Este es el segundo libro de Julio César Guanche que he tenido el placer de leer. El anterior, El continente de lo posible. Un examen sobre la condición revolucionaria (publicado por Ruth Casa Editorial y ICIC Juan Marinello, 2008), me entusiasmó a la vez que me iluminó zonas de los arduos y persistentes combates culturales escenificados en medio siglo de revolución cubana. Pero fue mucho más que eso, fue el descubrimiento de un autor. Conozco a Guanche desde hace años y, por supuesto, había leído otros textos suyos publicados en revistas, pero El continente…, que devoré completamente, significó la certeza de estar en presencia de un pensador maduro a pesar de su juventud.
Ahora, después de haber disfrutado de La verdad no se ensaya. Cuba: el socialismo y la democracia, confirmo la certidumbre, Guanche es, sin lugar a dudas, una de las voces más originales y lúcidas de las ciencias sociales en nuestro país.
Lo que expresaré a continuación es el extracto de una reseña que actualmente escribo sobre dicho volumen. El libro es un bosque de signos o un surtidor de ideas —como prefieran— que, tanto desde la espesa frondosidad o la potencia de su flujo, nos conduce por los laberintos de la mente del autor. La arquitectura de las ideas y los vastos referentes cruzados en sus páginas, la pasión por encontrar y presentar sus verdades (esas que no se ensayan, precisamente por su transparencia), y el dominio de la técnica del ensayo, nos hablan de la diversidad y riqueza de un pensamiento en constante gestación, apreciable tentativa por descifrar problemas y procesos de extrema complejidad.
El lenguaje oscila continuamente entre lo concreto y lo abstracto; busca con afán establecer vínculos entre los grandes paradigmas ideológicos y la observación puntual de aspectos precisos de nuestra realidad o de otros tópicos analizados; en su prosa se aprecian las ideas no como frases grabadas en la piedra sino como entes vivos y en dialéctica interacción, o lo que es lo mismo, como signos intelectuales con energía propia. Una prosa que es un ejercicio combinado de claridad y fuerza expresiva.
Encontrar un sentido oculto en el convulso panorama de un proceso como la revolución cubana —que ha tenido que reinventarse varias veces desde 1959— no es una tarea sencilla sino todo lo contrario; en particular, si tomamos en cuenta la simplicidad maniquea con que antaño se nos presentó la complejidad del entramado socio-político de la Revolución. Penetrar ese nudo de relaciones constituye para Julio César un enorme desafío y el lector queda atrapado con su vigorosa operatoria racional. En mi lectura siento que asumí esos retos junto con él, lo acompañé todo el tiempo y en el menor de los casos dudé o disentí, pues estoy hablando de un libro de altos valores polémicos de inicio a fin. El rigor de sus meditaciones no se aparta, nunca, de la intencionalidad científica aunque a veces deje de ser la academia para convertirse en antiacademia, otro signo de salud intelectual.
Concentrado en la obsesiva urgencia de la razón, Julio César piensa, escribe, polemiza, organiza talleres y seminarios, vive intensamente el mundo de las ideas, recordando el enunciado orteguiano de pensar es vivir.
Guanche no necesita del catalejo de Sergio y cuando visita el jardín de Epicuro no se detiene más de la cuenta, su norte es gestar ideas para enfrentarse a las circunstancias, sueña con una nueva Cuba, otra, la que —por cierto— le corresponde diseñar a su generación y convertirla en aspiración y realidad; su accionar se muestra, por lo tanto, desde el compromiso y la intensa vivencialidad del presente.
En La verdad no se ensaya el lector puede vislumbrar algunos de los rasgos de ese proyecto generacional y no puede menos que entusiasmarse con el mismo; en él se amalgaman los frutos de sólidos basamentos marxistas, los impulsos gramscianos y el febril y especulativo pensamiento de los jóvenes de su generación. Leyéndolo uno confirma la conciencia de que a las consignas vacías, nada ni nadie puede dotarlas de contenido.
Es un libro que obviamente se enemista del pensamiento «consignero», el que aún se utiliza, con insistencia, para disciplinar a la juventud, adentrarse en el grosor de lo mejor y más avanzado de la cultura occidental y, desde ahí, examinar la realidad cubana. De manera que los postulados críticos aparecen por doquier para negar enunciados que en un momento fueron recibidos más por obediencia e ignorancia que por conciencia, tales como la asunción de la ideología única como programa de gobierno o la percepción de la Revolución como un absoluto, quizá en aproximación a una idea que siempre me ha parecido interesante: no es viable gobernar en nombre de la historia.
El libro también enarbola un credo que se sostiene sobre coordenadas complejas, como el insoslayable deseo de justicia social, la necesidad de la utopía y del pluralismo político, la importancia de la independencia personal, el necesario antiimperialismo, la diversidad civilizatoria, el fortalecimiento legal y constitucional que proteja los intereses de los ciudadanos, la democracia auténtica y la estimulación y transparencia de los debates de ideas, la delimitación entre socialismo y estatización, en fin, todo lo que apunte a robustecer lo que en el prólogo, de la edición chilena, se denomina como republicanismo socialista.
En nuestra sociedad se están llevando a cabo en el presente algunas discusiones y polémicas de sana raíz ciudadana —debates impensables hace una década atrás— lo cual indican que afortunadamente los cambios a los que estamos obligados como nación no se darán exclusivamente en los predios de la economía. El Centro Cultural Criterios, el Centro Martin Luther King, las revistas Temas y Espacio Laical, el CENESEX, el instituto Juan Marinello, entre otras instituciones y entidades, más la muy incipiente blogosfera local, están provocando tales discusiones que concitan numerosas ideas sobre esas transformaciones que deben operarse en diferentes zonas del tejido social; en los mismos, la inteligencia y la pasión de Julio César han tenido siempre papeles protagónicos. Esa conducta ética me recuerda aquella idea de José Martí de que pensar es servir, que adquiere hoy una enorme relevancia.
Del texto de una canción de Baby Lores sobre esa verdad que en mi criterio siempre ha de ser «rashomoniana», a la frase de Celia Cruz de que sin claves no hay son, transcurre el primero de los ensayos del libro —para mi gusto el más disfrutable— y de estas especulaciones Guanche extrae una certeza: «Encontrar las claves para no perder las llaves de la nación será un desafío en el futuro».
También sobresale en el volumen «El santo derecho a la herejía. La idea del socialismo cubano en Raúl Roa de 1935 a 1958» pensamiento virtualmente desconocido hasta la publicación de una compilación de textos de Raúl Roa García prologada por el propio Julio César Guanche (sin olvidar que en los últimos años algunas editoriales cubanas reeditaron viejos textos de Roa) . Plagado de originales interpretaciones y de algunos llamados de alerta sobre prácticas políticas actuales en el país, este ensayo es una joya analítica sobre el desmelenado y agudo pensar de un «socialista por la libre», es decir, sin filiación partidista antes de 1959 —como al mismo Roa le gustaba llamarse—pero que supo aunar en un ancho y abierto abanico, como se hace constar en el estudio, lo mismo el firme antiestalinismo que la ponderación de brillantes pensadores liberales.
De igual forma, el prólogo de La verdad no se ensaya, de Juan Valdés Paz, es un texto que examina a fondo las peculiaridades de dicho sistema y que subraya la escasez crónica de este tipo de estudios en nuestra academia. Según Valdés Paz, las ciencias políticas son las más atrasadas de las ciencias sociales en Cuba, lo que Guanche analiza con profundidad y ofrece sus propias opiniones.
Otro ensayo que aparece en este libro se refiere a la participación ciudadana en el Estado cubano, cuyo objeto de análisis no puede ser más urgente, jurista de formación el autor despliega todos sus recursos teóricos y la agudeza de su mirada para hundir el bisturí en una anatomía desgastada y débil. No es un secreto para nadie que el denominado Poder Popular no rinde culto a su nombre, es decir, ni es poder esctrictu sensu, ni es popular, si atendemos a las deformaciones estructurales y la pobre calidad de la participación de los ciudadanos. Guanche estima, y es de atender su propuesta, que «para un mayor desarrollo democrático, el Estado cubano necesita convertirse en un actor de importancia decisiva, mas no el único, en la construcción política. Es preciso construir poder desde lugares diferentes: Estado, esfera pública, grupos sociales, organizaciones de masas, agrupaciones ciudadanas…». Una vez más en este interesante y provocador libro, para conocer mejor nuestra realidad sociopolítica, el ensayista se esmera no solo en describir y teorizar sino en ofrecer pautas para la acción. Guanche no pontifica, piensa.
El pensador-escritor no dispone más que de su palabra para hacerse escuchar en el concierto de voces de la sociedad, sin embargo ahí radica su fuerza solitaria: habla, ejerce el criterio, exhibe su conocimiento, critica, discute, sugiere; todo está en que sea atendido debidamente.
Recomiendo a los interesados por nuestro futuro, y el no menos apremiante presente, la lectura de La verdad no se ensaya, lo considero un libro cardinal para iluminar las actuales circunstancias.
- Tags
- Article