Lejos de ser una “simple cuestión bilateral” como afirma Washington, las sanciones económicas que Estados Unidos impone a Cuba tienen un alcance mundial. A principios del mes de enero de 2007, después de una conminación del Departamento del Tesoro estadounidense, el hotel Scandic Edderkoppen de Oslo se negó a alquilar habitaciones a una delegación cubana de 14 miembros que había venido a participar en el Salón de Turismo de Lillestroem, a 40 kilómetros de la capital.1
La cadena de 140 establecimientos que la multinacional Hilton Hotels compró en marzo de 2006, explicó que en virtud de la ley Helms-Burton votada por el Congreso estadounidense en 1996, le estaba prohibido negociar con personas cubanas. “Somos propiedad del grupo Hilton de Estados Unidos y aplicamos sus decisiones”, se limitó a responder Geir Lundkvis, director administrativo de los hoteles Scandic en Noruega.2
No es la primera vez que la administración inflige una profunda herida a la soberanía de otra nación. El 3 de febrero de 2006, una delegación de 16 funcionarios cubanos que estaba en una reunión con un grupo de empresarios estadounidenses, fue expulsada del hotel Sheraton María Isabel de la capital mexicana, violando flagrantemente el derecho internacional.3
Christina Karlegran, portavoz de la multinacional Hilton & Scandic, afirmó que el establecimiento pertenecía a una empresa estadounidense y que, por consiguiente, estaba sujeto a las restricciones que imponen las sanciones económicas contra Cuba. “Tenemos que respetar la ley estadounidense”, se justificó, olvidándose de que la ley de un país no es de aplicación en el territorio de otra nación.4
Este asunto provocó la ira popular en Noruega. El Sindicato Noruego de los Empleados Municipales y Generales (Norwegian Union of Municipal and General Employees), que cuenta con 300.000 miembros, anunció que boicotearía a los hoteles Scandic. “Ya estamos buscando otros hoteles para las conferencias que tenemos previstas”, informó Anne Grethe Skaardal, su secretaria general. “Para nosotros es inaceptable que Estados Unidos imponga sus dictados al mundo. Además estamos firmemente en contra del boicot de Estados Unidos contra Cuba”, subrayó.5
La Confederación de Sindicatos del Comercio, la corporación más importante del país, que cuenta con 830.000 afiliados, exigió al gobierno que “tomara medidas para que las empresas como Scandic –que ejercen el boicot y el bloqueo ilegal de Estados Unidos y no respetan las leyes noruegas– no pudieran operar en Noruega”.6 A guisa de respuesta, el gobierno del país se limitó a hacer una declaración llamando las empresas a respetar las leyes de la nación.7
El Centro Antirracista de Oslo presentó una denuncia contra la compañía por discriminación racial. En efecto, según Henrik Lunde, su portavoz, “la ley estipula que no se puede discriminar a nadie por su ciudadanía o su origen étnico”. “Las empresas extranjeras que se establecen en Noruega deben respetar las leyes noruegas”, precisó.8
Ahora Washington aplica sus leyes en Europa, pisa los principios de “no extraterritorialidad” y da prueba de un desprecio manifiesto hacia la soberanía de Noruega. La administración Bush no tiene ningún escrúpulo en mofarse de las bases fundamentales del derecho internacional, sumir a los gobiernos aliados en un compromiso e infligir una humillación a sus pueblos. Todo en nombre de un fanatismo irracional hacia una pequeña nación de 11 millones de habitantes.
Este reciente escándalo ilustra el alcance intolerable de las sanciones económicas que padecen los cubanos desde hace cerca de medio siglo. Por temor a ofender a la administración Bush, la Unión Europea permaneció –otra vez– silenciosa a propósito de esta grave violación de la dignidad de una nación. Washington reina como amo indiscutible en el ámbito internacional pues, desgraciadamente, la Unión Europea es una entidad política inexistente a sus ojos.