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El gobierno de Lula

Frei Betto

Apoyado por una amplia mayoría de la opinión pública brasileña (que hoy es del 87%), Lula gobierna este país desde hace ocho años. Sorprendió a aliados y opositores. Lula es también ahora un vencedor, digo parafraseándome.

Viví siempre de mi trabajo, como recomienda el apóstol Pablo. Durante breves períodos mantuve un vínculo laboral con la iniciativa privada. Rechacé nombramientos del poder público. Por considerarlo compatible con mi actividad pastoral, acepté la invitación del presidente Lula para integrar, en el 2003, su asesoría especial en el gabinete de Movilización Social del Programa Hambre Cero, al lado de Oded Grajew.

Permanecí allí dos años. Tuve la oportunidad de implementar dos programas de amplia capilaridad nacional y que siguen vigentes: la Red de Educación Popular, que trabaja según el método de Paulo Freire en la formación ciudadana de beneficiarios del Bolsa Familia; y el Escuelas Hermanas, que establece conexiones solidarias entre profesores y alumnos de instituciones de enseñanza.

Mi tarea principal consistía en movilizar a la sociedad civil en pro del Hambre Cero, sobre todo los Comités Gestores que, elegidos democráticamente en los municipios, cuidaban del censo de los beneficiarios y supervisaban el cumplimiento de las condiciones del programa de erradicación de la miseria.

Eso provocó la reacción de muchos alcaldes. Querían reservarse el control del Hambre Cero. Temían el surgimiento de nuevos liderazgos locales vía Comités Gestores. Exigían el decidir, por obvias razones electorales, quién entra y sale del censo. A su vez el lobby del latifundio cerca de 200 parlamentarios del Congreso presionaba para que el Hambre Cero no hiciera efectiva la reforma agraria, que le aseguraría un carácter emancipatorio y constituía una cláusula pétrea del programa del PT.

La Casa Civil dio oídos a los descontentos. Trató de sustituir el Hambre Cero por un programa de carácter compensatorio y hasta hoy sin visos de salida, cuyo censo es controlado por los alcaldes: el Bolsa Familia. Oded Grajew regresó a São Paulo, el ministro Graziano fue sustituido y yo, en noviembre del 2004, puse la dimisión. Volví a ser un feliz ING (Individuo No Gubernamental).

En vísperas de acabar el gobierno de Lula, lo avalo como el más positivo de nuestra historia republicana. El Brasil cambió para mejor.

Entre 2001 y 2008 el ingreso del 10% de los más pobres creció seis veces más que el 10% de los más ricos. El de los ricos creció el 11.2%, y el de los pobres el 72%. Mientras tanto, desde hace 25 años, según el IPEA, la mitad del ingreso total del Brasil permanece en manos del 10% más rico. Y el 50% de los pobres se reparten entre sí apenas el 10% de la riqueza nacional.

Con el gobierno de Lula los más pobres obtuvieron unos recursos anuales de 10.500 millones de dólares; a los más ricos, a través del mercado financiero, les fueron destinados más de 100,500 millones, lo que ha impedido la reducción de la desigualdad social.

Le faltó al gobierno disminuir el contraste social por medio de la reforma agraria, de la multiplicación de los organismos de transferencia de riqueza y de la reducción de la carga tributaria en las áreas del trabajo y del consumo. Y grabar las del capital y la especulación.

Hoy día los programas de transferencia de riqueza de gobierno representan un 20% del total de los ingresos de las familias brasileñas. En el 2008, 18.7 millones de personas vivían con menos de 1/4 del salario mínimo. Si no fuera por las políticas de transferencia serían ahora 40.5 millones. Lo que significa que el gobierno de Lula sacó de la miseria a 21.8 millones de personas.

Es una falacia el decir que, al promover transferencia de riqueza, el gobierno “mantiene a vagos”. Eso sucede cuando no castiga a los corruptos, nepotistas, licitaciones amañadas, malversación de dinero público. Sin embargo la Policía Federal encarceló por corrupción a dos gobernadores.

Más de la mitad de la población del Brasil tiene menos del 3% de las propiedades rurales. Y apenas 46 mil propietarios son dueños de la mitad de las tierras. Nuestra estructura agraria es idéntica a la del Brasil del imperio. Y el empleador rural no es latifundio ni agronegocio, es la agricultura familiar: ocupa apenas el 24 % de las tierras y emplea el 75% de los trabajadores rurales.

La inflación se mantuvo por debajo del 5%, se crearon casi 11.7 millones de empleos formales y el salario mínimo de ahora es de más de US$ 200. Eso ha permitido al consumidor planificar mejor sus compras, facilitado por una política de créditos establecidos y a largo plazo, a pesar de las elevadas tasas de interés.

El gobierno de Lula no criminalizó a los movimientos sociales; buscó el diálogo, aunque sea tímidamente, con líderes populares; mejoró las condiciones de los quilombos; demarcó las tierras indígenas, como Raposa Serra do Sol.

Al rechazar el ALCA y cubrir las deudas con el FMI, Lula presentó al Brasil como país soberano e independiente. Lo cual le permitió mantener una confortable distancia de la Casa Blanca y aproximarse a África, a los países árabes y a Asia, hasta el punto de debilitar el G8 y fortalecer el G20, en el cual participan países en desarrollo. Estrechó relaciones con Sudáfrica, China y la India, valoró la UNASUR y quebró el “eje del mal” de Bush al defender la autodeterminación de Cuba, Venezuela e Iraq.

El gobierno termina sin que, en los ocho años de su mandato, hayan sido abiertos los archivos de las Fuerzas Armadas sobre los años de la dictadura, ni apoyado iniciativas para entregar a la Justicia a los responsables de los crímenes de aquella época. El país sigue sin ninguna reforma estructural, como la agraria, la política, la tributaria, etc.

La inversión en educación no superó el 5% de PIB, cuando la Constitución exige al menos el 8%. Aunque el acceso a la enseñanza elemental se haya universalizado, el Brasil está a la par, según el IDH de la ONU, de Zimbabwe en materia de calidad de educación. Los profesores son mal remunerados, las escuelas no disponen de recursos electrónicos y la deserción sigue siendo alta. Los programas de alfabetización de adultos fracasaron y el MEC se mostró remiso en la aplicación del ENEM. Como positivo, la ampliación de las escuelas técnicas y de las universidades públicas, el sistema de cuotas y el ProUni.

El SUS continúa siendo deficiente, y en cuanto a la atención a la salud va siendo privatizado progresivamente. Hoy 44 millones de brasileños están inscritos en planes de salud de la iniciativa privada. Más del 50% de las viviendas del país no tienen saneamiento, los alimentos transgénicos son vendidos al consumidor sin advertencia y los derechos de las personas con deficiencias no están debidamente atendidos.

Gobernar es el arte de lo posible. Implica imprevistos y exige soluciones sobre la marcha. Lula supo hacerlo con maestría. Espero que el gobierno de Dilma pueda mejorar los avances de la administración que termina y corregir sus fallas, sobre todo en lo tocante a la disposición de efectuar reformas estructurales y ampliar el rigor en la preservación ambiental. Ojalá que la presidenta consiga superar la deficiencia congénita de su gestión: el matrimonio, por conveniencia electoral, entre el PT y el PMDB.

PS. El poder no cambia a nadie, hace que las personas se manifiesten. (Traducción de J.L.Burguet)

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