En el mes de abril de 2003 comenzó el llamado año “cero” para Irak.
Miles de libros y obras de un valor inimaginable, entre las que se encontraban tablillas con las primeras muestras de escritura de la humanidad, fueron destruidas o robadas bajo la “vigilancia” de la fuerza ocupante en el conflicto armado. El paradero de las sobrevivientes es todavía un misterio.
El intelectual venezolano Fernando Báez, dedicado al estudio de la destrucción cultural y considerado por el Courrier International como uno de los escritores más influyentes del año 2004, formó parte de una comisión internacional de académicos para investigar la catástrofe a la que se sometían las bibliotecas y archivos iraquíes. Se convirtió así en uno de los pocos testigos que presenció la magnitud del desastre y pudo salir con vida bajo las balas invisibles de la posguerra, testimonio plasmado en su libro La destrucción cultural de Irak. Más tarde sería declarado “Persona non Grata” por el Gobierno de los Estados Unidos.
El admirable relato de sus vivencias avizora pronósticos funestos para el futuro, un viaje donde la culpa de tales crímenes tendrá nombres propios, pero para entonces, se habrá perdido todo lo que debió ser salvado.
“No creo que Estados Unidos haya contribuido a establecer algo positivo en Irak. Han sido tantos los errores cometidos que el desastre actual nos permite hablar de un memoricidio sin precedentes. Acaso lo ocurrido en Bosnia, donde los serbios pretendieron borrar la cultura musulmana, podría aproximarse como ejemplo contemporáneo, pero aún así hay indicios de que estamos en presencia de una crisis cultural atroz, inédita, donde las expresiones populares son más censuradas que nunca. La unidad se ha resquebrajado, hay una situación de guerra civil de baja intensidad, y esto podría entenderse a partir de la política de destrucción inicial que afectó a la memoria histórica de todo el país y en consecuencia a su identidad”.
Saddam Husein contribuyó considerablemente con los museos y bibliotecas nacionales; sin embargo, había que pertenecer a su partido, el Baaz , para ser intelectual o artista. ¿Cómo catalogaría usted los aportes del ex-presidente a la cultura iraquí?
Habría que precisar algunos elementos. Por una parte, debo decir que el Baaz fue fundado en 1944 por tres intelectuales sirios (Michel Aflaq, Salah al-Din al-Bitar y Zaki al-Arsuzi) con una concepción panarabista que revitalizaba la integración de los pueblos árabes, y una fundamentación donde estaban presentes el Islam, el Cristianismo y hasta el Socialismo.
Esto es loable, pero desde 1968 el baazismo tomó una dirección diferente en Irak, en el sentido de que el ascenso de Saddam Husein provocó serias desviaciones a la doctrina inicial y el movimiento fue puesto al servicio de un proyecto personal y no nacional. Hubo abusos serios, y Husein cometió el error de otorgar poder a parientes suyos que aprovecharon esta situación para el control político de estructuras culturales con consecuencias lamentables.
No obstante, y a pesar de estos hechos, el mismo Husein fue proactivo en el área cultural, su aporte fue muy importante para la edificación e instalación de instituciones, y con todos los errores cometidos fue el líder que más contribuyó a rescatar ese rol que tuvo el califato de Bagdad en cuanto a la investigación y la creación. Esto supone una paradoja, pero es la simple verdad.
Saddam Husein utilizó la cultura como un instrumento político. Cuando comenzaron los saqueos en las bibliotecas y museos, ¿las personas destruían todo a su paso para borrar el símbolo del ex-presidente o existían otros motivos?
Días antes de la toma de Bagdad, en marzo de 2003, se lanzaban folletos en lengua árabe desde aviones de Estados Unidos con mensajes que incitaban a la población iraquí a destruir los símbolos del régimen de Husein, y es obvio que ciertos grupos, bien identificados, atacaron los museos y bibliotecas bajo esta orientación de odio. Pero debo destacar que no fueron grandes masas, sino grupos pequeños, que sabían lo que estaban haciendo.
Otro detalle interesante es que soldados de Estados Unidos alentaron el saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad con frases como “Vamos, Alí Babá, adelante” porque no les importaba el contenido del lugar. Esto, sin duda, fue un detonante para que esos grupos se sintieran apoyados en su actividad criminal. En cuanto a Husein, creo que es una sombra muy pesada para el gobierno tutelado que rige hoy Irak y, según he escuchado, hay presiones terribles para que el juicio concluya y se le ejecute, porque se cree que esto va a calmar la situación de violencia que se vive.
Aunque los hechos evidencian que el patrimonio iraquí ha sido casi completamente destruido en esta guerra, una de sus fuentes en el libro asevera que \“desde hace decenas de siglos Irak sufre expolio y destrucción cultural impunemente\”. ¿Cuál es su posición personal al respecto?
Fíjese que ya en 1258 las tropas de Hulagu Khan entraron en Bagdad y arrasaron con su cultura. Arrojaron al Tigris los manuscritos que habían producido sus notables pensadores y las crónicas advierten que el río se manchó de negro. La llamada Compañía de Indias, que se creó en 1599, instaló desde el siglo XVII agentes en Basora que contribuyeron con el tráfico de bienes culturales.
El 11 de marzo de 1917, las tropas inglesas entraron en Bagdad y desde ese entonces los museos de Inglaterra recibieron centenares de objetos capturados como trofeos de guerra. Desde 1991, por ejemplo, con la Primera Guerra del Golfo, el tráfico de bienes culturales de Irak era descarado, y lo que hizo la invasión de 2003 fue acelerar este proceso de forma dramática.
Hoy día, hablo de fines de 2006, el saqueo de asentamientos arqueológicos iraquíes ha producido un flujo de piezas ilícitas que ha inundado todos los mercados de arte del mundo. En lo personal, y ante esto, corresponde mantener una posición radical de resistencia y denuncia. Bush es un loco, un genocida, un memoricida que debe ser condenado en los años venideros por esta destrucción cultural.
La fuga de intelectuales y artistas iraquíes hacia otros países por la persecución emprendida contra ellos en su tierra natal, ¿salvará algo de la cultura iraquí?
Estuve en febrero de 2006 en un Congreso sobre Irak en Berlín y el exilio iraquí provocado por la invasión de Estados Unidos es peor que el producido por Husein. Lo que comprobé es que Occidente cierra los ojos ante ese nuevo exilio y pretende silenciar sus logros creativos. Como los intelectuales iraquíes que huyen de las incoherencias de Estados Unidos no son útiles a la propaganda mediática, entonces se ha impuesto un veto a sus obras y críticas.
Dudo que la cultura iraquí se salve de esta forma: la salvación vendrá más bien del propio pueblo de Irak, que con su resistencia cultural y militar le está dando una lección a todos los que creen que la hegemonía de Estados Unidos es intocable.
La destrucción de la cultura iraquí no cuenta con justificaciones que amparen la catástrofe. La negligencia y los descuidos intencionales hicieron que el inicio del presente siglo se viera ultrajado por esta terrible agresión. La situación de los museos y bibliotecas se ha tornado irreversible: todos, sin excepción, están cerrados. Los libros y documentos que pudieron salvarse corren el riesgo de perderse debido al mal cuidado, porque no existen condiciones para una óptima conservación. Por otra parte, los asentamientos arqueológicos son saqueados diariamente, lo que pone en peligro la posibilidad de nuevos descubrimientos históricos.
Irak era una potencia cultural en el Medio Oriente, y eso ha cambiado. Por acción u omisión, el Ejército de Estados Unidos ha estimulado la quema de un millón de libros en la Biblioteca Nacional de Bagdad y en el resto de las bibliotecas del país. A esto se suma el saqueo de 13 mil obras de arte del Museo Arqueológico de Bagdad y de todos los museos de la nación; y, como si no fuera suficiente, siete mil asentamientos arqueológicos fueron objeto de pillaje y se robaron más de 150 mil piezas de arte antiguo.
Universidades, academias, colegios gremiales y escuelas fueron convertidos en ruinas: en Bagdad, Mosul y Basora el desastre dejó a millares de estudiantes sin instrumentos ni locales de estudio. En 2004, Faluya y Nassiriya sufrieron ataques que arrasaron todos sus vestigios culturales: decenas de mezquitas quedaron en ruinas. El 1 de abril de 2005, explotó parte del minarete de Samarra, utilizado por francotiradores de Estados Unidos para disparar contra militantes de la resistencia; y en junio del mismo año las tropas polacas causaron daños irreversibles al asentamiento de Babilonia, según lo constató un experto del Museo Británico.
Al principio, se creía que los saqueos culturales eran espontáneos; hoy sabemos que fueron premeditados. De no haber ocurrido la invasión, miles de obras se hubieran salvado y hoy serían fundamentales no solo para los iraquíes sino para el planeta.
Según su percepción de los hechos, ¿cuáles son las causas fundamentales por las que Estados Unidos intenta desarticular los vínculos de esa nación con su pasado?
Buena pregunta. El asunto es que no hay identidad sin memoria. Un pueblo sin memoria pierde su identidad. Esto lo saben los estrategas de Estados Unidos, y la mejor prueba es que en octubre de 1989, William S. Lind y cuatro oficiales del Ejército de Estados Unidos publicaron un ensayo titulado “The Changing Face of War: Into the Fourth Generation” en la revista Marine Corps Gazette donde señalaban que los esquemas para hacer la guerra convencional habían llegado a su fin y proponían, con bastante sencillez, el diseño de una estrategia pertinente para el combate en guerras de Cuarta Generación. Según estos autores, las guerras de Cuarta Generación no serían ideológicas sino culturales y anticiparon que las operaciones más importantes serían psicológicas.
A saber, la propaganda en los medios de comunicación y en los sectores culturales con acceso a la opinión pública sería el perfecto complemento de misiles, tanques y aviones: una guerra con el objetivo de «ganar las mentes y corazones» de los pueblos atacados para impedir su apoyo a la causa de los grupos insurgentes.
En Irak hemos visto que se ha establecido un programa para borrarles la memoria en un plan de ensayo para transculturizar, en un futuro cercano, todo el Medio Oriente y reconfigurarles su identidad con el propósito de controlar mejor a los pueblos en los que residen las reservas de petróleo.
¿Hasta dónde se verá afectada la cultura occidental por la destrucción del patrimonio iraquí?
El daño es incuantificable. Lo que hemos perdido es enorme porque suponía parte de los orígenes de la civilización. Este ataque a la cultura iraquí intenta ser un mensaje de escarmiento al mundo porque el proyecto de cultura única, universal, pretende arrasar con todo para iniciar un nuevo tiempo. En el fondo lo que han hecho los estadounidenses es reivindicar el mito del Fénix, según el cual se renace de las cenizas.
Aunque la administración Bush hizo caso omiso de sus asesores culturales cuando alertaron sobre la situación en Irak, ¿cree que la pérdida del patrimonio de ese país tiene también otros culpables en los Estados Unidos?
Creo que detrás de esto hay un sector con mucho peso en el diseño de la reconfiguración de la identidad de los iraquíes y con esto me refiero a los neoconservadores, que han sido magistralmente descritos por Eliades Acosta en su libro El evangelio según San George. Hombres como Donald Rumsfeld o Paul Wolfowitz son criminales que nos recuerdan las posiciones que ocuparon Joseph Goebbels o Herman Goering en el régimen nazi. John Negroponte podría el equivalente de un Himmler. Y es triste ver cómo los medios de Estados Unidos y Europa han sido víctimas de las mentiras de un autor como Mathew Bogdanos, el oficial de Estados Unidos que justificó en un libro la destrucción cultural de Irak como un acto propio de la barbarie de los mismos iraquíes.
Desde su viaje a Irak, usted ha denunciado incesantemente la agresión norteamericana a pesar de las barreras impuestas por algunas personas y organismos internacionales…
Ha habido un fuerte impacto. Mi libro La destrucción cultural de Irak es apenas uno de los muchos testimonios que demuestran las mentiras en las que se sustenta el proyecto hegemónico de Estados Unidos y desde hace unos dos o tres años algo poderoso ha cambiado en las mentes de las nuevas generaciones, porque recibo correos donde los lectores se incorporan activamente a estas denuncias y constituyen movimientos de presión.
El reingreso de Estados Unidos a la UNESCO nos obliga a no desmayar y proseguir con estas críticas, porque tarde o temprano tendrán que aceptar las pruebas presentadas para no obstaculizar, como ocurre ahora, las investigaciones que condenarán en los próximos años a la administración Bush en tribunales penales internacionales.