Cuando en 1910, la feminista Clara Zetkin (Sajonia,1857- URSS, 1933) propuso a la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres, celebrada en Copenhague, que el 8 de Marzo se instituyera como el Día la Mujer Trabajadora, no le fue posible advertir que años después la celebración tomase matices muy diferentes a los que le dieron origen.
Y es que la militante socialista Clara se interesó, fundamental y profundamente, por la condición política de las mujeres, en especial el derecho al sufragio, impulsando el movimiento femenino en la socialdemocracia alemana.
El día 8 de marzo fue proclamado entonces jornada de lucha para las mujeres trabajadoras de todo el mundo, propuesta inmediatamente aceptada por las congresistas, en recuerdo del aniversario de la muerte de cientos de obreras en un incendio provocado en una fábrica textil de Nueva York.
A partir de la mencionada Conferencia Internacional, las mujeres socialistas de varios países europeos —Alemania, Suecia, Austria y Finlandia— celebraron el 8 de marzo organizando manifestaciones callejeras.
Pero el Día Internacional de la Mujer, como se conoce en la actualidad dicha propuesta, ha ido perdiendo paulatinamente su carácter obrero para erigirse en alabanza a la mitad de los seres humanos del planeta y de la reivindicación de los derechos de ellas. En lugares como Cuba, se ha convertido en una celebración estéril, que aporta muy poco a la visión profundamente renovadora y progresista que necesitamos las cubanas en el seno de nuestro proyecto revolucionario.
Me podrán decir que este país es considerado, como recién publicó el portal web RT, uno de los mejores del mundo para ser mujer el primero en Latinoamérica según el artículo aparecido en ese sitio. Sin embargo, en mi opinión, estereotipos, prejuicios y creencias pululan en lo que antiguamente fue un día de lucha de las mujeres contra el capitalismo y puso punto de mira en todo lo que queda por hacer, pero que hoy no es más que una puesta en escena de una obra que podría titularse: “Las necesitamos por bellas y madres”.
Es cierto que somos el 67 por ciento de la fuerza técnica de esta nación, pero somos mucho más que eso. No se trata de exhibir nuestros logros como irreversibles, pues ya tenemos la experiencia de que cuando “el zapato” (o la economía) aprieta, la mujer regresa a las labores domésticas, como sucedió durante la crisis de los noventas.
Retóricas triunfalistas, de conformismo, esencialistas y sexistas son defendidas en diferentes ámbitos de la sociedad cubana, dejando como subtexto: “¡Revolucionarias, pero femeninas!”.
Es así que a la vez que se presenta en los medios de comunicación masiva a mujeres cubanas solteras, amas de casa, macheteras, obreras, funcionarias, economistas, maestras, grueras, médicas, etc., se refuerza el rol tradicional de las cubanas, a partir de una feminidad construida en contubernio con lo que socialmente se espera de nosotras. Dicho paradigma de mujer cubana alcanza su mayor expresión en las festividades nacionales por el 8 de marzo. Y los medios, como es de suponer, juegan también su papel.
Varios son los mitos que se refuerzan en nuestro país en dicha celebración, los que nos acercan una y otra vez a esa feminidad tradicional que la Revolución social de 1959 puso en crisis en más de una ocasión, por ejemplo, cuando chicas muy jóvenes se fueron a alfabetizar a las montañas o participaron de la Zafra del 70.
Ellas mismas realizaron su aporte a la construcción de las escuelas internas, a donde no dudaron en enviar a sus hijos llegado el momento.
La Revolución Cubana se llevó a cabo sobre la espalda de las mujeres y de eso tenemos que estar orgullosas, pues asumimos con entereza las nuevas tareas que proponían los cambios sociales al mismo tiempo que continuamos pariendo y asumiendo los roles para los cuales estábamos “diseñadas”.
Dicho desempeño de las mujeres está en concordancia con lo que la sociedad espera que sea aceptado por consenso. Es como si a las cubanas se les permitiera transgredir los límites y normas pero hasta cierto punto, justo hasta donde la feminidad y la maternidad pudiesen ponerse en crisis.
Los medios de comunicación realizan entonces uso y abuso de tales creencias que sabemos a priori que satisfacen el imaginario social cubano. Vale la pena aclarar que en dicho remarque no solo participan los medios de comunicación, también se integran el sistema educativo, la familia y otras instituciones y actores sociales, un proceso que comienza desde que cubanitas o cubanitos venimos al mundo.
Recuerdo entonces lo que pudo haber sido un excelente mensaje de bien público sobre la inserción de las mujeres discapacitadas en la sociedad. El referido spot propone que una muchacha sorda puede tener empleos diversos, algunos de ellos considerados tradicionalmente masculinos. Sin embargo, culmina ensalzando su rol de madre-esposa al situar en primer plano, en el centro de la pantalla y próximo al televidente, a la protagonista, ahora con su bebé en brazos y enarbolando una contundente frase: “Yo podría ser una buena ama de casa”.
De nuevo, me digo, el fantasma de las mujeres hechas para la familia y los esposos, cuya expresión más ridícula resulta cuando se felicita a las mujeres nulíparas por el Día de las Madres, como si la maternidad fuese un destino ineludible.
En relación con el Día Internacional de la Mujer, los anteriores podrían ser considerados evidencias de un mismo orden acerca de lo que sucede en Cuba cuando nos aprestamos a dicha fecha.
Es por eso que, por ejemplo, el segmento infantil de la revista informativa matutina Buenos Días, transmitida por el Canal TeleRebelde de la Televisión Cubana, en voz de su presentadora Jenifer Almeida alentó a las niñas a conservar aquella sensibilidad “propia de ellas”.
Por su parte, NOTIFEEM, el noticiero dedicado a los estudiantes de la enseñanza media, que transmite en las tardes el Canal Cubavisión, también hizo lo suyo para recordarnos a las mujeres que estamos en este mundo para agradar a los hombres, por eso tenemos que conservar nuestra feminidad y sensualidad.
El colmo de esta cobertura televisiva fue el primer plano realizado a la joven soldadora que apareciera en la emisión dominical del noticiero del mediodía el 11 de marzo. Sus uñas perfectamente arregladas fueron mostradas como la evidencia de que la chica conserva la cuota precisa de feminidad que tanto le importa a la sociedad cubana preservar.
Se revela entonces algo así como un pacto tácito entre la sociedad cubana, sus organizaciones y las mujeres, entre las exigencias que a ella se le imponen y aquellas que se convierten en autoexigencias.
Las vallas que se sitúan en calles principales de la capital cubana a propósito de la celebración también son punto de mira de la presente reflexión. La de este 2012 mostraba a una mujer blanca, cabello al aire, con una que otra flor revoloteando cerca y con las palabras: “Valor, Firmeza y Pasión”. Lo del valor y la firmeza es realmente incuestionable. Como dice una canción: “mosquetero (a) yo que vivo aquí”. Pero la tercera palabra responde a lo apuntado más arriba: se necesita asirse al esencialismo. La pasión se toma casi como una cualidad femenina, porque nosotras estamos más cerca de la sensibilidad, según los estereotipos sexistas.
Alcancé a ver dos de estas propagandas situadas en la Avenida de Rancho Boyeros; una en la intersección con la calle Tulipán y otra en la rotonda de la Ciudad Deportiva. Me pregunto cuándo daremos una visión más plural de las mujeres cubanas donde quepan las que se aman entre sí, las travestis, negras, las marimachas, las transgéneros, las diferentes a la “normalidad” que los estereotipos pretenden invisibilizar.
Seguiré atenta a las uñas postizas en primer plano, tras las cuales se esconde la real inmensidad de las cubanas. Al final las uñas se quiebran, pero nuestras conquistas espero que no. La Revolución se hizo también para que todas disfrutáramos de nuestras irreverencias.
Especial para Género y Comunicación
Tomado del Blog: negracubana