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Un trencito sin paradas

Dalia Acosta

“Son herramientas para que se sientan bien, la autoestima les suba y encuentren poder personal para cambiar el mundo, a sí mismos y sus vidas”, explica a IPS Rubio, creadora junto a su esposo, Triana, de esta iniciativa autogestionada y familiar, nacida durante la crisis económica cubana de los años 90.

Alrededor de 20 personas se aglomeran, una vez por semana desde julio de 1995, en la habitación de escasos tres metros cuadrados, ubicada en el barrio capitalino de El Vedado. “Era una crisis tan grande, que veías como los valores se iban depauperando día por día”, recuerda Triana sobre aquella etapa.

El reflejo de la escasez pronto recaló en la población infantil de esta isla caribeña. Para el también artista plástico, había que “oxigenar la vida de esos niños, darle otros valores, otras cosas en las que pensar”.
Durante las sesiones de El Trencito, el grupo dibuja, modela y desata su creatividad en un ambiente solidario.

Tras el saludo y la presentación de cada asistente, arriba la hora de saltar y desinhibirse con juegos cooperativos que sustituyen el yo por el nosotros, un principio emancipador al cual llegaron Rubio y Triana, intuitivamente en un inicio y más tarde en su formación.

En su búsqueda de “incentivar y desarrollar en ellos sensibilidad, estética y humana sobre todo”, cuenta Triana, conocieron la corriente pedagógica conocida como arte-educación. El acercamiento al extinto Grupo de Promoción Cultural para Niños y Adolescentes del Ministerio de Cultura marcó los primeros pasos de El Trencito.

Participaron en 2009 en el Taller Arteducando, auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz, de Cuba, y la organización no gubernamental suiza Zunzún, donde conocieron a personas que potencian estas experiencias en el país. Hoy disponen de un registro con juegos y técnicas, que “no es patrimonio de nadie, es de quien lo quiera hacer”, dice Rubio.

Los niños y niñas, con edades entre los cinco y 10 años, arriban temprano en la mañana. Algunos llevan varios años, otros son recién iniciados en un grupo para jugar y producir con toda libertad en técnicas de artes plásticas como la pintura, el modelado de barro y el “papier maché” (papel machacado o triturado).

El nombre de El Trencito entraña su principal objetivo: “se le puede poner un número infinito de vagones”, según Triana. En sus 15 años, nunca ha parado de sumar gente, después de aquellos primeros niños que le vieron trabajando en su casa el barro y quisieron modelar con sus propias manos figuras de tierra.

A sus seis años, Daniela Miranda todavía no saber escribir, pero prefiere “pintar, dibujar” en El Trencito, nombre que surgió tras una lluvia de ideas entre sus primeros integrantes hace ya 15 años. Para ella, la principal enseñanza está en “cuidar a las plantas, regarlas”.

Como antesala de cada cita, un pequeño balde con agua rueda de mano en mano para cuidar las posturas sembradas hace un mes en áreas comunes del barrio. Junto a las organizaciones ciudadanas Árbol del Mundo y El Guardabosques, el proyecto trabajará en la reforestación de varias zonas cercanas.

“Estamos tratando de hacer un trabajo de sensibilización. Buscaremos árboles que no tengan raíces muy grandes y puedan ser compatibles” con la arquitectura urbana, abunda Triana. Según el activista, “el bosque de la ciudad no lo podemos talar, hay que seguir ampliándolo y aumentándolo”.

El barro, las temperas, pinceles y papeles provienen de amistades o padres y madres de la niñez asidua a este espacio de transformación comunitaria. Además, el proyecto comunitario “Haciendo Almas” canaliza algunas donaciones de entidades internacionales, explica Rubio. “Pero son muy pocas”, lamenta.

La gestión de El Trencito resulta del esfuerzo de esta singular familia. Fundado por la pareja que forman Rubio y Triana, está también coordinado por sus hijos Amanda y Daniel, de 10 y 13 años respectivamente, quienes han crecido a la par de este proyecto de recreación no adultocéntrica y alejada de la competencia.

Durante la sesión, los dinosaurios-mariposas, una nueva especie fruto de la imaginación infantil, colonizan las paredes de la sala familiar. Adultos y pequeños dibujan su concepción particular de estos animales irreales. Nadie puede permanecer sin participar.

Diana Rosa Aday pinta un verde y alado dinosaurio-mariposa junto a su hijo de seis años, Mauricio.

Sin la meta de aprender una técnica, Aday, que vive a unos 200 metros de la casa de El Trencito, trajo a su pequeño “para que se integre, participe, pierda el miedo escénico y se relacione con otros niños”.

Cuatro estudiantes de la estadounidense Universidad de Sarah Lawrence College, que cumplen una estancia en Cuba, aprenden de esta obra. “Es muy saludable e impresionante”, asegura su directora, Maya Anderson, quien hace dos años trae a varios de sus alumnos, interesados en la educación y el trabajo social.

El Trencito integra la no gubernamental Red Protagónica Observatorio Crítico, donde Rubio y Triana se percataron de que no estaban solos.
“Ya estamos abiertos a la promoción. Es bueno que otras personas conozcan esta experiencia y digan: yo quiero hacer algo parecido”, añora Triana.

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