptación, mitigación. Pero también permitió desarrollar otras propuestas planteadas desde la sociedad civil, los activistas y las organizaciones sociales como el Tribunal, los derechos de la Madre Tierra, los derechos de los pueblos indígenas.
Quizá uno de sus logros más importantes fue que pudo capitalizar la acumulación política de al menos una década de luchas de los movimientos sociales contra el neoliberalismo y por tanto construir una plataforma política integral que aborda las causas estructurales, estableciendo un puente entre dos vertientes de los movimientos sociales: los activistas cuyas raíces están en las luchas sociales y económicas y aquellos que vienen de las luchas ambientalistas. Así, el Acuerdo de los Pueblos emanado de la Conferencia es un programa de acción política y una visión para aplicarse donde sea posible para ir avanzando con una apuesta que busca recuperar el tiempo perdido.
Pero necesitamos avanzar. Si bien necesitamos una narrativa, el Acuerdo de los Pueblos es una importante propuesta de narrativa construida desde abajo tenemos que ir mas allá de la retórica porque retórica y declaraciones son insuficientes para crear la transformación que se requiere. Para ir mas allá necesitamos decisión política –y también personal- para desmontar el sistema con la construcción desde los tejidos más inmediatos y concretos priorizando los niveles locales y de allí fortaleciendo las propuestas globales. Reconociendo los esfuerzos que ya se están haciendo desde abajo, como por ejemplo las luchas de los indígenas contra las represas en la Amazonía, las luchas sociales contra los daños de las industrias extractivas, o la lucha diaria de las mujeres que cuidan de la vida día a día y que no se reconocen como esfuerzos que ayudan a cambiar el paradigma.
Otro desafío es el de la unidad de los movimientos sociales. Entre Cochabamba y Durban hubo un Cancún y fue una lección de cómo las cosas pueden tornarse cuando la unidad no es una prioridad. Es fundamental tener una sociedad civil fuerte que logre presionar verdaderamente las decisiones en Sud África y en Río de Janeiro en el proceso Río + 20, pues debemos recordar a los negociadores que no están allí para colocar puntos y comas sino que piensen en la gente que está muriendo por causa del cambio climático.
Es espantoso cómo las tragedias que suceden en el planeta no tocan el corazón de las negociaciones. Sólo para citar un ejemplo, desde la Conferencia de Copenhague en 2009 se ha vivido Pakistán, Brasil, Centroamérica, Los Andes, Filipinas, Rusia, Australia y ahora EEUU con los tornados. 350.000 personas mueren al año por sus efectos. Estos hechos no merecen ni siquiera minutos de silencio en las negociaciones. Los países desarrollados olvidan sus responsabilidades históricas y en lugar de dar soluciones buscan hacer trampa… y hasta cambiar el año base para sus medidas de reducción de emisiones. Por supuesto que la solución excede el escenario de las negociaciones y la mirada local debe ser priorizada, aún sabiendo que la solución es global.
Mahatma Gandhi decía que la lucha más importante es por la Verdad. Y este es un tema que confronta la violenciay la verdad. Los poderosos, las corporaciones y las grandes potencias saben que están provocando impactos destructivos especialmente en el sur global, conocen los datos y las consecuencias pero no dicen la verdad a sus pueblos. En ese sentido, la tragedia de Fukushima es una verdadera metáfora de la crisis climática y medioambiental. Toda la humanidad está viviendo una especie “Síndrome de Fukushima” que marca cuán lejos podemos ir al olvidar el valor de la vida. Los empresarios y los políticos saben la verdad pero prefieren cuidar los negocios; ellos saben del peligro pero condenan a sus trabajadores a morir; saben que la muerte acecha pero maquillan la realidad y cambian las regulaciones de control. No respetan el derecho a la vida.
Exijamos la verdad. Es algo se juega en el camino de Cochabamba a Durban.
Esta nota esta basada en la intervención de la autora Elizabeth Peredo en la plenaria final de la Conferencia internacional“Cochabamba + 1” (15 al 17 de abril) en Montreal el domingo 17 de abril de 2011 organizado por Alternativas y promovido por varias redes y movimientos sociales.