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Vale la pena pensar con psicología

Patricia Grogg

Cada viernes Calviño, psicólogo, profesor universitario y excelente comunicador, provoca y pone a pensar a su teleaudiencia desde su programa “Vale la pena”, con temas que la impactan en su individualidad, familia o entorno social.

Lo importante “es, sobre todo, lo que sucede después del programa, cuando las personas se quedan pensando, dialogando con otro”, dijo en entrevista a IPS.

Unas 3.000 personas de todas las edades acudieron recientemente a la presentación de un libro que recoge varias decenas de sus guiones convertidos en crónicas, lanzado por la editorial “Caminos”, del no gubernamental Centro Memorial Martin Luther King Jr. El primer sorprendido de tanto interés fue el propio Calviño.

“Creo que responde a esa necesidad histórica y cultural del cubano que le gusta filosofar, sobre la vida, sobre los valores de la gente, sobre la amistad”, conjeturó.

“El programa ha sido un cómplice de esa cualidad y un intento por ofrecer ese discurso sobre la vida que la gente pide”, añadió.

Mantener durante 20 años en la televisión de Cuba un programa como “Vale la pena”, en el que muchas veces trata temas que cruzan la barrera de lo “conflictivo”, es mucho tiempo ¿Ha tenido que vencer resistencias marcadas por la política informativa oficial?

Toda práctica profesional, por lo menos desde el ámbito de las ciencias sociales lucha contra las resistencias, es inevitable, es una necesidad inherente al cambio. Te obliga a madurar ideas, buscar mejores vías.
He tenido que vencer resistencias personales e institucionales.

A veces confundimos y creemos que las personas que dirigen una institución todo lo que hacen, piensan, deciden y dicen es la institución, pero no siempre es así. Hay muchas personas que se atribuyen derechos por la posición que ocupan.

“Vale la pena” fue uno de los primeros programas de televisión que abordó la homosexualidad y desde una posición reivindicativa. ¿Cómo llegó a este tema?

Uno de mis primeros pacientes (como psicólogo) fue un homosexual. Era el comienzo de la década del 70 y yo me decía: ‘tengo que ayudar a este muchacho a ser hombre’. Lo consideraba un factor de riesgo de la felicidad, porque la negación, la violencia, el rechazo de la sociedad crean infelicidad.

Yo veía esa condición de vida muy difícil, hasta que ese joven me dijo un día: ‘doctor, usted no me ha entendido, yo lo que quiero es ser feliz siendo homosexual y en este país’. Fue un golpe epistemológico radical en mi vida.

¿La homofobia es solo un problema cultural o más bien parte de la política oficial?

Nosotros tenemos una escuela autoritaria y vertical. Somos portadores de prejuicios, de épocas. La política marcada en determinado momento por las instituciones del gobierno con respecto a la homosexualidad respondía a no saber diferenciar entre un pensamiento social y cultural más avanzado.

En los documentos oficiales del primer Congreso de Educación y Cultura (1971) se dice que la homosexualidad es una enfermedad que hay que combatir. Eso está publicado en la revista Casa de las Américas. A veces nos engañamos y no contamos la historia como fue.

En determinados momentos de mi juventud yo fui instigado a perseguir homosexuales como militante de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas). Se hacía desde el equivocado convencimiento de que era lo correcto.
Debe haber sufrido más de una persona por esa causa, es una carga que llevo. Ahora expreso, junto al error del pasado, la necesidad de decir que nunca más puede volver a suceder.

Lo hacían jóvenes de la UJC, personas del gobierno. Reconozcamos que fue un error imperdonable. A veces siento que solo hay espacios limitados de reconocimiento de esta realidad, pero si no admitimos nuestros errores no podemos superarlos.

Hoy se habla mucho de que es necesario un cambio de mentalidad en la gente. ¿Lo cree posible?

En primer lugar soy un pensador de base dialéctica. En este sentido estoy obligado a decir que no cambian las mentalidades si las condiciones no lo hacen primero. Luego, creo que cualquier modificación de mentalidad necesita pasar por una etapa de desintegración y cuestionamiento. No estoy seguro que las estructuras institucionales tengan eso claro.

Un cambio de mentalidades no es un suceso individual sino político. Tenemos que favorecer el reencuentro con la colectividad, con el valor del consenso, para que esa nueva mentalidad tenga una condición de experiencia colectiva.

Pero al mismo tiempo no descarto el factor personal. Lo primero es dar a las nuevas mentalidades más protagonismo, bajo cuya influencia unos y otros encuentren la luz de cómo y hacia dónde cambiar.

¿En quienes podría resultar más fácil ese cambio?

Es más posible en las personas jóvenes que en las mayores. Creo en la flexibilidad natural de la juventud.

Desde su experiencia como profesor universitario, ¿confía en los jóvenes?

La historia no me deja desconfiar. ¿Qué edad tenía Fidel (Castro) cuando asumió la dirección de este país? Era muy joven cuando triunfó la Revolución y, como él mismo ha dicho, debe haber cometido muchos errores.

Pero, a la vez, la confianza es una trampa, porque presupone que los jóvenes van a hacer lo que creemos nosotros, los mayores, que deben hacer. No es así. Ellos harán lo que entiendan, necesiten y demanden hacer de su vida y su país.

Si me preguntaran: ¿van a mantener lo que tenemos? Yo respondería ojalá que no, porque si las personas que hoy tienen 18 años van a vivir como los que tienen 60 años, estamos paralizando el país. Van a mantener cosas esenciales, pero van a cambiar muchísimas.

Para mí, el problema no es solo de continuidad, sino también de una ruptura de lo que ellos quieren y de lo que les podamos dar nosotros.

Muchos jóvenes optan por emigrar. ¿Cómo impacta este fenómeno en la sociedad cubana?

Para mí uno de los temores más grandes es que los procesos migratorios impactan muy negativamente en el arraigo de la gente.

Vivimos hoy un imaginario migratorio que en mi opinión personal es muy peligroso, porque cala sobre el concepto y noción de arraigo.

Pero creo que la solución no es la preponderancia del discurso político, que, sin duda, debe ser rejuvenecido no solo en su contenido sino en su ubicación etaria. Pienso que el futuro no es lo que yo sea capaz de hacer, sino lo que los muchachos jóvenes están haciendo ya.

Casi siempre el futuro surge de una continuación y disensión del presente. Por eso considero clave el análisis generacional y el protagonismo de los más jóvenes, y clave el análisis de los procesos migratorios que se producen en el país.

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