Estuvieron con Jesús al comienzo de su ministerio, en el desarrollo del mismo, en su muerte y en el nuevo principio con la resurrección. Los cuatro evangelios narran episodios en que las mujeres tuvieron encuentros con Jesús, y él, para sorpresa de sus discípulos y adversarios, las pone de ejemplos a seguir.
Es común la idea de que Jesús tuvo como integrantes de su primer círculo a varones. Si leemos con atención a Mateo, Marcos, Lucas y Juan las mujeres aparecen formando parte de quienes andaban con Jesús recorriendo la geografía de Galilea, Samaria y Judea, e incluso la de tierras paganas. Lucas menciona que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, además hacían los viajes con el grupo algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana. Pero no nada más ellas, sino otras muchas que le servían de sus bienes. Imaginemos la estupefacción de los habitantes al ver que a su aldea llegaban mujeres junto con un hombre soltero, a quien además le financiaban los gastos del periplo.
Los maestros de la ley (fariseos, saduceos y otros) no consideraban interlocutoras a las mujeres, ni les enseñaban directamente en las sinagogas ni en el templo de Jerusalén. A contracorriente, Jesús tuvo múltiples conversaciones con mujeres a la vista de mucha gente. En Betania, población lejana 3 kilómetros de Jerusalén, Lázaro y sus hermanas Marta y María ofrecen a Jesús hospitalidad y comida. Reconstruyendo la escena con los elementos proporcionados por Lucas (8:38-42) y Juan (12:1-2), tenemos a Lázaro, como los demás varones, sentado a la mesa esperando el servicio proporcionado por las mujeres. Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. María decidió dejar el rol tradicional y tomó una inusitada decisión: se puso a escuchar detenidamente las palabras de Jesús. Él, en lugar de reprender a María por su atrevimiento, que retaba los convencionalismos de una sociedad patriarcal, eligió ejemplificar con la rebelde: respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.
Para sorpresa de sus discípulos, Jesús decidió ir a una zona considerada pagana por los judíos, cuyo etnocentrismo negaba la completa humanidad de hombres y mujeres que no eran descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, patriarcas cuyas vidas se narran en el Antiguo Testamento. En Tiro una mujer extranjera, siriofenicia de nacimiento, consigna Marcos (7:24-30), se arroja a los pies de Jesús implorándole que expulsara el demonio que tenía su hija. Entonces Jesús da una respuesta con la que los supremacistas judíos estaban de acuerdo, no está bien quitarles el pan a los hijos y echárselo a los perros. Ella toma el dicho y se lo regresa a Jesús: “Sí, Señor –respondió la mujer–, pero hasta los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan los hijos”. Jesús, añade Mateo (15:28), reconoció la osadía de la mujer al decirle: “¡Mujer, qué grande es tu fe! […] Que se cumpla lo que quieres”.
Una escena que conmueve y apasiona es la del capítulo cuatro del Evangelio de Juan. El autor describe con sensibilidad y maestría la forma en que Jesús rompió con prejuicios históricos creados por el etnocentrismo judío. Para evadir a sus perseguidores, un grupo de fariseos recalcitrantes y fundamentalistas, Jesús decide salir de la región de Judea para ir a Galilea. Él y sus discípulos debieron pasar por Samaria, cuyos habitantes tenían hondas disputas religiosas y políticas con los judíos. En una aldea samaritana, Sicar, Jesús se queda solo mientras sus discípulos van a comprar alimentos. El evangelista Juan dice que Jesús, cansado del camino, se sentó junto a un pozo. Era como la hora sexta, es decir, las 12 del día. Lo que sigue es un diálogo insólito en el contexto sociocultural de entonces. La mujer de Sicar, por su condición de samaritana, sabía bien lo que significaba ser discriminada por los judíos. Éstos consideraban inferiores e impuros a los de la región de Samaria. Además, por haber tenido cinco maridos y cohabitar con uno que no lo era al momento de su encuentro con Jesús, la mujer había sido excluida y señalada como indeseable por los habitantes de Sicar. Esta es la razón por la cual ella iba por agua cuando no había alguien más en el pozo. Al regresar los discípulos de Jesús quedaron atónitos por hallar a su maestro conversando con alguien de Samaria y ¡mujer! Ella, cuenta Juan, se convirtió en seguidora de Jesús. Además, muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer (4:39). También Juan (8:1-12) refiere que una turba justiciera, azuzada por maestros de la ley y fariseos, quiso apedrear a una mujer sorprendida en una relación adúltera, él puso en cuestión la autoridad moral de quienes hipócritamente juzgaban a otros al tiempo que solapaban a sí mismos su doble vida. Tras oírle decir a Jesús aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, nadie se atrevió a iniciar la salvaje lapidación.
Mientras llenos de miedo los discípulos de Jesús buscaron escondites tras que su maestro fue apresado, en tanto Pedro negó reiteradamente siquiera conocerlo, y otros se alejaron de Jerusalén para evitar la persecución y la cárcel, como los dos que tomaron el camino a Emaús (Lucas 24:13 y siguientes), las mujeres permanecieron con él y atestiguaron su crucifixión (Mateo 27:55-56 y Juan 19:25-27). Solamente el joven Juan fue la presencia varonil entre las valerosas mujeres.
El cuerpo de Jesús fue puesto en un sepulcro cuyo propietario era José de Arimatea, le acompañó Nicodemo y ambos, conforme a la costumbre judía de dar sepultura, lo envolvieron en vendas con las especias aromáticas (Juan 19:40). En el exterior de la tumba estaban algunas mujeres. Finalmente, coinciden Mateo, Marcos, Lucas y Juan, fueron mujeres quienes primero vieron a Jesús resucitado y difundieron el hecho. Inicialmente a los discípulos el relato les pareció una tontería, así que no les creyeron (Lucas 24:11), después ellos y las discípulas anunciaron denodadamente el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús el Cristo.