Este 4 de abril se cumplen 45 años del asesinato del pastor bautista y luchador por los derechos civiles en los Estados Unidos, Martin Luther King, quien supo juntar en su vida y su testimonio cristiano y humano dos cualidades: la de ser un soñador y, a la vez, un líder religioso que vivió con los pies afincados en la tierra.
Tenía un sueño —y así lo expresó en su memorable discurso— el de ver un mundo diferente lleno de igualdad social, económica, política, religiosa, racial; un mundo sin exclusiones, sin guerras y sufrimientos.
Creía en la completa libertad de los seres humanos. Pero fue muy claro cuando desde la cárcel en Birmingham en el año 1963 en una de sus cartas escribió: “la libertad nunca es dada voluntariamente por quienes nos oprimen, la misma tiene que ser demandada por quienes están siendo oprimidos”.
Orar por la libertad no fue para el pastor bautista norteamericano un asunto de Dios, fue una seria responsabilidad cotidiana. Sobre este tema fue muchísimo más lejos cuando al reflexionar sobre el fenómeno social de la libertad rechazó y desmanteló las concepciones teológicas que acotan en la inercia y el fatalismo las acciones a las que está llamada la gente pobre, oprimida y excluida del mundo, y concretamente, de su país: los Estados Unidos. Por esa razón en su libro, Where Do We Go From Here?, dice enfáticamente: “la libertad no se gana a través de aceptar pasivamente el sufrimiento. La libertad se gana luchando contra el sufrimiento”. En otras palabras: muéstrame tus obras y yo te digo si tienes fe.
Son muchas las enseñanzas que dejó el reverendo King a los jóvenes de su país y de todo el mundo. Entre ellas hay que mencionar su incesante lucha por la paz. Desde las calles, concentraciones, marchas y desde el propio púlpito de las iglesias donde predicó, libró una descomunal batalla para que el gobierno norteamericano entendiera lo nefasta, violenta e injusta que era la guerra contra Viet Nam. Sobre este punto dijo: “la sabiduría nacida de la experiencia debería decirnos que las guerras son obsoletas”, y recalcó: “estoy convencido que debemos de ver a la guerra no sólo como una indignación moral, sino también como un enemigo de la gente pobre”. La historia le ha dado la razón muchas veces.
Sus palabras de entonces no han perdido su hondo significado; sin embargo han caído en un hueco sin fondo. Hoy, aquellas palabras de King podrían transponerse de Viet Nam a cualquier otro país con la paz amenazada: “Hablo como un hijo de Dios y como hermano a todos los que sufren en Viet Nam.” Siguen siendo “los pobres en los Estados Unidos” quiénes están pagando el precio más grande, el último precio en el campo de batalla y la pérdida de la esperanza para ese país, mientras que corporaciones como Halliburton cosechan los beneficios.
La bala que cegó la vida del pastor negro norteamericano aquel 4 de abril mientras se dirigía al pueblo desde el balcón del hotel Lorraine, en Memphis, Tennessee, sigue clavada en la consciencia de la nación del Norte. Nunca, como ahora, la voz profética de Martin Luther King, Jr. continúa retumbando en las mentes y corazones de los que en Cuba, y en cualquier “oscuro rincón” de la tierra apostamos por la paz y la justicia social.
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