Los intentos de un grupo de pacifistas por llevar un grupo de recursos
a Gaza, parécenme los mismos que, año tras año, emprenden familiares,Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) y amigos de Cuba
en función de traer alimentos, medicinas y otros recursos a nuestro país.
No creo exagerar si escribo que a nadie más que a los cubanos de a pie
nos conmueve esta masacre, porque en la sangre de los muertos de la
Flota humanitaria va implícito un mensaje de colonización, de odio y de jactancia de quienes cometieron este acto de piratería y barbarie
catalogado por el jefe del Ejército sionista, como una operación
“sobresaliente”.
Incluso, si extrapolamos los términos “ilegal”, “despiadado” y
“genocida”,-tomados de la reciente Declaración de repudio del
Ministerio de Relaciones Exteriores cubano-, de sobra nos
identificamos, pues el bloqueo norteamericano hacia Cuba, a la usanza
del sionista, clasifica como un acto de genocidio, en virtud del inciso c del artículo II de la Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.
Para el gobierno de Tel Aviv, los 500 activistas que viajaban a bordo
del “Mavi Marnara” eran terroristas. Así nos conciben a nosotros en la
lista de países patrocinadores. Así catalogan a los caravanistas de
los “Pastores por la Paz”, a los de la Brigada “Antonio Maceo” y a los
tantos norteamericanos que burlan el bloqueo para venir a ayudar a sus
vecinos de aquí abajo.
Israel “no tiene que pedir perdón por defenderse”, “esto es un conflicto bilateral” son algunas declaraciones de los sionistas, mientras sus amigos norteamericanos se limitan a comentar “seguimos muy preocupados” o “es un caso lamentable”.
Así se ríen, juntos y otra vez, de la opinión pública internacional, de la Organización de Naciones Unidas y su cuestionado Consejo de
Seguridad, mientras los familiares lloran a sus muertos.
No queda dudas de que ellos son los imperiales, no importa la casaca
que lleven puesta, si estadounidenses o israelíes, si gringos o
sionistas, los dos disparan a quemarropa y asfixian despacio.
por: Luis Enrique Perdomo