El panel “500 años de la Reforma Protestante” abrió paso a las publicaciones de la Editorial Caminos en la Feria Internacional del Libro con sede por estos días en La Cabaña habanera. El espacio comenzó con testimonios de cristianas y cristianos, integrantes de la red ecuménica Fe por Cuba, que contaron qué representa ser protestante, cómo lo viven desde su fe. Caminos comparte ahora las razones de Adriana, una mujer que dice con orgullo que es presbiteriana y reformada.
Se me pregunta: ¿por qué soy protestante o por qué prefiero la iglesia protestante?, y eso me hace mirar hacia atrás en el tiempo, mucho tiempo y verme de la mano de mi madre, ferviente ex católica romana que conoció el Evangelio a través de una sencilla mujer cristiana, incansable visitadora de enfermos y necesitados, Rosita Acosta y de un seminarista dominicano, Raúl Blondet. Ellos le mostraron una manera distinta de creer.
De la mano de mi madre fui aprendiendo en la iglesia presbiteriana aquello de “el justo por su fe vivirá”; la fe en Jesucristo que nos es dada por su gracia y no por vivir una falsa religión, llena de preceptos agobiantes y al mismo tiempo, inútiles. También aprendí algo más: “la fe sin obras es muerta”.
Con el surgimiento del protestantismo se abrieron las puertas a los excluidos y excluidas, oyendo las voces de las personas más necesitadas.
La iglesia protestante tiene muchos ejemplos de sacrificio, de amor al prójimo, de amor práctico y desinteresado. Un ejemplo sencillo lo conocimos tres años antes de la campaña nacional de alfabetización ,en una misión campesina cercana a nuestro pueblo el pastor de la iglesia comenzó a alfabetizar a todos los que no sabían leer, pues decía: “¿cómo leerán la palabra de Dios si no saben leer?”.
A lo largo de todos estos años me he sentido con la libertad que nos da Jesucristo, porque aunque en la iglesia se nutre mi fe, puedo yo sola leer la palabra e interpretarla, guiada por el Espíritu Santo, encontrando así la voluntad de Dios para mi vida.
La iglesia nunca me ha defraudado porque sé que no es la institución formada por hombres y mujeres la que puede salvarme, sino Dios mediante Jesucristo, que usa la iglesia, con defectos y virtudes, para servir al ser humano.
En la actualidad la iglesia ha reafirmado su sentido de solidaridad y de amor al prójimo en hechos concretos, haciéndose presente en situaciones de desastres y permaneciendo también junto a cada una y a cada uno de los miembros de sus comunidades, haciendo suyos sus problemas y vicisitudes.
En muchas de nuestras iglesias protestantes y evangélicas, mediante la lectura popular de la Biblia, todos reflexionamos, opinamos y aprendemos y nuestra fe se fortalece en el trabajo colectivo, al mismo tiempo que oímos y respetamos criterios. Sin lugar a dudas la iglesia hace esfuerzos para que cada miembro esté más capacitado y pueda desarrollar los diferente dones que ha recibido: la diaconía,la enseñanza, la adoración y la predicación del Evangelio.
Desde mi experiencia de humilde cristiana, de un pequeño pueblo-Los Palos en Nueva Paz, Mayabeque-, puedo decir que la Iglesia Presbiteriana, marca la diferencia, porque camina con los tiempos, se integra a la comunidad en sus tristezas y alegrías, pone su empeño en ayudar a quienes la necesitan. Sus puertas se abren sin distinción de color, edad, sexo y situación económica, porque todos y todas necesitamos la gracia de Dios.
Sí, yo seré siempre, Protestante, Presbiteriana y Reformada.