La sala Fresa y Chocolate, en El Vedado habanero, volvió a abarrotarse de un público interesado en los debates que organiza mensualmente la revista Temas. Esta vez, junto a creyentes de disímiles denominaciones religiosas y a no creyentes, asistieron dos destacadas figuras intelectuales del mundo religioso, el teólogo brasileño Frei Betto y el sociólogo belga François Houtart.
René Cárdenas y Maximiliano Trujillo, ambos profesores de la Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana; Daylins Rufins, pastora bautista, profesora del Seminario Teológico de Matanzas; y Rodolfo Rensoli, promotor cultural, fundador del Festival del Hip-Hop, en Alamar, practicante de la religión budista; se unieron para dialogar acerca de las “Políticas de la fe: proyección ideológica y roles políticos de las iglesias”, un asunto que va adquiriendo relevancia dentro del contexto de cambios que vive la sociedad cubana.
Antes de cederles la palabra, Rafael Hernández, director de Temas y moderador del encuentro, se encargó de fijar el ancho ángulo del intercambio. Hablaremos sobre “las instituciones y los movimientos religiosos todos, no de uno en particular”, dijo, y entenderemos a las iglesias “no como estructura o espacio físico, sino como comunidad de fieles, asamblea de ciudadanos”. A continuación planteó la primera pregunta: ¿En qué medida, en el mundo contemporáneo, las instituciones y movimientos religiosos asumen una determinada proyección
política?
Según Cárdenas, entre finales de los años 70 y principios de los 80 ocurrió “un boom del vínculo entre religión y política, que comenzaría con la revolución iraní y continuaría con la movilización de los sectores de la extrema derecha cristiana para elegir presidente de los Estados Unidos a Ronald Reagan; en este caso, los elementos más conservadores del país, tradicionalmente poco proclives a una colaboración nacional, aunaron esfuerzos alrededor de intereses políticos concretos”. Durante esa etapa la jerarquía católica se opuso a la Teología de la Liberación surgida en América Latina. Simultáneamente, en Europa y Norteamérica, iglesias cuyos discursos eran más modernos y abiertos –aceptaban el matrimonio homosexual, tenían una proyección social mayor– empezaron a perder adeptos, mientras se expandieron otras con normas éticas, de vida y doctrinales más estrictas. “Todo esto incidió en lo que se llamó un proceso de desecularización o de resacralización”, precisó.
Llegado el siglo XXI, con el afianzamiento de la globalización neoliberal se han fortalecido el individualismo, un modelo único de democracia –deformada, limitada– y un modelo cultural que exalta el mercado y el consumo. Esto marca la dinámica del mundo de hoy, en cualquiera de las esferas. Y, por supuesto, también de la religión. Llama la atención que numerosas investigaciones, incluida una realizada por especialistas estadounidenses y turcos para evaluar las coaliciones políticas formadas en diferentes lugares del mundo durante más de sesenta años, y divulgada en 2012, señalan que la fe en Dios no es fundamental en la consecución de tales uniones, pues estas priorizan agendas políticas más que las religiosas, comentó el sociólogo.
Daylins Rufins insistió en que los humanos, creyentes o no, somos sujetos sociales, sujetos políticos; y en “desmitificar el rol de algunos movimientos o espacios religiosos que afirman no meterse en política: esa es una postura política también. Resulta inconcebible una persona o una institución religiosa que no esté en contacto con un contexto determinado, independientemente de los grados de impacto que tengan sus metas sociales. El término religión en una de sus acepciones significa religar, estar ligado. Nuestras escrituras nos llaman a, desde la fe que nos legitima y empodera como sujetos sociales, llevar una voz profética que tiene como impronta transformar en un mundo mejor los espacios, los modos de vida. El movimiento de Jesús genera una dinámica contracultural que nos ayuda a subvertir todos los poderes”. Una manera de obtener estos objetivos sería a través de la participación ecuménica, la cual sigue siendo muy importante en Cuba en los últimos tiempos, añadió.
Un viaje en el tiempo efectuó Rodolfo Rensoli, quien se remontó a los orígenes del cristianismo, a “los profetas fundamentales, es decir, los místicos” y a la influencia que en ellos ejercieron los credos orientales. Recordó que la prédica de esos profetas se identificó con los desposeídos y, en consecuencia, tuvo un
contenido también de carácter social. Como ejemplo del estrecho vínculo que en diferentes épocas han sostenido las instituciones religiosas y las políticas mencionó el papel de los faraones en el antiguo Egipto: cabezas del Estado y a la vez encarnación de deidades sobre las que se sostenía la devoción del imperio.
“También es interesante el ascenso del budismo, como filosofía se fue imponiendo en un contexto donde existían otras expresiones de pensamiento y llegó a ser la religión oficial de diversos Estados orientales”. Y apuntó que en nuestros días los rastafari ven con buenos ojos que en una misma persona confluyan el místico y
el político. No obstante, en otros ámbitos suele criticarse el mantener una posición política desde la fe, y a los grupos religiosos cuando estos adquieren determinados vínculos con el poder.
También Rensoli observa hoy “el resurgir de un sustrato espiritual de inspiración naturalista o naturista”, generador de movimientos como el de los indígenas bolivianos a favor de la Pacha Mama, al que pertenece el presidente Evo Morales. Ante dichos movimientos se alzan ingentes dificultades, entre ellas la posibilidad de expandirse y consolidarse. No obstante, afirmó el disertante, deben perseverar, pues “les toca ejercer una gran influencia sobre el ser humano, como continuación de un momento afortunado en el cual se desarrolló la
Teología de la Liberación y otros movimientos que se identificaron con la gente más humilde”.
A las alianzas actuales entre las jefaturas eclesiásticas e instancias de gobierno se refirió Maximiliano Trujillo, no sin antes especificar que la institucionalidad religiosa no es homogénea, pues “dentro de ella hay
pluralidad de actores, los cuales viven en contextos diferentes, y a partir de las lógicas filosóficas y de otro orden sobre las que se sustentan, asumen proyecciones políticas distintas. Ni siquiera ocurre diferente en la Iglesia católica, que posee una estructura vertical muy bien concebida y un Estado que la representa. Sin embargo, ciertas jerarquías han adoptado posiciones conservadoras similares, en respuesta a la crisis de muchos Estados nacionales y a la imposición de una manera transnacional de gestionar las relaciones políticas
y económicas, que afectan a las institucionalidades religiosas y a las políticas de esas institucionalidades”.
Hoy el panorama es bien disímil, opina Trujillo. Algunas instituciones religiosas han renunciado a participar del poder y otras se sienten compulsadas a ser parte intrínseca de él. Las hay que operan como grupos de presión, detrás de las estructuras gubernamentales, para entronizar políticas. Vemos a representantes de iglesias postularse a puestos de gobierno; ocurrió, por ejemplo, en São Paulo, donde un líder protestante optó por la alcaldía, gracias al empuje del pentecostalismo en Brasil. La Iglesia católica no renuncia a su dominio en países donde todavía mantiene un significativo poder simbólico y espiritual. A la par escuchamos entre los devotos voces disidentes que defienden otras actitudes acerca de cómo se gestiona la política desde sus congregaciones.
Redescubriendo la fe La siguiente pregunta de Rafael Hernández al panel y al público acercó la reflexión al escenario cubano:
¿Durante los últimos treinta años en la Isla se han producido cambios en el proyecto ideológico y en los roles de las iglesias?
Los ponentes coincidieron en que a partir de 1990 ha habido, al decir de René Cárdenas, “una expansión del espacio social de la religión en la sociedad cubana, no solo por el número de la membresía sino por el de las organizaciones religiosas en funcionamiento”. Con anterioridad a esa fecha, en el llamado movimiento ecuménico había tenido lugar un profundo proceso de reflexión acerca de las relaciones de la religión y la sociedad en la nación, el cual contribuyó incluso a la transformación del modelo político cubano, en cuanto a la
Iglesia y los creyentes. En la actualidad, advierte el estudioso, “ha habido una retracción en la profundidad del análisis, esa reflexión tiene una menor presencia en el debate contemporáneo sobre el tema religioso”.
Daylins Rufins agregó al respecto: “En los 90, como nunca antes, fue inevitable incluir lo religioso como un factor que atraviesa nuestra comprensión de ser gente, ser pueblo. Esos años trajeron, y siguen trayendo, más preguntas que respuestas. Entre las primeras se incluye hacia dónde podemos ir juntos. El hecho de que esa pregunta exista y de que podamos abordarla desde tanta diversidad de miradas en diferentes espacios, lo veo como un resultado”.
Para ella, si bien el grado de participación política de las personas y las comunidades religiosas pudiera medirse contabilizando los eventos donde discuten asuntos de ese cariz, o los índices de sostenibilidad de proyectos comunitarios en los que los creyentes están implicados, es necesario tener en cuenta “el impacto de la espiritualidad que anima la vida práctica de los fieles que pedimos a Dios por el mejoramiento del barrio; o nos acercamos, no como institución, sino como personas, al delegado del Poder Popular y le ofrecemos los
locales de la iglesia si los necesitara”.
Seguidamente, Maximiliano Trujillo indicó que durante las últimas décadas, en mayor o menor medida según las características de las comunidades o instituciones religiosas, se han producido cambios tremendos en esas
organizaciones, impulsados por las transformaciones acaecidas en las estructuras del sistema económico y político cubano. “La Iglesia católica es un caso peculiar, no solo ha ganado más visibilidad de la que ya tenía a nivel simbólico de la sociedad, sino que ha adquirido visibilidad real: tiene un sistema bien estructurado de publicaciones con impacto significativo en diversos sectores de la opinión pública. Las visitas de dos papas a Cuba en menos de veinte años, han ayudado a esa visibilidad y a que la Iglesia se sitúe en las estructuras de
negociación del país”.
Ellos, nosotros, todos Varias interrogantes, frases de apoyo a los criterios esgrimidos y hasta alguna que otra profesión de fe y de civismo, desplegó la concurrencia ante el panel. Quienes intervinieron solicitaron informaciones y análisis acerca de la religiosidad popular, la pluralidad, cómo creyentes y ateos pueden articularse para luchar por la consecución de los tres grandes ideales de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad; la manera en
que la heterogeneidad de posiciones religiosas incide en los espacios políticos de la Isla; la actitud de la religión frente a los paradigmas, descubrimientos y avances de la ciencia; así como sobre otros tópicos cuyas respuestas no están en manos de los disertantes, sino de representantes del gobierno cubano.
Casi al final del encuentro un comentario ofrecido por Carmen Agramonte, vicepresidenta de la Confederación Espírita de La Habana, mostró cuánto se han renovado los aires. Durante las últimas dos décadas, aseguró, “nuestras agrupaciones han tenido mucho apoyo para realizar las actividades, inclusive este
año, en marzo, vamos a celebrar en el teatro Lázaro Peña un congreso mundial; antes de 1990 eso hubiera sido muy difícil de creer”.
Pero antes de esa observación, René Cárdenas expuso algunos datos: indagaciones de finales de los 80 e inicios de los 90, efectuadas por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) mostraban que en el espectro de la población cubana ocupa un espacio mayoritario la religiosidad popular, conformada por un tipo de creencias propio de zonas rurales, “donde no hay una personificación de lo referente sobrenatural, sino más bien representaciones abstractas de fuerzas y poderes, y por otro más urbano caracterizado por
representaciones de lo sobrenatural aunque desconectado de doctrinas religiosas específicas”. Esas personas, incluso sin pertenecer a ninguna congregación, son las que visitan en el cementerio de Colón la tumba de Amelia, la Milagrosa; son devotos de San Lázaro, de la Caridad, de la Virgen de Regla; lo mismo asisten a un templo espírita, se registran con un babalawo o un santero, que van el Domingo de Ramos a una iglesia católica a buscar su guano bendito y asistir a cultos de sanidad divina en iglesias pentecostales; todo eso sin ninguna contradicción.
Es cierto que el número de devotos en Cuba ha aumentado, los métodos de captación de miembros se han perfeccionado, surgen nuevas casas culto que asumen el patrón del barrio; sin embargo, por lo general los cubanos perseveran en no afiliarse a ninguna organización religiosa específica. Tras el boom de los 90, cuando las congregaciones no sabían cómo regentar el gran número de asistentes a sus espacios, la institucionalización de los creyentes descendió y así se ha mantenido. En cuanto a la participación de creyentes e instituciones religiosas en la construcción del futuro, no debemos olvidar que las aspiraciones esenciales de los cubanos han sido básicamente laicas, sostenidas por personas con las más disímiles creencias, o sin creencias; y es la guía para construir una nación que trabaje en pro de mantener su soberanía, y de avanzar “con todos y para el bien de todos”, como señalaba Martí. La garantía de un Estado laico, de no retornar a hegemonías religiosas, como sí hubo en momentos anteriores, es fundamental, recalcó Cárdenas.
Acerca de la pluralidad comentó: “En política social, respecto a la religión, el resultado más grande de la Revolución ha sido la construcción de un espacio de pluralismo no existente antes en ningún momento de la historia de nuestra patria”.
Sobre este último asunto versó la siguiente intervención de Daylins Rufins, a quien le sorprendió gratamente hallar entre los asistentes marcado interés “por el pluralismo religioso, sus concreciones, articulaciones e imaginarios”. Ella considera que es posible encontrar una unidad en las expresiones religiosas diversas y en cierta medida está sucediendo en Cuba, lo cual nos permitirá lograr un espacio de bien común. Y aseveró: “Hay una frase que me gusta mucho, de un teólogo: ‘Las muchas religiones son como los dedos de las manos de Dios extendidos sobre la tierra’”.
Asimismo, aclaró la pastora que, en la Isla, religión cristiana y ciencia no son concepciones antagónicas. Desde hace mucho tiempo iglesias y congregaciones han superado el arquetipo creacionista y han adoptado el evolucionista. Se mantiene la mirada abierta ante los avances científicos. “Sí hay un diálogo en el que estamos subvirtiendo algunas cosas, por ejemplo, estamos tratando de superar el paradigma antropocéntrico y volcarnos hacia el holístico, que no contradice nuestra espiritualidad”.
Rodolfo Rensoli se aproximó al tema desde otro ángulo: se ha incentivado el interés de los científicos por investigar y fundamentar fenómenos hasta ahora considerados manifestaciones místicas. Imposible ofrecer una receta infalible para lograr que devotos y no creyentes se articulen en pos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, según se deriva de las aseveraciones de Maximiliano Trujillo. En ambos estratos encontramos ciudadanos cuya “agenda individual incluye intereses sociales, y a la vez sujetos individualistas a quien esto no les importa”. Pero, resaltó el investigador, no puede obviarse que el complejo
proceso de modificaciones, tanto a nivel de estructura como de la conciencia social, por el cual transita Cuba “no puede ser excluyente, tiene que ser inclusivo. Es importante garantizar la igualdad de posibilidades de todas
las instituciones y comunidades, religiosas o no”.
Las habituales palabras de cierre a cargo de Rafael Hernández se enriquecieron con estadísticas cuyas fuentes son las investigaciones del CIPS y el Centro de Investigaciones Sociales del ICRT. Las primeras muestran el comportamiento de la peregrinación al santuario de San Lázaro en el Rincón: el número de personas ascendió a partir de 1984, llegó a su punto culminante en 1994 y en lo adelante ha mantenido una tendencia al decrecimiento. Las segundas permiten constatar la significativa diferencia entre la cantidad de televidentes que vieron la misa celebrada en la Plaza de la Revolución por el papa Juan Pablo II y de quienes,
una teleaudiencia muchísimo menor, siguieron la ofrecida por Benedicto XVI en el mismo lugar.
Mientras esa tarde abandonaba la sala Fresa y Chocolate pensaba en una observación del director de Temas: “Si las religiones son los dedos de las manos de Dios, todos los dedos no funcionan de manera armónica, en el discurso de la fe a veces hay muchas separaciones, eso tiene que ver con la diferencia y la
exclusión”. Y me hacía una pregunta –teológica, filosófica, política–: ¿a quién debemos pedirle cuentas?
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